Morgan Rice

El Despertar Del Valiente


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bosque daba no una sensación de paz, sino una de maldad.

      Procedieron caminando tan rápido como pudieron por entre los árboles, con el hielo y nieve crujiendo debajo de sus bestias. Lentamente surgió el sonido de criaturas extrañas que se escondían en las ramas. Volteó y trató de encontrar la fuente, pero no pudo encontrar nada. Sintió que estaban siendo observados.

      Continuaron más y más profundo dentro del bosque y Kyra trató de dirigirse hacia el noroeste como su padre le había dicho hasta llegar al mar. Mientras avanzaban, Leo y Andor le gruñían a criaturas ocultas que Kyra no podía ver mientras trataba de esquivar las ramas que la arañaban. Kyra pensó en el largo camino frente a ella. Estaba excitada por su misión, pero también deseaba estar con su gente peleando con ellos la guerra que había iniciado. Ya empezaba a sentir una urgencia por regresar.

      Mientras pasaban las horas, Kyra observaba la profundidad del bosque preguntándose cuánto faltaba para llegar al mar. Sabía que era arriesgado el cabalgar en esta oscuridad, pero también sabía que era arriesgado acampar aquí solas especialmente después de oír otro alarmante sonido.

      “¿Dónde está el mar?” preguntó Kyra a Dierdre sólo para romper el silencio.

      Pudo ver por la expresión de Dierdre que había interrumpido sus pensamientos; apenas podía imaginarse las pesadillas en las que debería estar envuelta.

      Dierdre negó con la cabeza.

      “Quisiera saberlo,” respondió con voz apagada.

      Kyra estaba confundida.

      “¿No viniste por este camino cuando te trajeron?” preguntó.

      Dierdre se estremeció.

      “Estaba en una jaula en la parte de atrás de un carro,” respondió, “e inconsciente casi todo el camino. Pudieron haberme llevado en cualquier dirección. No conozco este bosque.”

      Ella suspiró mirando hacia la oscuridad.

      “Pero mientras nos acerquemos al Bosque Blanco podré reconocer más.”

      Continuaron avanzando ahora en un cómodo silencio y Kyra no pudo evitar pensar acerca de Dierdre y su pasado. Podía sentir su fuerza pero también su profunda tristeza. Kyra entonces se halló sumergida en pensamientos oscuros sobre el viaje enfrente de ella, en su escasez de comida, en el fuerte frío y en las criaturas que las esperaban adelante, y volteó hacia Dierdre esperando poder distraerse.

      “Háblame sobre la Torre de Ur,” dijo Kyra. “¿Cómo es?”

      Dierdre la miró también con círculos negros debajo de sus ojos y se encogió de hombros.

      “Nunca he ido a la torre,” respondió Dierdre. “Yo soy de la ciudad de Ur, y esta queda a un día de distancia hacia el sur.”

      “Entonces háblame de tu ciudad,” dijo Kyra tratando de enfocar su pensamiento en otra parte que no fuera aquí.

      Los ojos de Dierdre se iluminaron.

      “Ur es un lugar hermoso,” dijo con deseo en su voz. “La ciudad junto al mar.”

      “Nosotros tenemos una ciudad al sur junto al mar,” dijo Kyra. “Esephus. Está a un día de distancia de Volis. Yo solía ir ahí con mi padre cuando era más joven.”

      Dierdre negó con la cabeza.

      “Ese no es un mar,” respondió.

      Kyra estaba confundida.

      “¿A qué te refieres?”

      “Ese es el Mar de Lágrimas,” respondió Dierdre. “Ur está en el Mar de los Lamentos. El nuestro es un mar mucho más grande. En tu costa este hay oleajes pequeños; en nuestra costa oeste, el Mar de los Lamentos tiene olas de veinte pies de altura que chocan con nuestras costas y una corriente que se puede llevar a barcos en un instante, y sin decir a hombres, cuando la luna está alta. Nuestra ciudad es la única en Escalon en la que los acantilados son lo suficientemente bajos para que los barcos toquen la costa. Nosotros tenemos la única playa en todo Escalon. Es por esto que Andros se construyó a penas a un día de distancia al este de nosotros.”

      Kyra pensó en sus palabras feliz de tener algo con qué distraerse. Recordó todo esto de una lección que había tenido en su juventud pero nunca lo había pensado a detalle.

      “¿Y tu gente?” preguntó Kyra. “¿Cómo son?”

      Dierdre suspiró.

      “Un pueblo orgulloso,” respondió, “como cualquier otro en Escalon. Pero diferente también. Dicen que los de Ur tienen un ojo en Escalon y el otro en el mar. Miramos hacia el horizonte. Somos menos de provincia que los demás; tal vez porque muchos extranjeros llegan a nuestras costas. Los hombres de Ur fueron una vez guerreros afamados, mi padre el mayor entre ellos. Pero ahora somos súbditos como los demás.”

      Suspiró y guardó silencio por un largo rato. Kyra se sorprendió cuando empezó a hablar otra vez.

      “Nuestra ciudad está cortada con canales,” continuó Dierdre. “Cuando estaba creciendo, me sentaba en la cresta para ver a los barcos entrar y salir por horas, incluso días. Venían de todas partes del mundo con diferentes banderas y velas y colores. Nos traían especias, sedas, armas y delicias de toda clase; a veces hasta animales. Miraba a las personas ir y venir y me preguntaba cómo serían sus vidas. Deseaba fervientemente ser una de ellas.”

      Expresó una inusual sonrisa con los ojos brillantes mientras recordaba.

      “Solía tener un sueño,” dijo Dierdre. “Cuando tuviera la edad, me subiría a uno de esos barcos y navegaría hacia tierras lejanas. Encontraría a mi príncipe y viviríamos en una gran isla en un gran castillo en alguna parte. En cualquier lugar menos Escalon.”

      Kyra volteó y miró a Dierdre sonriendo.

      “¿Y ahora?” preguntó Kyra.

      El rostro de Dierdre decayó mientras miraba a la nieve, con su expresión llenándose de repente de tristeza. Simplemente negó con la cabeza.

      “Ya es muy tarde para mí,” dijo Dierdre. “Después de lo que me han hecho.”

      “Nunca es muy tarde,” dijo Kyra queriendo consolarla.

      Pero Dierdre sólo negó con la cabeza.

      “Esos eran los sueños de una niña inocente,” dijo con una voz pesada con remordimiento. “Esa niña desapareció hace mucho.”

      Kyra sintió tristeza por su amiga mientras continuaban más y más profundo dentro del bosque. Quería poder eliminar su dolor pero no sabía cómo. Pensó en el dolor con el que algunas personas vivían. ¿Qué era lo que su padre le había dicho una vez? No te dejes engañar por el rostro de los hombres. Todos llevamos vidas de oculto desconsuelo. Algunos lo ocultan mejor que otros. Ten compasión por todos, incluso si no vez razón aparente.

      “El peor día de mi vida,” continuó Dierdre, “fue cuando mi padre cedió a la ley Pandesiana, cuando permitió que sus barcos entraran en nuestros canales y bajaran sus banderas. Fue un día incluso más triste que cuando permitió que me llevaran.”

      Kyra entendió todo muy bien. Entendió el dolor por el que Dierdre había pasado, el sentimiento de traición.

      “¿Y cuando regreses?” preguntó Kyra. “¿Vas a ver a tu padre?”

      Dierdre miró hacia abajo adolorida. Dijo finalmente: “Aún es mi padre. Cometió un error. Estoy segura que él no sabía lo que me sucedería. Creo que nunca será el mismo cuando sepa lo que ha pasado. Quiero decírselo frente a frente. Quiero que entienda el dolor que sentí; su traición. Tiene que saber lo que sucede cuando los hombres deciden el destino de las mujeres.” Se limpió una lágrima. “Él una vez fue mi héroe. No puedo entender cómo permitió que me llevaran.”

      “¿Y ahora?” preguntó Kyra.

      Dierdre negó con la cabeza.

      “No más. Dejaré de hacer a hombres mis héroes. Encontraré a otros héroes.”

      “¿Y