que se encuentra a nuestro alrededor”. Y el neurofisiólogo Donald Hebb concluye que “El ‘mundo real’ es una construcción, y algunas de las peculiaridades del pensamiento científico se hacen más inteligibles cuando este hecho es reconocido”.
La distinción crítica es entre el mundo y nuestra experiencia del mundo. Lo que experimentamos no es la realidad externa, sino una construcción de sentido, una forma particular de organizar nuestras percepciones de acuerdo con reglas de interpretación. Estas reglas, los supuestos básicos de nuestro modelo mental, no son verdaderas ni falsas; son sólo reglas. A veces sirven, a veces no; a veces conviene aplicarlas, a veces conviene cambiarlas. Pero es imposible discriminar acerca de su utilidad cuando estas reglas se convierten en verdades dogmáticas. Por eso el primer paso de toda transformación es ver a los supuestos como tales, siempre sujetos a revisión y examen.
El mapa del equilibrio interno que estamos dibujando tiene la siguiente estructura:
Quiero A, porque estoy comprometido a conseguir B. Pero me descubro haciendo cosas, como C, que van en contra de mi objetivo. Hago estas cosas porque también estoy comprometido a conseguir D.
En esta estructura hay varios supuestos implícitos:
a. C es la única manera de conseguir D. Si no hago C, no podré conseguir D;
b. si no puedo conseguir D, ocurrirá algo terrible, sufriré mucho tiempo;
c. este sufrimiento es mayor que el dolor de no conseguir B;
d. por lo tanto, lo mejor es seguir actuando como hasta ahora;
e. dado que C es opuesto a A, no puedo conseguir A;
f. y como A es la única manera de conseguir B, debo resignar B.
Por ejemplo:
Quiero pedirle permiso a mi jefe para hacer un master (con el apoyo de la empresa) porque estoy comprometido con mi desarrollo profesional. Pero me descubro posponiendo la conversación una y otra vez hasta que se me hace tarde y debo esperar otro cuatrimestre. Hago esto porque también estoy comprometido a no sufrir la frustración de una respuesta negativa a mi pedido.
Los supuestos aquí son:
a. no pedir es la única manera de evitar frustrarme. Si no evito pedir, no podré evitar frustrarme;
b. si llego a frustrarme, ocurrirá algo terrible, sufriré mucho tiempo;
c. este sufrimiento es mayor que el dolor de no desarrollarme profesionalmente;
d. por lo tanto, lo mejor es seguir actuando como hasta ahora;
e. dado que no pedir es opuesto a hacer el master, no puedo hacer el master;
f. y como hacer el master es la única manera de desarrollarme profesionalmente, debo resignar mi desarrollo profesional.
Estos supuestos operan desde la inconciencia como si fueran verdades absolutas. Por eso es que a pesar de todos los argumentos racionales a favor del cambio (“Soy un cobarde, ¿cómo no voy a pedir permiso para estudiar? Igual el ‘no’ ya lo tengo, ¿qué puedo perder?”), uno sigue atascado. La única manera de salir de este pantano es desafiar el dogma comprendiendo que el razonamiento está basado en una cantidad de hipótesis nunca comprobadas. De hecho, cada una de las seis afirmaciones anteriores depende de suposiciones altamente cuestionables:
a. no pedir es una garantía de frustración en vez de una seguridad de no frustración. En el corto plazo, al no pedir uno evita el riesgo de que le digan que no, pero esta “salvación” de la frustración causada por otro se consigue mediante la frustración asegurada que uno mismo se causa al privarse de la oportunidad de perseguir lo que quiere. Esto representa una frustración mucho mayor, ya que implica −además de la no consecución del objetivo− una falta de integridad que destruye la paz interior (ver sección ‘Éxito y paz’ en el Capítulo 2, “Responsabilidad incondicional”);
b. la capacidad de frustración es algo que todo ser humano debe desarrollar para madurar. Es perfectamente posible estar en paz y sentirse feliz aun experimentando un cierto nivel de frustración. Hay muchísimas personas que no pasan por largos períodos de terrible sufrimiento cuando sus pedidos son rechazados;
c. tal vez el dolor de la frustración sea mayor que el del atascamiento profesional, pero tal vez no sea así. Esto es algo a evaluar conscientemente, en vez de simplemente asumirlo en forma automática;
d. si las premisas no son válidas, no es válida la conclusión. Quizás lo mejor sea no seguir actuando como hasta ahora. Quizás lo mejor sea pedir. Esta posibilidad abre la pregunta sobre cómo pedir. La competencia en hacer el pedido (ofreciendo un valor para la compañía, expresando claramente la oportunidad para ambas partes, siendo claro en el compromiso de contraprestación que uno está dispuesto a asumir, etc.) se convierte ahora en un factor fundamental de éxito. A partir de este punto todas las herramientas tratadas en el Tomo 2 se vuelven utilizables;
e. incluso si uno decide que lo mejor es no pedir, esto no implica que sea imposible hacer el master. Tal vez estudiando de noche o participando de un programa de fines de semana, o haciendo la carrera a distancia (por correo o Internet) sea posible hacer estudios avanzados sin el permiso de la compañía (ver la diferencia entre posiciones e intereses en el Capítulo 13, Tomo 2, “Resolución de conflictos”);
f. aun si uno no encuentra la manera de hacer un master, puede buscar otras formas de desarrollo profesional, o al menos empezar a planificar cómo modificar la situación en el futuro para poder seguir con sus estudios. Tal vez deba posponer el master, pero el simple hecho de empezar a trabajar para realizar los sueños tiene un fuerte impacto: uno se siente nuevamente coherente consigo mismo, leal a sus ideales más profundos. Esto restablece la integridad y el equilibrio psico-espiritual de la persona.
Otro ejemplo más personal sería:
Quiero tener un diálogo fluido con mi esposa. Pero me descubro ocultándole mis problemas de trabajo para no preocuparla. Esto me hace parecer hosco y huraño. Ella se molesta por mi falta de comunicación y yo me molesto porque ella no me apoya. Generalmente, ambos terminamos amargados y dolidos. Cuando lo pienso, me doy cuenta de que estoy tratando de evitar que mi esposa me rezongue. Cuando llego a casa quiero relajarme y no enfrentarme a un fiscal de distrito.
Los supuestos aquí son:
a. no contarle mis problemas a mi esposa es la única manera de evitar preocuparla. Si le cuento, ella se entrometerá y tendré que darle cientos de explicaciones;
b. si ella se inmiscuye en mis cosas, jamás volveré a vivir en paz, sufriré mucho tiempo. Probablemente esto arruine nuestro matrimonio;
c. este sufrimiento es mayor que el dolor de no tener un diálogo fluido con ella;
d. por lo tanto, lo mejor es seguir actuando como hasta ahora;
e. dado que contarle de mis problemas laborales es la única manera de tener un diálogo fluido, debo resignar mi relación con ella para poder protegerla (y protegerme) del sufrimiento.
Al igual que en el caso anterior, cada una de estas seis afirmaciones depende de suposiciones cuestionables:
a. no dialogar es una garantía de incomunicación. Si no le cuento mis problemas a mi esposa, parece que puedo evitar preocuparla, y mantenerla así fuera de mis asuntos. Pero esta “calma” aparente se consigue al precio de una turbulencia mucho más seria: la pérdida de intimidad y confianza en la relación. Esto genera una gran ansiedad, ya que amenaza las raíces mismas de la pareja. Paradójicamente, por “cuidar” la relación, termino destruyéndola;
b. la preocupación es una expresión de cariño, el deseo de cuidar de algo valioso para uno (ver Capítulo 22, “Inteligencia emocional”). La manera de resolver la preocupación es actuar para proteger aquello que uno valora y prepararse para hacer frente a su posible pérdida. Esta acción es la forma saludable de hacerse cargo de los riesgos que uno percibe. Suele ser mucho más “preocupante”