siembra del bosque
Fernando Williams
La Plata, julio de 2017
En su más de una década de existencia, la Maestría Paisaje, Medioambiente y Ciudad, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata, ha constituido un punto de encuentro no solo para profesionales provenientes de diferentes disciplinas, sino también para estudiantes y profesores de diferentes países de Latinoamérica. Fue ese el ámbito donde tuve el gusto de conocer a Juan Sebastián Bustamante Fernández, quien siguiendo la línea de los Andes había “bajado” hasta Argentina en un trayecto que enlazando ciudades y territorios diversos se vinculó directamente con los temas investigados durante la preparación de su tesis.
El presente libro está basado en dicha tesis y su publicación representa una oportunidad para mirar hacia atrás y dar cuenta de la investigación que lo respalda. En primer lugar, y como director de la tesis, quisiera agradecer no solo la confianza de Juan Sebastián, sino también la posibilidad de haber sido parte de un proceso de investigación y escritura que, personalmente, me permitió conocer un caso como el de Medellín, y una historia urbana que se enmarca en procesos comunes a otras ciudades latinoamericanas pero que se destaca también por particularidades específicamente colombianas y antioqueñas que resultó interesante descubrir.
Uno de los principales méritos de la investigación que da origen a este libro estriba en la interdisciplinariedad que supo animarla, más concretamente, en los desafíos implícitos en una perspectiva interdisciplinaria que el autor no dudó en hacer suya desde el principio. En boga durante las últimas tres décadas, el paisaje como tema y también como objeto de cursos de especialización y posgrado, ha constituido una plataforma desde la que arquitectos y arquitectas se han visto confrontados con la necesidad de adoptar nuevos puntos de vista e incorporar nuevos conjuntos de saberes. Los desafíos están implícitos en la discutida definición de “paisaje”, término que no solo designa una porción del territorio, sino también los distintos modos de representarlo. Las implicancias de esta particular definición explican lo atractivo que se ha vuelto el “paisaje” como perspectiva de estudio. A su vez, el despliegue de esa perspectiva exige una actualización teórica cuyos costos rinden sus frutos muy pronto, en tanto permiten inscribir proyectos arquitectónicos o urbanos en agendas de discusión mucho más amplias. Es que no solo arquitectos y urbanistas reclaman autoridad sobre la compleja relación que las sociedades tejen con el territorio, también lo hacen pintores y estadistas, poetas y legisladores, fotógrafos y botánicos.
Como bien puede decirlo el autor de este libro, el estudio histórico de una ciudad o de un sector de la misma incluye no solo las transformaciones físicas –proyectadas o no–, sino también las imágenes desde las que muchas de esas transformaciones fueron en principio prefiguradas y luego también resignificadas. Esta faz representacional exige reparar, entonces, en la especificidad de las imágenes –en este caso las fotográficas– pero también en sus significados. En este sentido, el autor del presente libro no solo ha usado las fotografías para documentar las transformaciones de su área de estudio, sino que se ha detenido en un conjunto de determinaciones vinculadas con las decisiones de los fotógrafos –encuadre, punto de vista, etc.– y con otras que trascienden la agencia de estos últimos, como la existencia de verdaderos géneros dentro de la fotografía –el retrato, la vista, etc.– que de por sí condicionan el modo en que son consumidas o interpretadas las imágenes. De esta manera, a la recopilación de un valioso corpus fotográfico, el autor suma una clasificación y un estudio basados en estas diferentes determinaciones.
Por otro lado, la restitución de un contexto específico, marcado por la presencia de actores concretos y por sus aspiraciones e intereses –la Sociedad de Mejoras Públicas es un excelente ejemplo–, permitió a Bustamante Fernández avanzar sobre los usos de las fotografías y dar cuenta del papel que ellas desempeñaron en una disputa simbólica en la que se pusieron en discusión el propósito y el significado de operaciones concretas como las de la creación de parques urbanos, operaciones que gracias a estudios como el aquí publicado se revelan no solamente como urbanísticas, sino también como político-culturales. El autor ha abierto así una vía que bien podría seguir explorándose, tanto para las fotográficas como para otros tipos de imágenes.
Por último, cabe resaltar la importancia del área de estudio que el autor ha sabido escoger, área que en los últimos años fue sede de un conjunto de iniciativas y proyectos que han puesto a Medellín en el centro de la escena urbanística mundial. Así, Bustamante Fernández da cuenta de un espesor histórico y simbólico que permitiría explicar que el Bosque del Centenario se convirtiera casi un siglo después en epicentro de transformaciones internacionalmente reconocidas. En estas coordenadas, el presente libro puede ser entendido como una propuesta de arqueología simbólica de esta significativa porción de la ciudad y en definitiva como una invitación a estudiar a Medellín desde esta particular perspectiva.
Luis Fernando González Escobar
Profesor Asociado, adscrito a la Escuela del Hábitat, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia sede Medellín
En los últimos años una de las mayores apuestas de transformación urbana que se ha emprendido en la ciudad de Medellín es el proyecto Parques del Río Medellín,1 planteado inicialmente como un sistema estructurante tanto del espacio público como de la transformación de los suelos urbanos adyacentes al mismo, siguiendo de manera longitudinal y paralela el eje del río, no solo para la ciudad de Medellín, sino para buena parte del área metropolitana, desde el municipio de Caldas, al sur, hasta el municipio de Bello, al norte, en una longitud de 19,8 kilómetros y un área estimada de 327,5 hectáreas; aunque solo se ha ejecutado una mínima parte que alcanza algo así como 1,5 kilómetros y un área de 14,5 hectáreas, esto es, apenas un 4% del total proyectado, que corresponde a la etapa 1A, inaugurada el 29 de agosto de 2016.2 Así como se le ha cambiado de denominación desde su planteamiento inicial hacia 2011, también se han variado los argumentos justificativos de su construcción, al definirlo primero como eje estructurante del desarrollo futuro metropolitano, pasando por potenciar los valores urbanísticos y ambientales de la ciudad, hasta contribuir a disminuir el déficit de espacio público en la ciudad, entre otros muchos esgrimidos en los discursos oficiales que lo han apoyado en su construcción. Pero en toda esta dinámica lo único que no ha variado y se ha mantenido como constante es la denominación de Parque.
Medellín inauguró su primer parque urbano entre 1888 y 1892 con el nombre de Parque de Bolívar, delimitado y construido al interior de la plaza de Villanueva, alrededor de la cual se intentaba desde décadas atrás, como su nombre lo indicaba, la nueva ciudad de estirpe burguesa debido a sus promotores y por los ideales estéticos que se trataron de implementar en la expansión urbana al norte de la antigua villa, después de superar la quebrada Santa Elena, y conectar la antigua plaza Mayor con la nueva