Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos


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de la flora y de la fauna estaban vinculados, con un grado de confianza muy alto, al reciente calentamiento.

      El CIE 2007, elaborado por un grupo grande de científicos, reunía profusión de datos sobre la nueva amenaza y señalaba que de las más de 29 000 series de datos observacionales, recogidos en 75 estudios que arrojaban cambios importantes en numerosos sistemas físicos y biológicos, más de un 89 % resultaban coherentes con la dirección del cambio esperado en respuesta al calentamiento.

      El factor del aumento de la temperatura global fue, sin duda, el más preocupante para los científicos. Entonces consignaron en el informe las afectaciones que este aumento traería para la vida, pero relacionaron esta anomalía con la producción creciente de dióxido de carbono (CO2) para señalar que este factor era el GEI antropógeno (o más bien, socioantropógeno) más importante, señalando que sus emisiones anuales aumentaron cerca del 80 % entre 1970 y 2004, y que la disminución a largo plazo de sus emisiones por unidad de energía suministrada invirtió su tendencia a partir del año 2000. A nivel global, se conoció que el calentamiento antropógeno de los tres últimos decenios había ejercido probablemente una influencia discernible a escala mundial sobre los cambios observados en numerosos sistemas físicos y biológicos.

      La experiencia de la población global en el año 2007 también indicaba que se había producido un aumento de la temperatura global. El informe del IPCC lo confirmaba, pero iba más allá:

      • Muy probablemente (el calentamiento) había contribuido al aumento del nivel del mar durante la segunda mitad del siglo XX.

      • Probablemente había contribuido a alterar las pautas eólicas, afectando el recorrido de las tempestades extratropicales y las pautas de temperatura.

      • Probablemente había elevado la temperatura de las noches extremadamente cálidas, de las noches frías y de los días fríos; y, más probable que improbable, había intensificado el riesgo de olas de calor y había incrementado la superficie afectada por la sequía desde los años setenta, y la frecuencia de las precipitaciones intensas.

      Estábamos, evidentemente, ante un fenómeno causado por la actividad humana del último medio siglo. ‘Actividad humana’ que —ya lo dije— debe entenderse siempre como la actividad social y económica de los individuos agrupados en sociedades cada vez más urbanas e industrializadas. El informe anotó que la concordancia espacial entre las regiones del mundo que habían experimentado un calentamiento apreciable y los lugares en los que se observaron cambios apreciables en numerosos sistemas indicaban que era muy improbable que se debiera únicamente a la variabilidad natural (se insiste en separar al Hombre de la naturaleza). Varios estudios de modelización vincularon ciertas respuestas específicas de los sistemas físicos y biológicos al calentamiento antropógeno; sin embargo, una atribución más completa de causas de las respuestas observadas en los sistemas naturales al calentamiento antropógeno no era todavía posible (antes de 2007) debido a la cortedad de las escalas temporales contempladas en los estudios de impacto.

      ¿Qué escenarios nos esperan?

      El Informe Especial del IPCC sobre escenarios de emisiones (IEEE, 2000) proyectaba un aumento de las emisiones mundiales de GEI de entre 25 % y 90 % (CO2-eq) entre 2000 y 2030, suponiendo que los combustibles de origen fósil mantuvieran su posición dominante en el conjunto mundial de fuentes de energías hasta 2030, como mínimo. De proseguir las emisiones de GEI a una tasa igual o superior a la actual, el calentamiento aumentaría y el sistema climático mundial experimentaría durante el siglo XXI numerosos cambios, muy probablemente mayores que los observados durante el siglo XX.

      Los cambios a escala regional abarcaban un calentamiento máximo sobre tierra firme y en la mayoría de las latitudes septentrionales altas, y mínimo sobre el océano austral y partes del Atlántico norte, como continuación de recientes tendencias observadas, y la contracción de la superficie de las cubiertas de nieve, en la mayor profundidad de deshielo en la mayoría de las regiones de permafrost, y en la menor extensión de los hielos marinos; en algunas proyecciones los hielos marinos de la región ártica desaparecerían casi completamente al final de los veranos en los últimos años del siglo XXI.

      Para los próximos dos decenios, anotaba el informe, las proyecciones indicaban un calentamiento de aproximadamente 0,2ºC por decenio para toda una serie de escenarios de emisiones. Aunque se hubieran mantenido constantes las concentraciones de todos los gases de efecto invernadero y aerosoles en los niveles del año 2000, cabría esperar un ulterior calentamiento de aproximadamente 0,1ºC por decenio. A partir de ese punto, las proyecciones de temperatura dependían cada vez más de los escenarios de emisión.

      Pues bien, estos pronósticos del año 2000 parecen haber sido superados por el informe de 2019: Riesgo de seguridad existencial relacionado con el clima: una propuesta de escenario futuro133, publicado por el Breakthrough - National Centre for Climate Restoration (NCCR), centro privado independiente fundado en 2014, en Melbourne (Australia) con el objetivo de desarrollar un liderazgo de pensamiento crítico para influir en el debate nacional sobre el clima y la formulación de políticas134.

      Los autores del informe, el director de investigación del instituto australiano, David Spratt, e Ian Dunlop, exejecutivo de Shell y la Asociación Australiana del Carbón, advierten que si no se toman medidas para revertir la situación, en 2050 la humanidad se podría enfrentar a “un mundo en el colapso social y el caos absoluto”, y afirman que al ritmo actual los sistemas ecológicos y la sociedad humana llegarán a un punto de “no retorno” a mediados de siglo XXI, la Tierra ya será “en gran medida inhabitable” y conducirá a la “desintegración de las naciones y del orden internacional”. Estos escenarios, aparentemente catastróficos, son mucho más probables de lo que se supone convencionalmente, sostiene el documento, pero casi imposibles de cuantificar porque “no corresponden a la experiencia humana de los últimos mil años”, debido al carácter emergente y a la complejidad de la crisis que vivimos.

      El escenario del clima en el año 2050 que se presenta en este estudio señala que si no cambian los modelos de negocio de las industrias altamente carbonizadas la Tierra probablemente sufrirá al menos 3ºC más de calentamiento global, lo cual causaría la destrucción de ecosistemas claves, incluyendo “los sistemas de arrecifes de coral, la selva amazónica y el Ártico”, lo cual coincide con el Informe Especial del IPCC de 2018. Alrededor de 1000 millones de personas se verían obligadas a reubicarse, y 2000 millones se enfrentarían a la escasez de suministros de agua. La agricultura colapsará en los países subtropicales y la producción de alimentos se verá dramáticamente afectada en todo el mundo. El informe también cuestiona los objetivos del Acuerdo de París:

      Incluso con un calentamiento de menos de 2°C, más de mil millones de personas tendrían que ser reubicadas. La escala de la destrucción está más allá de nuestra capacidad de modelar, con una alta probabilidad de que la civilización humana llegue a su fin135.

      A pesar de que en el año 2007 se constató que el cambio energético debería ser el eje de las acciones climáticas globales, y de que el Panel de Científicos recomendó a la energía nuclear de fusión como una de las tecnologías clave para la mitigación del calentamiento global (en su Cuarto Informe), el Protocolo de Kioto no solo decidió excluir esta forma de energía, sino descartarla, incluso, como una opción de transición hacia un esquema futuro conformado por una mezcla de energías renovables y energía nuclear de fusión. Esto determinó el panorama energético global, especialmente en Estados Unidos y Europa, entre 2007 y 2020, los años que han debido considerarse decisivos para hacer la transición energética136.

      En el año de 2007 nos aproximábamos, sin duda, a un mundo más vulnerable. A un mundo nuevo y a un peligro creciente para las condiciones de la vida.

      Cuando el hombre cambia el entorno a una velocidad demasiado rápida, digamos, por ejemplo, convirtiendo los inmensos océanos de petróleo que hay en la corteza terrestre en un gas en la atmósfera de la Tierra, crea una situación en que el entorno cambia mucho más de prisa que su propia velocidad de adaptación [escribió el Dalai Lama].

      Las vulnerabilidades claves estarían asociadas a gran número de sistemas climáticos sensibles, como