VICTOR ORO MARTINEZ

DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS


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me demostró que bien valía la pena gastarme diez pesos y alquilarles un taxi que los llevara hasta su albergue. Insistieron para que los acompañara pues temían el regaño del jefe de su delegación, pero con el pretexto de que estaba allí esperando por unos compañeros míos que pronto arribarían me los quité de encima. Después de media hora tratando de capturar un Chevy, logré que uno los llevara. En la despedida, con fuertes abrazos incluidos, me las arreglé para extraer los papeles del bolsillo de uno de ellos.

      Así es la vida, en apenas unos minutos me había convertido en Ahmed el Meligui, natural del Cairo y con alojamiento en el Pedagógico Varona. Indudablemente que por aquel lugar no podría ni asomarme, pero tener en mis manos una credencial para mostrar a las autoridades y entrar en los lugares de los eventos era un gran logro, algo con lo que no había ni siquiera soñado. Me quedaban veinticinco pesos.

      Amaneciendo llegué a la escuela Lenin, al parecer allí habían trabajado toda la noche recibiendo delegados, porque numerosas personas caminaban aún a esa hora por los pasillos y áreas exteriores. Me colgué del cuello la credencial y haciendo uso de un acento extraño empecé a mascullar un español que para cualquiera era legítimamente extranjero, así supe donde se encontraba el comedor, mi primera e inmediata meta, ya que nada me apetecía más, ni más agradecerían mis húmedos huesos que un café con leche bien caliente y un pan con mantequilla. En el comedor, amplio y encristalado había para escoger: yogur, malta, helado, leche fría, frutas, ensaladas, dulces, pero café con leche ni para un remedio. Tuve que conformarme con un par de bocaditos de jamón y queso y una taza bien llena de té caliente. Pregunté después, para quitarme el susto, qué delegaciones se hospedaban en la escuela, pues me hubiera visto en un aprieto si alguien se dirigía a mí en árabe, idioma en el que sólo sabía decir Salam Alekum, por suerte allí primaban delegados latinoamericanos y de la Europa socialista.

      Al cabo de una hora el jolgorio y el aire festivo aumentaron cuando se fueron sumando a los deambulantes otros cientos de jóvenes recién llegados y otros cientos recién levantados. Me puse en una fila en el vestíbulo y me entregaron dos pullovers, uno con la Flor del Festival y otro con un CUBA SI grandísimo en el pecho; en otra cola me dieron una gorra roja y un puñado de sellitos metálicos con saludos y consignas. Hice otra cola, esta vez más larga y pude abordar un ómnibus que nos llevó hasta la Playa de Santa María.

      Después de la tormenta del día anterior el sol lucía radiante y la atmósfera limpiecita, como acabada de estrenar, sin embargo mi mente, que debía estar también clara y como recién estrenada, era un hervidero, una madeja de sentimientos, deseos, aspiraciones y miedos que le roncaba. Por un lado tenía la tranquilidad de poseer un documento que me amparaba y que suponía iba a ser el Ábrete Sésamo de los próximos días, por el otro me corroía el temor de ser sorprendido in fraganti en mis mentiras, lo mismo por la policía o autoridades de los albergues, que por los propios delegados, ya que si ante algunos me había presentado como árabe, para otros era nica, para otros más colombiano y todavía me faltaba personificarme como Silvio.

      La barbita que me había afeitado en Camagüey ya estaba casi como antes, sólo que sin guitarra me sería mucho más difícil lograr mis propósitos. Por lo pronto y en vista de que era la tendencia generalizada entre los delegados, que serían muy revolucionarios, antimperialistas y todo eso, pero que ahora estaban entregados de lleno al vacilón y al ligue de sus respectivas parejas, decidí seguirles la corriente, no desentonar y comencé a barrer con ojos de perro sato las arenas circundantes. Bikinis y más bikinis, chores, pescadores y risas lindas y pelos largos o cortos, rubios, castaños y nalguitas y nalgonas, peloticas y pelotonas ¡Crema era lo que había allí, pura crema!

      Siguiendo la vieja técnica empleada en el Parque Céspedes, y como por obligación yo era el delegado más solitario y desamparado, decidí hacerme el sueco, el interesantón, pero nada. Media hora de técnica aplicada y nada. Se habían formado grupos de a quince, veinte y más, se hablaba en español, ruso, inglés, portugués, francés y no sé en cuantas otras lenguas, me parecía estar metido en una verdadera olla de grillos o en la torre de Babel. En proporción abundaban las muchachas sobre los varones y eso me tranquilizó, pero era ya cerca del mediodía y continuaba en mi idiota estatuez. La espalda ya me ardía y decidí darme un chapuzón, miré en derredor a ver a quién dejar al cuidado de mi ropa y me decidí por una joven que al parecer también disfrutaba o penaba por la soledad. Era mulata, delgada, pero no de una delgadez extrema como años después diría Pablito Milanés, era una flaca con figura y rostro hermoso y estaba tendida a unos veinte metros de mí. Sin saber en qué idioma chapurrear para llamar su atención, me decidí por mi español macarrónico.

      _Amica, per favor, yo quisiería…

      Hice la pausa normal del que está buscando la palabra adecuada cuando ella saltó.

      _Dime, papito, ¿en qué puedo servirte, mi cielo?

      ¡Pa´ su escopeta!, aquella chiquita era más cubana que yo. Debo haber palidecido de inmediato, porque sentí que una bola fría bajaba y me daba salticos en el estómago.

      _Dime, papi, ven siéntate aquí conmigo, no seas malito. ¡Ven!

      Ni atrás ni alante salía de mi boca palabra alguna. De pronto me entraron unas ganas tremendas de reír y no las pude evitar. Ella por contentarme también reía, pero cuando vio que al parecer lo mío no tendría fin comenzó a mirarme con detenimiento.

      _Ven acá, chico, ¿tú no eres…?

      No la dejé terminar, salí de allí haciendo piruetas, muecas y monerías a pesar de que llamaba la atención de muchos.

      Aún hoy me queda la duda de si ella era una agente civil de la policía o una de las antecesoras de las actuales jineteras, lo cierto es que yo no tenía ni tiempo ni agallas para averiguarlo en aquel momento. Supongo que me creería un loco. Por mi parte, del susto, salí corriendo y por poco llego a Guanabo. Había recibido otra lección que me llamaba a cuidarme más, lo mismo de otros pícaros como yo, que de agentes policiales encubiertos.

      Subí a uno de los ómnibus y me quedé dormido hasta que montaron todos, me eché el pullover sobre la cara y así me mantuve hasta llegar a la Lenin. Por los altavoces Argelita Fragoso cantaba repetidamente la canción tema del Festival y yo un poco desanimado decidí guardar mis fuerzas para el acto de inauguración del próximo día y me acosté temprano. Acostarse temprano en un albergue repleto de gente con ánimo de fiesta es una estupidez, de eso me percaté apenas subió la mayoría de mis compañeros y empezaron a cantar, a hacer chistes y reír.

      Un nica verdadero se me acercó a pedirme fósforos y estuvimos conversando de la guerra. Era de Masaya y había venido casi directo de la guerrilla para acá, tenía unas ganas locas de divertirse, mañana tendremos pláticas de Revolución, me decía, pero ahora huevón vamos a ponernos las pilas. Esa noche probé por vez primera el Flor de Caña, aguardiente, y con una buena dosis de él en vena salí a acompañarlo. Afuera ya se veían parejas romanceando, ¿ves mano?, vamos nosotros también a buscarnos unas chulitas.

      Alrededor de los restos, todavía humeantes de una fogata que debió ser enorme, nos sentamos a despachar la botella El nica, Eusebio, era todo ojos y todo oídos, parecía un radar, un verdadero guerrillero o un cazador profesional.

      _ ¿Ves? Esas que están ahí son rumanas y aquellas búlgaras.

      Me sorprendí enormemente con su conocimiento, él se percató de ello y me explicó.

      _Aquí donde me ves, soy a lo mejor medio guerrillero, pero compa entero y entero también Licenciado en Economía Política. Yo estudié en la Sóviet, me mandó el Frente Sandinista antes de que empezara la ofensiva grande.

      _Compadre vamos para allá entonces, si usted es un traductor caído del cielo, vamos a ligarlas_ le dije envalentonado por el alcohol.

      _Suave, compa, suave. Tú me dijiste que eras colombiano, les diremos a ellas que somos mexicanos, para no tener que estar en la vaina esa de hablar de la guerra y otras mierdas ahora. Pero fíjate, vamos a tantear primero a las rumanas que son