pudiese encontrarla. El pobre Cándido conocía el aprovechado mariposeo con que su mujer se ganaba la vida; visitábala alguna vez; pero ella con buenas o malas razones, según el viento o el humor reinantes, le apartaba de su lado, dándole algunos dineros que eran el mejor específico para que el marido se curase del molesto afán de sus visitas. Comprendí que Pepe el Empalmao era un sutil rufián y le prometí aceptar sus buenos servicios, tan necesarios, como dice Cervantes, en toda república bien ordenada.
Retirado de mi presenciaEl Empalmao por accidentes del servicio, volvió junto a mí Cándido Palomo, al cual le faltó tiempo para brindarme sabrosos apuntes históricos de su camarada. José Tercero, que tal era el nombre del rufián, había ido a comer el bizcocho y el corbacho del presidio por ejercer con demasiada sutileza las artes de corrupción, asistido de una mala hembra, llamada por mal nombre Marigancho, que purgaba sus delitos en la Galera de Alcalá de Henares… Dejo a un lado a éste y otros prójimos de interesante psicología, para seguir desenredando la madeja histórica. La Junta Soberana resolvió canjear con el comercio, por artículos de comer, beber y arder, gran copia de materiales existentes en el Arsenal y fortificaciones: bronces, hierros, maderas finísimas, y cuanto no tenía inmediata eficacia para la defensa de la plaza. Acordó además la Junta reforzar la guardia de la fábrica de desplatación y amenazar a varios industriales, entre ellos al marqués de Figueroa, con el embargo de sus bienes si no pagaban a la Aduana, en el término de cuatro días, los derechos de Arancel por la importación de carbón y otros efectos.
Continuaron aquellos días las salidas por mar y tierra. Resistí a las sugestiones de Gálvez para que le acompañase en una expedición que hizo a Garrucha con el Despertador y la fragata Tetuán. Creí más divertido para mí, y más eficaz para la misma Historia, salir por las calles de la ciudad con mi amigo El Empalmao a la fácil conquista de Leonarda Bravo o Leona la Brava, como vulgarmente llamaban en Cartagena a la mujer de Palomo. Pronto la encontramos, que para llegar a la gruta de tal Calipso no era menester larga exploración por tierras desconocidas. En una casa recatada y silenciosa, medianera con la vivienda y taller de las tres muchachas retozonas amigas de Fructuoso, recibió mi visita. Era una mujer bonita y fresca, bien aderezada para su oficio, cariñosa en el habla y modos, como a sus livianos tratos correspondía.
Nada advertí en Leona que justificara su fama de braveza. A mis preguntas sobre esto me contestó que la ferocidad de su genio habíala mostrado tan sólo en el tiempo que hizo vida conyugal con Palomo, por ser éste un terrible celoso atormentador y un carácter capaz de apurar y consumir a la misma paciencia. Pero que recobrada la libertad, y respirando el libre ambiente del mundo para vivir del beneficio que su propio mérito y gracias le granjeaban, se había trocado de leona furibunda en oveja mansísima. Ni fue corta ni desabrida mi visita, sino, antes bien, larga y placentera. . . . . . . . . . . . . .
No sé si en los medios o en el fin de nuestra accidental intimidad,Leona me dijo que no vivía donde estábamos sino en la parte alta de Santa Lucía. Oyendo esto acordeme de la famosa fragua mitológica y de la escuela de Floriana. A mis preguntas, sugeridas por el recuerdo de aquellos lugares, contestó la moza que existía la fragua, que el patinillo era secadero de una tintorería y la escuela depósito de cosas de barco. Las maestras puercas y legañosas que allí daban lección a los chicos harapientos del barrio, se habían largado a otra parte. Esto avivó mi curiosidad y el deseo de reconocer aquellos lugares, y pidiendo permiso a La Bravapara visitarla en su vivienda, nos despedimos hasta una tarde próxima.
II
Que la Junta Suprema de Cartagena autorizase una función dramática en el teatro Principal, representándoseJuan de Lanuza y destinando los productos a los Hospitales, no merece largo espacio en estas crónicas. Tampoco debo darlo a la expedición de Gálvez a Garrucha, extendiéndose a Vera y Cuevas de Vera, donde tuvo lucido acogimiento y pudo afanar dinero y provisiones de boca. La repetición de estas colectas a mano armada las priva de interés en el ciclo cantonal.
Mejor alimento, lector voraz, siquiera sea de golosinas, te doy contándote que guiado por mi embajador venustino José Tercero fui a visitar a La Brava en el altillo de Santa Lucía. Entramos a la vivienda de la moza por la fragua de marras, en la que forjaban clavos unos vulgarísimos y tiznados herreros, que ni la más remota semejanza tenían con los gallardos alumnos de Vulcano, y menos con el Titán hermosísimo en quien los ojos de mi fantasía vieron al creador de mil hijas de recia voluntad.
Pasamos de allí al patinillo, donde unas mujeres con las manos carminosas ponían al sol madejas de estambre recién teñido de colorado. Entramos luego en lo que fue escuela, y vi el local repleto de barriles de alquitrán, de viejas lonas y de montones de la filástica que se usa para calafatear las embarcaciones. Ni rastro hallé de objetos escolares. ¡Y pensar que allí se me representó en carne viva la ideal Floriana, educadora de pueblos, virgen y madre de las generaciones que han de redimirnos! ¡Qué cosas vio mi espíritu en aquel mísero aposento, y qué divinos embustes imaginó, pintándolos en la retina, el caldeado cerebro de este antojadizo historiador!
Introdújome Tercero en un angosto pasillo, que era pórtico de humildes viviendas numeradas. En la salita de una de éstas encontré a Leonarda con el cabello suelto, en compañía de una mujer que no era peinadora sino maestra, y que a mi amiga estaba dando lección de escritura. La Brava, con los dedos tiesos, llenos de tinta y torcida la boca, hacía tembliqueantes palotes, poniendo en ello toda su alma. La maestra, con dulce paciencia, guiando la mano de su discípula, la corregía y amonestaba… Pásmate, lector incrédulo, y abre tamaños ojos al saber que en la profesora reconocí las facciones de Doña Caligrafía, ya envejecidas y deslustradas cual si hubiera pasado medio siglo desde que la vi o creí verla en la compañía y séquito de la ideal Floriana.
Deseosa de hablar conmigo,Leona suspendió la lección, despidiendo a la momificada pendolista y a Pepe el Empalmao. Sin más ropa que la camisa y una holgada bata de colorines; sin corsé, los desnudos pies en chancletas, suelto el negro cabello abundante, Leonarda ponía la menor veladura posible entre sus corporales hechizos y los ojos del visitante. Afectuosa y comunicativa, me habló de esta manera:
«Veo que te asombras de que ande yo en estos jeribeques de la escritura. Pues sabrás que no me contento con ser lo que soy al modo rústico y ordinario. Me enloquece la ambición. Desde que me metí en este vivir arrastrao, la mirilla en que tengo puestos los ojos de mi alma es Madrid… Quierodirme a la Corte, donde podré ser mujer alegre con más aquél que aquí, luciendo y aprovechando lo que Dios me ha dado… Comprenderás, querido Tito, que no puedo ir hecha una burra, pues entonces no me saldría la cuenta, que aquél no es un público de patanes sino de personas principales y de posibles. Yo sabía leer a trompicones, y ahora esta pobre maestra que aquí has visto, vecina mía, por dos reales que le doy un día sí y otro no me enseña la lectura de corrido, y además me da lección de escritura, empezando por tirar de palotes que es muy duro ejercicio… Pienso yo que la ilustración es necesaria aun para las que andamos en tratos… ya me entiendes… En Madrid haré vida de libertad, pero mirando a lo elegante y superfirolítico. Como en ello están todos mis pensamientos, pongo gran atención en el habla de los señores con quienes una noche y otra noche tengo algo que ver, y cuantas palabritas o frases les oigo, que a mí me parecen finas, las atrapo y me las remacho en la memoria para soltarlas cuando vengan a cuento. Ya sé decir: a tontas y locas, de lo lindo, en igualdad de circunstancias,partiendo del principio, permítame usted que le diga,mejorando lo presente, tengo la evidencia, seamos imparciales,bajo el prisma, bajo la base…».
Discretísimo y práctico me pareció el anhelo de aquella pobre criatura, que no sabiendo salir de su esfera mísera trataba de ennoblecerla y darle asomos de dignidad. Felicité sinceramente a La Brava, incitándola a que se esmerase en engalanar con flores, siquiera fuesen de trapo, el camino vicioso que había de seguir, siempre que su destino no le marcara otro mejor aunque menos bonito. Puso ella a sus confidencias el remate de esta profecía: «Con lo poquito que ya sé, y lo que he de aprender, no será difícil que en Madrid me salga un marqués viejo, rico, baboso, a quien yo pueda manejar como un títere, que me ponga casa elegante, con alfombras y cortinones de seda, y me vista con toda la majeza del siglo. Pa entonces tendré coche y me pasearé muy repantigada por las alamedas que llaman el Retiro y la Fuente Castellana»… Después de esto vino la peinadora. Del tiempo transcurrido desde la