Benito Pérez Galdós

Episodios Nacionales: Napoleón en Chamartín


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con Bonaparte, ni este ha hecho nada que menoscabe su fama de hombre de buenas costumbres.

      – Cierto es – dijo Castillo, – pero si usía me lo permite, le haré una observación, y es que el pueblo no entiende de esas metafísicas, y al verse engañado y oprimido por un tirano y bárbaro intruso, no debemos extrañar que le ridiculice y aun le injurie. El pueblo es ignorante, y en vano se le exige una decencia y compostura que no puede tener, razón por la cual yo me inclino a perdonarle estas chocarrerías si conserva la dignidad de su alma, donde el grande sentimiento de la patria como que disimula y oscurece los rencorcillos pequeños y vituperables.

      – No me defienda Vd. tales chocarrerías, padre – repuso Amaranta. – ¿Tiene perdón de Dios este otro impreso que ahora leo? Oiga Vd. el título: Lo que pueden cuatro borrachos, o sea despique al vil dictado con que se han querido oscurecer los honrados procedimientos de un pueblo fiel a su religión, rey y patria.

      – La obra – dijo riendo el fraile, – tiene traza de no ser un segundo D. Quijote ni mucho menos; pero en su mismo título hallará vuecencia la explicación del llamar borrachos a los Bonapartes, dictado que tanto repugna a mi señora condesa. Cierto que los Bonapartes no son borrachos, y harto sabemos que el pobre rey José ni por pienso lo bebía; pero el pueblo no lo entiende así, del mismo modo que jamás dejó de llamarle tuerto, aunque harto bien pudo reparar la hermosura de sus dos ojos. El pueblo le llamó borracho y tuerto sin motivo, es cierto; pero ¿tienen razón los franceses en llamar insurgentes, bandidos y ladrones de caminos a los héroes que en los campos de batalla defienden generosamente la independencia patria?

      – Convengo en ello – contestó Amaranta; – pero la cosa más justa si se hace con malas formas, parece como que se deslustra y encanalla. Vea Vd. Para hacer una pintura de las calamidades ocasionadas por la guerra, no era preciso que el autor de este papel lo titulara Inventario de los robos hechos por los franceses en los países donde han invadido sus ejércitos.

      – Señora, convengo que al autor se le ha ido un tanto la mano en la forma – dijo Castillo; – pero por lo poco que de este libro he leído, me parece que dice verdades como el puño.

      – ¡Y tan como el puño! – exclamó Salmón alzando los ojos de un libelo cuyas páginas recorría a la ligera. – Pues lo que es este que al azar ha caído en mis manos, tiene unas explicaderas…

      – ¿Cuál?

      – Es de lo más gracioso y bien parlado que imaginarse puede. Su anónimo autor lo titula Carta primera de un vecino de Madrid a un su amigo, en que le cuenta lo ocurrido después de la prisión del execrable Godoy, hasta la vergonzosa fuga del tío Copas. La agudeza de los dichos, la oportunidad de los chistes, apodos y chanzonetas es tal, que harían reír a la misma seriedad.

      – ¡Bonito modo de escribir la historia! Y ese palurdo vecino de Madrid, que sin duda será algún sacristán rapavelas o bodegonero del Rastro, ¿qué entiende de execrables Godoyes ni otras zarandajas?

      – ¿Pues no ha de entender, señora? – dijo el padre Castillo. – A veces en personas rudas y zafias se ve mejor sentido y criterio de las cosas que en las ilustradas y quizás por su misma ilustración desvanecidas. Lo que les falta es el decoro en la forma. Oiga mi señora condesa una observación que quiero hacerle. Entre esta multitud de papeles, que los libreros de Madrid le envían para que coleccione todo lo publicado, hay tal balumba de despropósitos y estolideces, que sería más necio y simple que sus autores el que dejara de reconocerlo así. Pero en medio de tanta faramalla, encuentro algunos productos del ingenio que suspenden, cautivan y enamoran, por ser fruto espontáneo de la mente popular, como lo son las heroicas acciones que desde el principio de la guerra estamos presenciando. Vea vuecencia: aquí hay una Convocatoria que a todos los pastores de España dirige un mayoral de la sierra de Soria para la formación de compañías de honderos. Este es un hombre ignorante, cuya actividad e interés por la patria no puede menos de elogiarse. También merece encomios lo que ha escrito esta doña María Piquer y Pravia, con el título de ¿Qué es héroe? Exhortación a los jóvenes españoles, pues todo lo que tienda a encender los alientos de la juventud en las actuales circunstancias, es digno de aplauso. No le negaré tampoco los míos a estos Cargos que hace el tribunal de la razón de España al Emperador de los franceses, porque los tales cargos están hechos con mesura; ni tampoco a este Engaño de Napoleón descubierto y castigado, obra en que se manifiesta con claridad la infidelidad del Emperador en sus convenios con España, porque todo cuanto se diga acerca de la manera desleal y traidora con que nos declararon la guerra, me sabe siempre a poco. No seré tan benévolo con esta Carta del licenciado Siempre y Quando al Doctor Mayo de 1808, porque me repugnan las formas chocarreras en formales asuntos, ni daré dos higos por esta Alegoría poética que descubre las iniquidades del más perjudicial y maligno hipócrita del mundo, Bonaparte, porque ya dije que este afán de tratar en malos versos lo que está pidiendo a gritos clara y valiente prosa, me indigna y pone fuera de mí.

      – Gracias a Dios – dijo entonces Amaranta, – que encuentro entre esta garrulería una obra de reconocida utilidad durante los tiempos de guerra. Vea Su Reverencia: Arte universal de la guerra del príncipe Raimundo de Montecuculi.

      – En efecto, señora: yo daría un par de abrazos y otros tantos apretones de manos a Quiroga y Burguillos, que son impresores y editores de esta gran obra. Y aquí veo otra a cuyo autor le pondría yo en los cuernos de la luna, pues no conozco hoy por hoy tarea más meritoria que escribir un Prontuario en que se hallan reunidas las obligaciones del soldado, cabo y sargento para la pronta metódica instrucción de las compañías. Vea mi señora condesa, cómo también sacamos pepitas de oro puro del escorial de este montón que tenemos delante. Aquí veo la Higiene militar o arte de conservar la salud del soldado en guarniciones, marchas, campamentos, hospitales, etc. Queden a un lado, para que no se confundan con lo demás; y en su compañía vaya El buen soldado de Dios y del Rey, libro donde se asocian las máximas militares con las cristianas. Esto me parece muy del caso, pues será mejor soldado aquel que lleve en su corazón la fe, única fuente de toda heroica acción y de la humildad y obediencia, que mantienen la disciplina, remedo mundano del divino orden puesto por Dios a la autoridad religiosa.

      – Pues hagamos aquí un apartado de los buenos libros – dijo la condesa graciosamente, reuniendo los que el fraile le indicaba.

      – Pero tate, señora mía – dijo este, – que me parece que en ese departamento de las cosas buenas se ha colado El laurel de Andalucía y sepulcro de Dupont, que, aunque muy patriótica, es de las más necias y enfadosas comedias que se han impreso en estos tiempos. Vaya fuera, y lléveselo Salmón si quiere leerlo, y en su lugar póngase esta Colección de proclamas, bandos, diversos estados del ejército y relaciones de batallas, que por ser un conjunto de documentos fehacientes, será en día no lejano de grande interés para la historia, que en tales tesoros se alimenta y bebe la verdad, sin la cual no puede vivir. ¿Pero qué libro es ése que con tanta atención vuecencia lee?

      – Leo – repuso la condesa – las Poesías patrióticas de D. Manuel Josef Quintana, que ahora salen por segunda vez a luz. Este tomo contiene la Expedición de la Vacuna, las odas a Juan de Padilla, a España libre, al panteón del Escorial y a la Invención de la imprenta.

      – ¡Oh! – exclamó el padre Castillo. – Bien lo decía yo: no pepitas de oro, sino perlas orientales habían de aparecer entre esta balumba. Póngame vuecencia a ese poeta sobre las niñas de mis ojos, pues no me canso nunca de leerlo, y es tan grande el encanto que en mí producen su fogosa entonación, su grave estilo, su arrebatado estro, su numerosa cadencia, la gallardía de las imágenes, la verdad de los pensamientos, la elegancia de los símiles, la escogida casta de todas las voces y frases, que me olvido del apasionamiento y saña con que ataca institutos y personas que yo a causa de mi estado no puedo menos de reverenciar. Pero tal es el privilegio del arte cuando da en buenas manos; y es que enamora con la forma aun a aquellos ánimos a quienes no puede conquistar con las ideas.

      – Quítenmelo de delante – dijo Salmón, – y no pongan a ese autor ni a cien leguas del de esta composición que ahora tengo en la mano: Godoy, sátira por D. José Mor de Fuentes.

      – Pues si Su Paternidad es tan entusiasta de Mor de Fuentes, nosotros se lo regalamos, para que