Rosa Julia Guzmán

La observación del desarrollo infantil


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nuestro pensamiento y nuestros conocimientos acerca del desarrollo infantil. Vale la pena resaltar el orden en el que se lleva a cabo el proceso: primero, miramos con atención, luego tomamos un tiempo para pensar y, al final, planteamos una pregunta.

      El propósito del planteamiento de las preguntas es promover los procesos de reflexión, los cuales, según Dewey (2010), implican pensar ordenadamente y con un propósito, para acercarnos temporalmente a algunas conclusiones y, sobre ellas, continuar con el análisis de nuestras ideas.

      La reflexión es un proceso iterativo que parte del planteamiento de preguntas con miras a ampliar nuestros conocimientos, considerar diferentes puntos de vista y, posteriormente, considerar de nuevo nuestras ideas; es una indagación cognoscitiva, en este caso sobre el desarrollo de los niños. La reflexión permite conectar nuestro mundo interior de ideas y pensamientos con el mundo exterior de lo que observamos.

      Los educadores necesitamos reflexionar permanentemente acerca de lo que hacen los niños, en relación con las características del contexto en el que se desenvuelven, lo cual, por supuesto, incluye nuestras propias acciones en el aula.

      Como puede notarse, la reflexión es un proceso que demanda tiempo; por ser iterativo nos exige repetirlo constantemente y volver sobre las ideas iniciales e intermedias para comprender mejor aquello sobre lo que reflexionamos. Este proceso es central en la labor del educador, porque es lo que permite que asumamos una posición profesional sobre lo que hacemos; de otra manera, nos convertiríamos en operarios de lo que otros piensan. La tarea de educar es altamente reflexiva.

      Dado que aquí se propone la reflexión sobre el desarrollo infantil, basada en la observación, se requiere pensar acerca de él. Por eso se presenta este tema a continuación, empezando por la exposición de la postura que se asume en este libro.

      Producto de los estudios y análisis adelantados por el Grupo de Investigación Educación y Desarrollo Infantil de la Universidad de La Sabana, proponemos la metáfora de la telaraña para explicar cómo el desarrollo no se produce de manera segmentada en lo que se ha denominado “dimensiones del desarrollo”, sino que, por el contrario, cuando se propician situaciones que buscan desarrollar, por ejemplo, el aspecto comunicativo, también se promueven desarrollos en diversos campos, tales como el social, el emocional y el cognitivo, entre otros. Wallon afirma: “es antinatural tratar al niño fragmentariamente. En cada edad constituye un conjunto original que no se puede disociar. En la sucesión de sus edades es un mismo y único ser en curso de metamorfosis” (1976, p. 176).

      La manera en la que podemos mostrarlo gráficamente se presenta en la figura 1. Ahora, si bien encontramos una referencia similar en Papalia y Martorell (2017), consideramos importante hacerle una adición muy importante, relacionada con la labor del educador. Proponemos una comparación entre el trabajo permanente de la araña en la construcción del tejido y la labor que adelanta el educador, en términos de establecer conexiones entre los hilos orbitales y los radiales del tejido reticular de la telaraña. Así como no es posible para la araña atrapar a sus presas si los hilos no están unidos, tampoco es posible promover el desarrollo infantil integral si se dejan espacios en los que no se promueva este desarrollo. Por esta razón, es importante que exista una observación continua: a partir de las reflexiones que ella nos genera, tomamos decisiones didácticas tendientes a crear ambientes que propicien la continuidad del tejido que soporta el desarrollo infantil.

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       Figura 1. Metáfora de la telaraña. Fuente: elaboración propia.

      Nos interesa utilizar esta metáfora debido a que cuando se afecta un hilo de la telaraña, así sea levemente, toda ella se afecta. De la misma manera, el educador necesita desarrollar una aguda observación para percibir cualquier modificación en el desarrollo de los niños; la observación debe dar cuenta también de cuando el desarrollo tarda en modificarse. Tanto una situación como la otra se constituyen en la base de las planeaciones de sus acciones en el aula.

      Por otra parte, la telaraña tiene un núcleo que se constituye en el soporte de los hilos que van del centro hacia el exterior; estos hilos se denominan “radiales” y su función es dar soporte a toda la red. Los otros hilos, que van alrededor de los radiales, se llaman “orbitales” y conectan a los radiales entre sí, permitiendo la comunicación entre todos los componentes de la telaraña. De esta forma, podemos hablar de núcleos del desarrollo, que serían los focos en los que centramos nuestra acción pedagógica, pero, al igual que en la telaraña, las acciones pedagógicas afectan toda la estructura, que en nuestro caso es el desarrollo infantil.

      Los hilos radiales sugieren los procesos en expansión, tal como sucede a medida que los niños amplían su desarrollo, mientras que los hilos orbitales insinúan las conexiones entre los desarrollos.

      En esta propuesta resulta además muy sugerente el concepto de red, en la medida en que una de las definiciones que ofrece la Real Academia de la Lengua (2021) es la de “[c]onjunto de elementos organizados para un determinado fin”. En el caso de la telaraña, con el fin de retener las presas de la araña, y en el caso del desarrollo para conectar los diferentes ámbitos del desarrollo en un proceso de sinergias continuas.

      El propósito de utilizar la metáfora de la telaraña para el desarrollo es resaltar una perspectiva que lo asuma como un todo en el que los procesos no se dan de manera separada ni consecutiva, aunque sí secuencial. Es decir, no existe primero un niño exclusivamente sensorio motor y luego un niño lingüístico o cognitivo o cualquier otro. Desde el principio el niño tiene experiencias que se conectan entre sí. Aunque lo primero que vemos es el movimiento, en estas acciones también se encuentran desarrollos de tipo sensorial, perceptual, cognitivo, de lenguaje, socioafectivo y emocional, entre otros. Se entiende que, para efectos de la observación, el análisis y la investigación, se centre la mirada en algún aspecto en particular; sin embargo, puede resultar bastante revelador el análisis de los efectos de una acción en diferentes ámbitos del desarrollo. De allí la importancia de aprender a observarlos todos.

      En el Documento n.º 25 de los Referentes Técnicos surgidos para orientar la puesta en práctica de la Estrategia Nacional para la Atención Integral a la Primera Infancia De Cero a Siempre, se señala la importancia de observar a los niños y hacer un seguimiento al desarrollo integral (MEN, 2014). Tanto la observación como el seguimiento se consideran actividades esenciales en el educador en el propósito de lograr una atención integral de calidad.

      Hacer un seguimiento al desarrollo implica:

      […] traducir en palabras, ilustrar en imágenes, registrar a través de las voces de las niñas y los niños, y de sus producciones, los propios avances, retrocesos, dificultades e intereses, con el fin de responder a sus características desde la acción pedagógica. (MEN, 2014, p.13)

      Este seguimiento, como ya se ha dicho, se constituye en la base de las planeaciones de cada educador en su aula; no tiene un propósito clasificatorio, sino programático.

      Por otra parte, la observación de los niños “para valorar sus capacidades, identificar dificultades y acompañar sensible e intencionalmente su proceso de crecimiento, aprendizaje y desarrollo, es una tarea que implica documentar la cotidianidad” (MEN, 2014, pp. 13-14). Según la Real Academia de la Lengua, documentar significa “instruir” o “informar” a alguien