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El derecho ya no es lo que era


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cobro de comisiones. Los fondos son de distintos tipos en función de su naturaleza, objetivos y clientes. Hay fondos de capital privado o equity funds, fondos institucionales y fondos soberanos (el mayor de los cuales es noruego, sorprendentemente). Entre los equity funds se encuentran los fondos «buitre» y los fondos de capital riesgo.

      El mayor problema que plantean estos inversores institucionales es su «nomadismo». Sus inversiones se concentran en los activos financieros, especialmente en acciones en el caso de los fondos estadounidenses. Esas inversiones tienen objetivos de rentabilidad a corto plazo. Los fondos de pensiones tienen como prioridades el aumento de la cotización de los valores de su cartera y el incremento de los dividendos. Esa visión cortoplacista condiciona la actuación de las empresas en las que invierten. Como veremos más adelante, la influencia de estos actores ha sido un factor determinante de la «financiarización» de las empresas no financieras.

      El cambio de lógica del sector bancario se pone muy claramente de manifiesto en el caso de los créditos hipotecarios. Tradicionalmente, una hipoteca establecía una relación prolongada entre el deudor y el banco, dado que el préstamo se amortizaba mediante el pago de cuotas durante el plazo establecido, que solía ser de varios años o incluso décadas. Durante ese periodo, la deuda hipotecaria permanecía en el balance del banco (aunque fuera disminuyendo) y, por consiguiente, debía ser computada a efectos de determinar el volumen de las reservas que el banco estaba obligado a mantener. La solvencia del deudor era examinada cuidadosamente antes de que el banco le concediera el préstamo y existían una serie de restricciones legales que limitaban el porcentaje del valor del inmueble que podía ser financiado o establecían un tope máximo para el porcentaje de los ingresos que representaba la cuota.

      Con la globalización los mercados hipotecarios se desregulan de manera concomitante a la privatización de las políticas de la vivienda de que se hablará más adelante. La demanda de créditos hipotecarios aumenta enormemente y los bancos proceden a la «titulización» de las hipotecas para aumentar su capacidad de ofrecer créditos. Como ya se señaló más arriba, la titulización permite «vender» deudas hipotecarias a los inversores. El procedimiento es el siguiente: se agrupa toda la masa de deudas hipotecarias que tiene el banco en un fondo único. Ese bloque es adquirido por una entidad intermedia (EM) que puede ser creada por un banco de inversión o por la propia institución que concedió las hipotecas. La EM divide ese fondo constituido por miles de hipotecas en porciones que contienen tramos de diferente calidad, vendiendo a continuación esas porciones en forma de bonos a los inversores que estén interesados. Surgen así las Mortgages Backed Securities (MBS) o bonos respaldados por hipotecas, fruto de la capacidad inventiva de Lewis (Lew) Ranieri.

      Hoy en día, más de una década después de la crisis, la titulización sigue siendo una de las fuentes más importantes de beneficios para los bancos. Se siguen titulizando los créditos hipotecarios, pero lo mismo puede hacerse con cualquier serie de pagos periódicos futuros que sean predecibles y fiables. David Bowie titulizó los pagos en concepto de derechos de autor que debía cobrar en el futuro y la venta de los bonos le permitió poder disponer de ese dinero en el presente.

      Los llamados «derivados» constituyen el grueso de los nuevos productos financieros. Los derivados son unos activos financieros cuyo valor depende de la evolución de otro activo llamado subyacente. El activo subyacente puede ser una commodity (como el trigo), otro activo financiero (como las acciones) e, incluso, un índice (como el de la Bolsa de Nueva York). Así, por ejemplo, las stock options son opciones de compra de acciones. Las acciones son participaciones en el capital de una empresa y pueden ser compradas y vendidas en los mercados de valores. Las stock options confieren el derecho de comprar (o vender) en el futuro acciones de una determinada compañía a un precio que se establece en el momento presente. Se trata, pues, de un título sobre otro título que puede ser, a su vez, objeto de compraventa.

      La función originaria de los derivados financieros es proporcionar protección frente al riesgo. Los SWAP, de los que se trata en el capítulo de Mario Barcellona, pueden proporcionar cobertura frente a las oscilaciones del mercado de divisas. Por ejemplo, los intereses de un empresario europeo que exporta a EE UU y recibe pagos en dólares se verán afectados si el dólar sube o baja respecto al euro. Un alza del dólar le beneficiará, mientras que una caída supondrá un perjuicio para su negocio. La situación de un empresario europeo que importa bienes estadounidenses pagando en dólares será simétricamente la contraria. Estos dos agentes pueden firmar un contrato SWAP comprometiéndose a repartirse las pérdidas derivadas de los cambios en la cotización: el que salga ganando cubrirá al que pierda.

      El problema se plantea cuando los derivados pasan de ser instrumentos para asegurarse frente al riesgo a formas de apostar a que el dólar subirá, o el petróleo bajará, o el índice de la Bolsa de Nueva York experimentará un alza. Esa transformación ocurre cuando los derivados se desvinculan del activo subyacente. Un contrato de futuros sobre una cosecha de trigo puede ser comprado y vendido por personas que no tienen la más mínima intención de adquirir este cereal. De ese modo, los derivados funcionan como apuestas de que determinado activo o índice, subirá o bajará. Se convierten, pues, en factores de inestabilidad financiera porque se utilizan para operaciones eminentemente especulativas y porque su volumen es estratosféricamente grande. Como se vio más arriba, una magnitud gigantesca como el PIB mundial se convierte en una minucia a su lado.