Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos


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de la izquierda y de la derecha, por el marxismo-leninismo y por el desarrollismo neoliberal que han impedido nuestro buen vivir.

      Julio Carrizosa Umaña

       A quienes conmigo van…

      He escrito este libro con sentido de urgencia. Es el año de 2020. Me encuentro, como casi todos los humanos de este tiempo, confinado. Una pandemia, que empezó en un mercado de pescados de China, a finales de 2019, se extendió por todo el mundo, y ya cobra millones de infectados. Hoy es 13 de octubre de 2020. Los efectos de la crisis son más devastadores que lo que pensábamos. La Organización Mundial de la Salud ha revelado que el duelo, el aislamiento, la pérdida de ingresos y el miedo están generando o agravando trastornos de salud mental en el 93 % de los países del mundo. Ha aumentado el consumo de alcohol o drogas y afecciones como el insomnio y la ansiedad. Un estudio llevado a cabo entre junio y agosto de 2020 reveló que la Covid-19 puede traer complicaciones neurológicas y mentales, como estados delirantes, agitación o accidentes cerebrovasculares*. No obstante, este no es un relato sobre la crisis, sino una argumentación de la esperanza, por eso pido escuchar (aquí, para empezar) una canción que se conoce desde el siglo XV, y que forma parte del romancero fundacional de nuestra lengua: el “Romance” del conde Arnaldos. Esta especie de ‘descanción de la esperanza’ —“yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”— se ha venido cantando desde los tiempos en que la vida humana era una suerte de armonía en ebullición (que ahora hemos perdido) entre los seres humanos y los demás seres vivos**.

      Algunos textos de este libro funcionan de manera independiente. Los lectores pueden ir a ellos siguiendo esta especie de bitácora para organizar sus navegaciones. El mar es turbulento (no los voy a engañar). Pero, aunque hay puertos felices, no es fácil llegar a ellos. Este es el desafío: mirar la crisis desde una perspectiva de complejidad para alcanzar los puertos difíciles. Quienes quieran esquivar las tempestades pueden ir directamente a la página 165. Ahí está “la armonía que perdimos”. Lo que podemos hacer para recuperarla. No hay fórmulas simples, pero sí una fuerza en expansión, viento ligero del sur que empuja la esperanza desde el corazón de los más jóvenes. Las coordenadas están dispersas a lo largo del texto (en forma de poesía, música, pintura, notas, frases destacadas; los códigos QR son los faros), pero el motor de la esperanza está en la página 403. Los dos capítulos iniciales pueden leerse como una introducción. No le llamé así debido a que es algo larga. Pero funciona como diagnóstico del mundo en que vivimos, y examina la emergencia climática en clave Covid-19. Los dos veranos reseñados resultan claves para entender la manera como se fue agravando la crisis, especialmente entre 2007 y 2018; también fue durante esta década que se profundizó el divorcio entre la ciencia y la política. Intenté atenuar lo triste de las burocracias con algunos paisajes de verano. Si quieren ir al del 2007, los invito a la plaza Margarita Xirgú de Madrid (ver página 93), pero si lo que prefieren es un verano aún más caliente, vayan a la página 113. El tema de la bifurcación es esencial; está entre las páginas 165 y 225. A quienes se interesan por el porqué de las cosas les sugiero empezar por el principio. Este libro es eso: una larga reflexión sobre el porqué. Desde la página 367 intento contestarme la pregunta de Baltazhar: ¿hemos fracasado? La respuesta es evidente, pero desde la educación podemos enmendar los errores sistémicos y construir un futuro ladrillo a ladrillo (capítulos 7, 8, 9 y 11). Acertar en el diseño de las infraestructuras tecnológicas de las transiciones es definitivo. Estas opciones deben examinarse primero en las universidades y los centros de pensamiento. En la página 151 me refiero a la energía nuclear de fisión como opción de transición hacia un futuro nuclear de fusión atómica. Invito a las grandes acciones (páginas 148, 161 y 225) desde mi experiencia docente (páginas 283 y 291) para lo cual es útil repensar el activismo ecologista (página 273) y concebir una educación para la acción (página 263). Jean-François Millet hizo su cuadro del Ángelus en 1859 (página 439). Salvador Dalí acabó Reminiscencia arqueológica del ángelus de Millet en 1934. La portada de este libro sugiere la evolución de la crisis entre los siglos XIX y XX. La relación entre los seres humanos y la tierra. Ahí está buena parte del porqué de las cosas. Y, por último, mi nieta Elena brinca por cada página, pero lo suyo va en el epílogo (página 433). ¡Buen viento y buena mar!

      Anoté algunos epígrafes para enmarcar las reflexiones que aquí ofrezco. Cierto marco de pensamientos (también faros) que otros han expresado, al tenor de otras crisis (que a lo mejor es una sola), y que la humanidad ha soportado en diferentes momentos. Me anima la esperanza de que, cuando todo esto acabe, admitiremos nuestra ‘nueva vulnerabilidad’, depondremos ciertas dosis de soberbia, y construiremos una mejor sociedad. Escribo desde las voces de quienes conmigo vienen: mis maestros, mis alumnos, mis obsesiones y mis dudas. De ellos son los epígrafes que buscan enmarcar la lectura de este libro.

      Empezaré con Sófocles, un poeta trágico de la antigua Grecia que comparte con Eurípides y Esquilo el Olimpo del teatro universal. Pero decir que Sófocles me acompaña (año 496 a. C.) sería una muestra de pedantería tal que no quisiera ofrecer como abrebocas. Entonces diré que la cita que he escogido la obtuve no de Sófocles, sino de Malcolm Lowry, este sí, contemporáneo de mis días. Lowry, quien alcanzó a escribir que la única esperanza es el próximo trago, puso este epígrafe de Sófocles en su novela Bajo el volcán, una de mis obsesiones más felices:

      De cuantas maravillas pueblan el mundo, la mayor, el hombre. A la Tierra también, la anciana diosa, incansable, inmortal, ha domeñado con sus ágiles mulas […] su avance no detiene azar alguno, y no hay dolencia que le salga al paso que a soslayar no acierte. De solo un mal no escapa: de la muerte1.

      Mi abuelo era irlandés —por lo tanto, testarudo y escéptico—; gustaba espolear mi prepotencia juvenil con un verso de William Yeats: “Things fall apart; the centre cannot hold” (las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir). Yeats escribió este verso en su poema “El segundo advenimiento” a principios del siglo XX. En 1977, lo retomó Theodore Roszak e hizo, tal vez, una reinterpretación optimista de aquel mensaje en su libro Persona/planeta. Lo que había escrito Yeats es que:

      La anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre, y por doquier se anega el ritual de la inocencia; los mejores no tienen convicción, y los peores rebosan de febril intensidad. Se aproxima el segundo advenimiento2.

      Pero Roszak, que era norteamericano y (por lo tanto) más optimista que Yeats, matizó que aunque era cierto que algunas veces las sociedades se desmoronan, también lo era que (en algunos casos) liberaban energías afirmadoras de vida; de manera que aquello que podía haber parecido anarquía fatal o ‘desmoronamiento valórico’ desde el punto de vista del centro cultural establecido, podía ser, en realidad, el conflictivo nacimiento de un nuevo y apropiado orden más humanamente social3. Creo que lo ocurrido, por lo menos durante los diecinueve siglos posteriores al aserto de Sófocles, confirma de alguna manera su sentencia. El hombre era la mayor maravilla de las que poblaban el mundo. Me pregunto si hoy lo seguirá siendo, teniendo en cuenta que, por haber intentado domeñar a ‘la anciana diosa’ Gaia, ha conseguido impactar a la esfera de la vida: la biósfera, de modo letal e irreversible. Rabindranath Tagore, educador indio del siglo XIX, vio venir al monstruo (también en los albores del siglo XX) y lo anunció en el epígrafe que da marco a este libro:

      La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo, al hombre comercial,