con el cofre encima, ya que los franceses amenazan a las puertas de Roma y el trabajo se me va a acumular. La organización de la defensa de la ciudad me tendrá ocupado. El santo padre me ha hecho especial hincapié en mantener el orden, redoblar la vigilancia y cuidar de que no se desaten actos de pillaje —Michelotto enderezó la mirada a Burchard, que hacía gestos de asentimiento. También él compartía su preocupación por lo que se avecinaba.
—Espero no pecar de atrevido ni violentaros si os sugiero que dejéis el cofre aquí, en casa de nuestro amigo Burchard. No se me figura un sitio tan seguro. Nadie se atreverá a importunar al maestro de ceremonias de su santidad. Spannolius y yo vendremos a diario a examinar las piezas —propuso Pompilius.
—Está de más decir que os firmaría un recibo —Burchard tomó pluma y papel por si había que escribir.
—Confío plenamente en vos. Y un problema menos para mí. Con el tesoro en mi casa, y yo pendiente de la invasión, poco podría hacer por protegerlo —a Michelotto esperar un par de semanas no le parecía una idea desacertada.
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