Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos


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y oscurecen su costado más humano, bajo la sombra de una organización sin alma4.

      Pero Tagore no alcanzó a comprobar hasta dónde el oscurecimiento de nuestro costado más humano nos llevaría como especie, como civilización y como cultura, hasta la amenaza de nuestra propia supervivencia colectiva. No alcanzó a comprobar hasta dónde la sentencia de Sófocles se quebraría durante la segunda mitad del siglo XX, pues murió (Tagore) en 1941, pero Hans Joachim Schellnhuber, reciente director emérito del Instituto Potsdam, uno de los centros de investigación científica sobre el cambio climático más reconocidos, nos completó la plana en 2019 (el hombre ya no es la mayor maravilla de cuantas pueblan el mundo):

      El cambio climático está ahora alcanzando el desenlace en el que, muy pronto, la humanidad deberá elegir entre tomar acciones sin precedentes, o aceptar que todo se ha dejado para muy tarde y sufrir las consecuencias […] si seguimos por el camino que llevamos ahora hay un gran riesgo de que acabemos con nuestra civilización. La especie humana sobrevivirá de alguna manera, pero destruiremos casi todo lo que hemos construido en los últimos dos mil años5.

      Los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) habían alertado a la humanidad, en el año 2018, sobre una acción urgente que debían emprender las sociedades: implementar, antes de 2030, “cambios de gran alcance y sin precedentes” para abandonar la economía intensiva del carbono y aspirar a un salvamento integral de la vida. Pero diez años parecían un periodo demasiado corto para realizar los grandes cambios. Este inusitado “laboratorio de sociedad baja en carbono” al que nos obligó la pandemia puede ayudarnos a acelerar los procesos de cambio estructural. Pero también puede empujarnos hacia un abismo inédito, si no aprendemos las lecciones de la crisis y preferimos la inercia de la inacción.

      Creo que una cruzada educativa global pensada no para los próximos diez años, sino para un periodo mucho más largo, puede garantizar el tránsito hacia una nueva sociedad, y con ello detener la doble amenaza que hoy nos arrincona. La amenaza del Antropoceno y la amenaza de la gobernanza global. Dos procesos en trance de desmoronamiento valórico. La amenaza del Antropoceno se manifiesta mediante la emergencia ambiental y climática global; y la amenaza de la gobernanza global puede comprobarse en el crecimiento de las desigualdades, el aumento de la pobreza, los estados fallidos, las precarias democracias y la amenaza nuclear.

      El tránsito hacia una nueva sociedad debe empezar ya; durante la pandemia (periodo incierto), cabalgando entre sus miedos e incertidumbres, desafiando la cotidiana muerte de miles de seres humanos y afirmando, por encima de todo, la vida. Escribo desde mi experiencia como profesor universitario. Desde mi puesto de ser humano al que le fue dado transitar entre los siglos XX y XXI, el periodo de formación, y quizá de desenlace, de la crisis del cambio global. Escribo en calidad de testigo del Antropoceno. Durante el tiempo de los más fabulosos avances tecnológicos alcanzados por la más alta ciencia que hemos labrado a través de siglos de cultura y civilización humanas, podemos constatar que la doble amenaza que nos acecha —la crisis climática y el debilitamiento de las democracias— son producto del pensamiento del Hombre.

      Noam Chomsky les ha llamado “las amenazas gemelas” (Cooperación o extinción, Penguin Random House, 2020), pero el cambio global y las armas nucleares de destrucción masiva son quizá las más complejas elaboraciones de un pensamiento humano que ha venido refinándose desde cuando Nicolás Copérnico, Galileo, Kepler, Descartes y Newton dieron forma a una ciencia prometeica que, sin embargo, hemos usado como armas de doble filo. Estas dos amenazas son bélicas. El carácter guerrero del armamentismo nuclear es evidente, el otro es menos conocido. Andrew Harper, asesor especial sobre Acción Climática de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), se ha encargado, recientemente, de recordarlo: “Es una guerra contra la naturaleza. Nosotros la hemos desencadenado y estamos pagando las consecuencias. La gente está huyendo para poner a salvo su vida”6.

      Habíamos aprendido a usar los recursos naturales para el bienestar colectivo, pero inventamos también la forma de acabar con ellos hasta la extinción de innumerables especies y ecosistemas; consagramos el esfuerzo colectivo del progreso al propósito de crecer de manera ilimitada (como si este fuera un planeta infinito) y logramos la proeza de desestabilizar las condiciones físicas y químicas de la atmósfera, algo que ninguna otra civilización había logrado. Cuando nos dimos cuenta de que podíamos aprovechar las formulaciones teóricas de la física clásica para dar el gran salto ‘en hombros de gigantes’ que significó la mecánica cuántica, decidimos usar aquel conocimiento simultáneamente para la vida y para la muerte. Para la producción de energía nuclear y de armas nucleares. Parece que no habíamos quedado satisfechos con los resultados de la Primera Guerra Mundial (1914-1917) y decidimos prepararnos en serio para la segunda, y después para la tercera. Niels Bohr y Werner Heisenberg y Robert Oppenheimer y Leo Szilard y Jonh von Neumann y Enrico Fermi y Albert Einstein se emplearon a fondo en los proyectos Manhattan y Uranio. Parecían competir por el hallazgo de una gran solución para la vida, cuando, en realidad, lo hacían para la muerte; así se comprobó el 6 de agosto de 1946 en Hiroshima y Nagazaki. Sin embargo, esos mismos principios teóricos habrían de servirles a Rutherford, Planck, Hahn, Fermi, Meitner y algunos otros para desarrollar la energía nuclear para usos pacíficos7. Chomsky publicó sus advertencias en medio de la pandemia, y sus pensamientos han removido los míos sobre la urgencia de abandonar la perspectiva ecologista tradicional que rechaza el uso de la energía nuclear de fisión como energía de transición hacia un futuro libre de carbono8. Propongo adoptar una actitud favorable a este uso de energía mediante un nuevo tipo de ambientalismo: el ambientalismo nuclear. Y me apoyo en quien iluminó el camino sobre esta nueva realidad, James Lovelock:

      Debemos vencer el miedo y aceptar la energía nuclear como una fuente de energía segura y probada que causa perjuicios mínimos a escala global. Hoy es tan fiable como puede serlo cualquier otro sistema en el que intervenga la ingeniería humana, y tiene las mejores estadísticas de seguridad de todas las fuentes de energía a gran escala9.

      Una de las primeras alertas que lanzaron los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) fue la de que podría haber nuevas enfermedades, pandemias, zoonosis y mutaciones biológicas en los ecosistemas intervenidos artificiosamente por el Hombre. En el año 2015 apareció un artículo del investigador Boris Schmid en la revista PNAS. Allí se explicaba cómo el clima podía crear una pandemia. El autor recordó que la peste negra, que diezmó la población europea a mediados del siglo XIV (la bacteria Yersinia pestis, que desapareció en el siglo XIX), surgió como consecuencia de una zoonosis. Los investigadores estudiaron las condiciones climáticas que precedieron a la propagación de la enfermedad, recopilando datos epidemiológicos de más de 7700 brotes de peste y en los anillos de los árboles de varias regiones de Asia Central. El trabajo sostiene que los diversos brotes de peste en Europa fueron consecuencia de diferentes eventos climáticos. Pues bien, a pesar de que ya se han publicado numerosos artículos, corroborados por estudios científicos, sobre el hecho de que los nuevos virus están asociados a la destrucción de los ecosistemas, la deforestación, el tráfico de animales silvestres, la expansión de los monocultivos y el cambio del uso del suelo, la mayoría de los análisis sobre la pandemia parece ignorar estas evidencias.

      Me he preguntado muchas veces ¿por qué perdimos la armonía que tuvimos? Y he corroborado, ya en los primeros veinte años del siglo XXI, lo que pensó Roszak en la segunda mitad del siglo XX, cuando escribió, en su libro El nacimiento de una contracultura, que la angustia ambiental de la Tierra ha afectado nuestras vidas como una transformación radical de la identidad humana10. En medio del encierro del coronavirus, he tenido días en que pierdo la esperanza y días en que la recupero. He tenido, incluso, días de una esperanza demencial (como escribió Ernesto Sábato). Momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Escribo desde esta perspectiva: la de poder impulsar, desde la educación, la construcción de una sociedad más humana. Creo que eso bastaría para empezar a recuperar la esperanza. Por eso haré mías las palabras que escribió Sábato, hace más de veinte años, en su libro La resistencia, y que parecen haber sido escritas (sentidas, pensadas) para uno de estos días difíciles que estamos viviendo:

      Este