la vida y el receso de reorganización social emprendido por el Estado posrevolucionario”.23 Karla Espinoza llega a la conclusión de que la concepción cultural de género de la UDCM estuvo marcada por su relación con la jerarquía eclesial.24 Espinoza afirma que, desde la trinchera del espacio privado, las Damas realizaron acciones con la intención de contribuir a la obra social de la Iglesia. Robert Curley considera que los movimientos de acción social buscaron restablecer los fundamentos de la influencia religiosa en la vida pública y las organizaciones profesionales como los sindicatos católicos fueron los encargados de impulsar las iniciativas del catolicismo social25 por encima del espacio parroquial. Para Yolanda Padilla la acción católica femenina debe entenderse por su preocupación por moralizar el ambiente.26 Por su parte, María Gabriela Aguirre concibe a la organización de las Damas como una muestra de la preocupación de la Iglesia por detener, o por lo menos neutralizar, el proceso de secularización y modernización que estaba experimentando la sociedad mexicana.27 Patience Schell, en cambio, analiza la pugna por la educación religiosa entre la Iglesia y el Estado, para ella es indispensable señalar que aunque el problema fue la permanencia de la educación religiosa en las escuelas, en la práctica, los programas planteados por ambos grupos tenían notables coincidencias.28 Vivaldo destacó el interés de la UDCM por insertarse en la esfera pública y crear opinión.29
María Luisa Aspe y Kristina Boylan retoman a la Unión de Damas Católicas como antecedente directo a la UFCM. Aspe analiza los discursos de los católicos que fueron conformando una visión hegemónica de la acción de los creyentes en la vida pública nacional. Kristina Boylan considera al activismo femenino de las Damas Católicas como el pilar de la preservación y el aumento de la devoción católica en México en la década que siguió a la revolución,30 hipótesis con la cual coincido.
La historiografía ha llegado al consenso de que durante la Guerra Cristera la acción de las Damas Católicas quedó restringida ante el enfrentamiento armado. Espinoza considera que se mantuvieron en la dinámica de la resistencia pacífica y simbólica.31 O’Dogherty describe su participación durante el conflicto como marginal.32 Vivaldo, por el contrario, afirma que sus actividades cotidianas no se vieron afectadas y que las Damas se dedicaron a extender su acción, a participar políticamente en protestas contra la toma de templos católicos, a proclamarse contra la Ley Calles, apoyando las actividades de la Liga de Defensa de la Libertad Religiosa y a preparar el boicot económico.33
Desde mi perspectiva, la acción de la UDCM en estos tumultuosos años, no desapareció, no se limitó ni se mantuvo estable, por el contrario, la propia maleabilidad de su organización las llevó a actuar desde distintos ámbitos apoyando como la cara cívica y de manera orgánica a las organizaciones y grupos católicos inmersos en la guerra o bien, que se vieron afectados por la misma, tal y como lo demuestra una revisión del Archivo de la Unión, complementada con documentos del Archivo del Arzobispado y del fondo histórico del Departamento Confidencial de la Secretaría de Gobernación ubicado en el AGN, fuente poco empleada por la historiografía pero que permite analizar cómo el servicio de inteligencia logró infiltrarse en las filas de la militancia católica, desde donde ubicaron formas organizativas y las juntas clandestinas, al tiempo que descubrieron “las redes de seguridad” construidas por las Damas Católicas mediante el fomento constante y cotidiano de la vida parroquial, lo que les permitió sostenerse entre las sombras durante el periodo de guerra.
Desde mediados de la década los ochenta del siglo pasado, Michael Foucault señalaba que el proceso de construcción de la modernidad había llevado al Estado a utilizar como una herramienta de poder una “política de sexo”34 que sujetaba a las mujeres, a sus cuerpos y a su sexualidad, a la maternidad. Para él, ser madre, proteger a la niñez y a la familia se convirtió en parte de las políticas estatales. Una década después autores como Seth Koven y Sonya Michel definieron el maternalismo como una herramienta de análisis que permite exaltar la capacidad de ser madre para extender en la sociedad un conjunto de valores que se unen a esta función como son, la asistencia social, el cuidado a la infancia, la educación y la moralidad.35
Esta categoría permite acercarnos al trabajo de las mujeres como el principal elemento de representación de la mujer en términos ideológicos, pero también se le puede entender como la bandera de la política feminista que buscaba lograr ciertos reconocimientos y beneficios para las mujeres; finalmente nos acerca a la justificación del Estado para delegar en las mujeres trabajos como el cuidado y protección de la reproducción social.36
En este libro se concibe el maternalismo como el eje rector de la actividad política de este grupo de mujeres, quienes, sin saber o sin pensarlo, establecieron una postura militante católica que les dio identidad y les permitió construir una plataforma política que las empoderó. El papel maternal de las Damas Católicas les dotó de una voz para expresarse públicamente y actuar como promotoras de valores domésticos y católicos, los cuales constituyeron, para ellas, el centro de la vida social de la nación.
El maternalismo estudia las coincidencias y divergencias de los movimientos feministas entre 1880 y 1920. A fin de comprender cómo el activismo femenino logró dar forma a las políticas estatales en torno al cuidado de la maternidad y de la infancia y cómo se vinculó con el papel tradicional de la mujer en sus nuevas actividades públicas y laborales.37 También ha rescatado cómo, para acceder a roles políticos activos y participar como electoras, burócratas y obreras fuera del hogar, recurrieron a las virtudes de la maternidad.
Analizar a una organización femenina católica en México entre 1912 y 1932 en términos maternalistas tiene sus propios retos. A diferencia de los incipientes movimientos feministas de izquierda38 que comenzaron a surgir en esos mismos años, la cercana relación de las Damas con la Iglesia las llevó a tomar una postura crítica y beligerante frente al Estado posrevolucionario. Desde su postura maternalista se analiza el impacto público como un movimiento de la sociedad civil que, mediante sus propios recursos, actuó públicamente para imponer su propia visión del sentido del papel de la mujer fuera de la relación directa con las políticas de bienestar social implementadas por el Estado.
Los análisis historiográficos que retoman la historia de diversos movimientos de mujeres señalan que el feminismo no fue un movimiento homogéneo de izquierda, por el contrario, han incluido a mujeres católicas que buscaban preservar los valores religiosos y a la par se preocupaban por promover el voto y asistir en campañas de beneficencia y asistencia social en torno a la salud y la educación.39 También incluyen a mujeres “liberales moderadas” quienes buscaban el establecimiento de la equidad legal para proveer a las mujeres con mayores oportunidades educativas, protección materna e igualdad salarial. En este espectro, se incluyen a las mujeres “de izquierda radical” quienes buscaban modificar las condiciones sociales mediante cambios estructurales a códigos civiles y al sufragio.40
Desde mi punto de vista, concebir la vida asociativa de la Unión de Damas Católicas Mexicanas como una organización “feminista” sería estirar demasiado el análisis histórico. A diferencia de otras organizaciones de mujeres católicas en el mundo, las mexicanas no desarrollaron programas políticos explícitos, como sí lo hicieron, por ejemplo, las españolas, quienes se denominaron a sí mismas “feministas católicas”.41 Las Damas Católicas Mexicanas generaron una agenda materna basada en lo que Temma Kaplan ha llamado “conciencia femenina”.42 A partir de una división sexual del trabajo, asumieron la responsabilidad de preservar la fe, de educar, de cuidar a la sociedad mediante la defensa de los valores católicos. Ellas no promovieron una postura política dirigida a resolver intereses de su género que derivaran en estrategias para aliviar la carga del trabajo doméstico y del cuidado a la infancia con el apoyo de políticas públicas, ni tampoco buscar el voto. Su batalla no era una batalla por los derechos de la mujer, su lucha se encontró inmersa en una guerra sin cuartel entre la Iglesia y el Estado en el cual se vieron envueltas y su salida fue defender su fe a través de su papel como madres.
Por otro lado, a partir de la década de los noventa del siglo pasado, la historiografía sobre la asistencia pública se ha interesado por estudiar a los distintos actores