Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos


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que las mediciones comenzaron hace 130 años”, y agregó que “la diferencia es que hoy ya no nos queda mucho tiempo para implementar medidas que contengan la hecatombe”. Recordó su advertencia de 1988 y se preguntó por qué, pocos años después de aquella primera advertencia el presidente de los Estados Unidos, George H. W. Bush, decidió no ratificar el Protocolo de Kioto129. En ese momento el mundo ya contaba con mucha más evidencia científica sobre la amenaza global.

      Hansen también sabía (supongo) que muchos años atrás, en 1939, el ingeniero británico Guy Stewart Callendar había sido más exacto, más explícito y aún más contundente que todos los de su época. Callendar, que no era formalmente un científico sino un investigador empírico, formuló en 1939 en la revista Metereological Magazine la teoría del cambio climático antropogénico, y su dependencia del dióxido de carbono, tal y como la entendemos hoy:

      A medida que el hombre cambia hoy en día la composición de la atmósfera a una velocidad excepcional a escala geológica, resulta apropiado investigar el efecto probable de tal cambio. De las mejores observaciones de laboratorio, parece ser que el efecto principal del incremento del dióxido de carbono de la atmósfera, aparte de una pequeña aceleración de la erosión de las rocas y el crecimiento de las plantas, sería un incremento gradual de la temperatura media de las regiones más frías de la Tierra130.

      Pero Hansen, tal vez recordaría otro dato más: en 1953, otra vez en The New York Times, había aparecido un artículo de información general que explicaba bastante bien este fenómeno, que afirmaba que:

      Como el cristal de un invernadero, el dióxido de carbono en el aire previene el desalojo de la radiación de onda larga (calor) procedente del suelo, aunque permite que la radiación de onda corta procedente del Sol pase a su través. Cuando la cantidad de ese gas se eleva, la cubierta atmosférica retiene más calor cerca de la superficie terrestre. Al mismo tiempo, la parte alta de la atmósfera no pierde tanto calor al espacio como antes […] Este efecto puede llevar a una disminución de las precipitaciones y de la cubierta de nubes, por lo que una mayor cantidad de luz solar podría alcanzar la superficie terrestre. De esta manera, el hombre tiende a hacer su clima más cálido y seco; de producirse una disminución del dióxido de carbono, resultaría un clima más frío y húmedo131.

      Y la revista Mecánica Popular, tan popular en aquellos tiempos, tal vez haciendo eco del artículo mencionado, publicó esto en su número de agosto de 1953:

      Figura 7. Facsímil de la publicación de Mecánica Popular (Popular Mechanics) de agosto de 1953

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      Y, después, en 1955, el científico John von Neumann publicó en la revista Fortune:

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      Testimonio sobre James Hansen, 30 años después.

      Desde el comienzo de la revolución industrial, la humanidad ha estado quemando combustibles fósiles (carbón, petróleo, etc.) y añadiendo carbono a la atmósfera en forma de dióxido de carbono. En 50 años o así, este proceso puede llevar a un efecto violento en el clima de La Tierra132.

      El panel de científicos

      Pues bien, en 1988 (como ya he dicho) se creó el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), con el fin de que facilitara evaluaciones integrales acerca del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el tema, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta. Desde entonces, el IPCC ha preparado cinco informes de evaluación de varios volúmenes. El IPCC también prepara metodologías y directrices para los inventarios nacionales de gases de efecto invernadero mediante el Grupo de Trabajo tfi, y cuenta con el Grupo de Trabajo sobre Escenarios para la Evaluación del Impacto y el Clima (TGICA) que facilita una amplia disponibilidad de los datos relacionados para permitir la investigación y el intercambio de información entre los tres grupos de trabajo. Es de anotar que este grupo no elabora escenarios de emisiones, ni escenarios climáticos o de otro tipo para el IPCC, ni toma decisiones en cuanto a la elección de esos escenarios para su uso en las evaluaciones; tampoco realiza actividades de modelización o investigación.

      El Cuarto Informe de Evaluación (CIE, 2007), publicado con el título Cambio climático 2007 en Valencia (España) en cuatro volúmenes y en sucesivas entregas a lo largo del año, ofrece una síntesis que aborda específicamente los aspectos de interés para los responsables de las políticas, en el cual confirma que el cambio climático es ya una realidad, fundamentalmente por efecto de las actividades humanas; ilustra los impactos del calentamiento mundial que está ya acaeciendo y el potencial de adaptación de la sociedad para reducir su vulnerabilidad, y ofrece un análisis de los costos, políticas y tecnologías que traerá aparejada una limitación de la magnitud de los cambios futuros.

      Algunas de las principales conclusiones del Informe CIE (2007) fueron:

      • El calentamiento del sistema climático es inequívoco, como evidencian ya los aumentos observados del promedio mundial de la temperatura del aire y del océano, el deshielo generalizado de nieves y hielos, y el aumento del promedio mundial del nivel del mar.

      • De los doce últimos años (1995-2006), once figuran entre los doce más cálidos en los registros instrumentales de la temperatura de la superficie mundial desde 1850. La tendencia lineal a 100 años (1906-2005), cifrada en 0,74 °C [entre 0,56 °C y 0,92 °C] es superior a la tendencia correspondiente de 0,6 °C [entre 0,4 °C y 0,8 °C] (1901-2000) indicada en el Tercer Informe de Evaluación (TIE). Este aumento de temperatura está distribuido por todo el planeta y es más acentuado en las latitudes septentrionales superiores. Las regiones terrestres se han calentado más rápido que los océanos.

      • El aumento del nivel del mar concuerda con este calentamiento. En promedio, el nivel de los océanos ha aumentado, desde 1961, en promedio 1,8 [entre 1,3 y 2,3] mm/año, y desde 1993, 3,1 [entre 2,4 y 3,8] mm/año, en parte por efecto de la dilatación térmica y del deshielo de los glaciares, de los casquetes de hielo y de los mantos de hielo polares.

      • La disminución observada de las extensiones de nieve y de hielo concuerda también con el calentamiento. Datos satelitales obtenidos desde 1978 indican que el promedio anual de la extensión de los hielos marinos árticos disminuyó en un 2,7 % por decenio, con disminuciones estivales aún más acentuadas, de 7,4%; por su parte, los glaciares de montaña y la cubierta de nieve disminuyeron en ambos hemisferios.

      • Entre 1900 y 2005 la precipitación aumentó notablemente en las partes orientales del norte de América del Norte y del Sur, en Europa septentrional y en Asia septentrional y central, aunque disminuyó en el Sahel, en el Mediterráneo, en el sur de África y en ciertas partes del sur de Asia. Es probable que en todo el mundo la superficie afectada por las sequías haya aumentado desde el decenio de 1970. Y es muy probable que en los últimos 50 años los días y noches fríos y las escarchas, hayan sido menos frecuentes en la mayoría de las áreas terrestres; y que los días y noches cálidos hayan sido más frecuentes.

      • En promedio, las temperaturas del hemisferio norte durante la segunda mitad del siglo XX fueron, muy probablemente, superiores a las de cualquier otro periodo de los últimos 500 años, y probablemente las más altas a lo largo de, como mínimo, los últimos 1300 años.

      El informe daba cuenta de las afectaciones que ya se podían observar en los ecosistemas terrestres, marinos y costeros, señalando, por ejemplo, que:

      • Los cambios experimentados por la nieve, el hielo y el terreno congelado habían incrementado el número y extensión de los lagos glaciales, acrecentado la inestabilidad del terreno en regiones montañosas y otras regiones de permafrost, e inducido cambios en ciertos ecosistemas árticos y antárticos.

      • Algunos sistemas hidrológicos también se veían afectados, tanto en un aumento de la escorrentía y en la anticipación de los caudales máximos primaverales, en numerosos ríos alimentados por glaciares y por nieve, como en sus efectos sobre la estructura térmica y la calidad del agua de ríos