la carta y que la quería engañar, por lo cual no pensaba darme el plato de guindas ni el pan ofrecidos. Se puso a gruñir y me llamó mal criado y bestia. Gasparó echaba sangre del dedo de un pie y la monjita le lió un trapo; pero las guindas… nones. Por fin, amigo Andrés, todo se arregló porque vino el mismo Sr. Carrillo, con lo cual la señora me dio las guindas y el pan y eché a correr fuera del convento.
– Lleva este chico a tu casa para que le cuide tu hermana – dije reparando que el pobre Gasparó sangraba aún del pie.
– Después – me contestó. – He guardado algunas guindas para Siseta.
– Muchachos – gritó Manalet que se había alejado con sus compañeros y volvía a la carrera – por la calle de Ciudadanos va el gobernador con mucha gente, muchas banderas; delante van las señoras cantando, y los frailes bailando, y el obispo riendo, y las monjas llorando. Vamos allá.
Como se levanta y huye una bandada de pájaros, así corrieron y volaron aquellos muchachos, dejando libre de su infantil algazara la muralla de Santa Lucía. Yo no me moví de allí en todo el día, y las señoras nos repartieron raciones de pan y carne, ambos manjares de detestable sabor y olor; pero como no había otra cosa, fuerza era apechugar con ello, sin mostrar asco, ni repugnancia, ni desgana, para no enojar a D. Mariano.
Al anochecer, y cuando marchaba de Santa Lucía al Condestable, encontré a D. Pablo Nomdedeu en la calle de la Zapatería, donde había varios heridos arrojados por el suelo.
– Andrés – me dijo – todavía no he vuelto a mi casa. ¿Pasará algo? Creo que en la calle de Cort-Real no ha caído ninguna bomba. ¡Cuánto herido, Dios mío! La jornada ha sido gloriosa; pero nos ha costado cara. Ahora mismo estuvo aquí el gobernador visitando a esta pobre gente, y les dijo que la guarnición y los paisanos habían dejado atrás en el día de hoy a los más grandes héroes de la antigüedad.
– ¿Ha curado usted muchos heridos?
– Muchísimos, y aún quedan bastantes. Mis compañeros y yo nos multiplicamos; pero no es posible hacer más. Yo quisiera tener cien manos para atender a todos. También yo estoy herido. Una bala me tocó el brazo izquierdo; pero no es cosa de cuidado. Me he liado un trapo y no he tenido tiempo para más… ¿Qué habrá sido de mi pobre hija?
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