género bailable que, a principios del siglo, tenía poco sabor criollo, con motivo de las típicas fiestas de San Juan, fué tomando tintes más regionalistas, pues venían de los pueblos comarcanos, orquestas jíbaras constituídas por trovadores y afamados tocadores de tiple, cuatro y bordonúa, que hicieron conocer y apreciar las bellezas de sus cantos titulados Décimas, Caballos, Coplas, así como del característico Vals Jíbaro y Seis Chorreao.10
Caguas era el pueblo en donde el canto regional estaba mejor integrado, no tan sólo por la pureza del género, en cuanto a la inspiración y variedad, sí que también por contar con los mejores tocadores de tiple y cuatro. El jíbaro Calderín, nos ha referido don Mauricio Álvarez, era un concertista en el tiple y la bordonúa. En 1851, ya había en Caguas una magnífica orquesta dirigida por Don José Álvarez y de la que formaban parte, entre otros, Don José Ildefonso Latorre, 1er. violín, y como voces, el escribano Don Jesús Calderón, Don Saturnino Colón y Don Fulgencio Mercado; la orquesta tenía dos trompas.
Después de la Compañía de Busatti, vino un cuadro de ópera que dirigía el barítono Vita, y, poco después la gran Compañía de Stefanelli.
La primer compañía de Zarzuela que visitó la Isla fué la de Blen, siendo su Maestro Concertador el señor Conde, dando a conocer (en 1858) las zarzuelas Los Madgiares, Juramento, Jugar con fuego y Los Diamantes de la Corona. Esta compañía fué la que inauguró el teatro La Perla de Ponce.
Además, venían con frecuencia, como hemos dicho antes, artistas de fama que recorrían la Isla dando conciertos. En 1852, la célebre diva Adelina Patti, que aún vive, y el no menos afamado pianista Goltschalk, dieron una serie de recitales en los que tomaban partes elementos artísticos de la alta sociedad, como la señora Kortright, de Manatí, que era una buena arpista, y la señorita Isabel Oller, de San Juan, cuya bien timbrada voz de soprano ligera, en nada desmerecía a la de la Patti, en aquella época, cuando cantaban a dúo trozos de ópera.
La música di camera, tenía también sus cultivadores. En algunas casas particulares, como las de Don Aurelio Dueño, Don Manuel Martínez Aparicio, Don Felipe Hecht y otros extranjeros, se rendía culto al cuarteto clásico.
El pueblo tenía como expresión musical, las canciones a una y dos voces y la danza o danzón al que casi siempre le aplicaban letra, si bien ésta era más bien adaptada a la música, después de oirse esta, y los temas carecían de interés.
La cultura general del país, a la mitad del siglo XIX, se manifestaba ya de una manera tan satisfactoria, considerando el corto número de años de haber sido iniciada, que el Gobierno fué el primero que se interesó para darla a conocer.
Dos hechos importantísimos vinieron a patentizar el desarrollo que el arte iba adquiriendo.
Fué el uno, la celebración, en 1854, siendo capitán general de la Isla, Don Fernando de Norzagaray, de la primer Feria-Exposición. Entre los muchos premios consignados para las exhibiciones agrícolas, industriales y profesionales, los había también para las artísticas, habiendo obtenido la medalla de plata, premio de música, el joven pianista arecibeño (sólo contaba 18 años) Adolfo Heraclio Ramos, por una fantasía con variaciones para piano sobre La Polka Favorita de Jenny Lind.11
El otro lo constituyó la creación, por el Rev. Obispo de la Diócesis, Fray Pablo Benigno Carrión, de la orquesta de Capilla de Catedral, en el año de 1858, con la siguiente organización:
Para la inauguración compuso Don Felipe Gutiérrez una misa en Do, que todavía se toca en algunas iglesias.
CAPÍTULO III.
1858-1898
A partir del año 1858 en que termina el relato del capítulo anterior, el arte musical siguió evolucionando en crescendo.
La enseñanza del piano tenía carácter de escuela determinada, contando con buenos profesores, en su mayor parte catalanes, que en distintas poblaciones de la Isla iban obteniendo discípulos de mérito.
Don Juan Cabrizas, en San Juan, que trasmitía con propiedad sus amplios conocimientos, aunque, como todos los de la época y hasta poco después de la venida de Tavárez, y Toledo, seguía la escuela francesa, e italiana en los métodos de enseñanza, obtuvo muy buenos discípulos como entre otros Tavárez, Gonzalo Núñez, Gerardo Soler y la Srta. Inocencia Caparrós.
En Mayagüez, que por entonces, era una de las poblaciones de mayor cultura intelectual y social, pues su riqueza, no vinculada como hoy en pocas manos, permitía a muchas familias viajar por el extranjero y España, en cuyas principales capitales quedábanse educando muchos jóvenes, tenía la música muy buenos cultivadores, no solamente entre las clases más altas, si que también en el pueblo, de cuyas aptitudes logró obtener, el connotado maestro de música, Don José Antonio Gaudier, catalán, alumnos de mérito, que como los Nadal, Ramírez, Freyre, Casanova, Defilló, Brito, Mesorana y otros, ocuparon, ya como dilettantes, ya como profesionales, puestos de honor artístico. Todos los hijos del Sr. Gaudier poseyeron conocimientos no superficiales de música, aunque no los utilizaron como profesión por haberles podido dar su Sr. padre, carreras literarias o científicas, cosa imposible hoy para quien solamente tenga por entradas los estipendios de la profesión.
En Aguadilla, el maestro alemán Mr. Mello, cimentó la afición a la buena música y estudio del piano, a juzgar por sus discípulos meritísimos, como los Amell, Méndez, Carvaná y otros.
En Ponce, Egipciaco, Pedro Gabriel Carreras, Ernesto del Castillo, Forns, Pasarell y otros que no recordamos. En Arecibo, Heraclio Ramos; y Guillen, Felipa Andino, Eduardo Cuebas, Ignacio Otero, la familia Tizol, más principalmente los hermanos Manuel, José Belén y Eusebio, Gutiérrez, Callejo, Montón, Aruti, Arcas, Valero y algunos de mayor o menor talla, se dedicaban, con ahinco y provecho, a la enseñanza en San Juan y pueblos de la isla.
Las Ferias-Exposiciones continuaban y aunque nos ha sido imposible, a pesar del interés con que los hemos solicitado, obtener datos oficiales a ellas referentes, el Dr. D. Cayetano Coll y Toste, actual historiador de Puerto Rico, nos afirma, que en la de 1860 obtuvo Heraclio Ramos, medalla de oro por unas Variaciones para Piano sobre motivos del Carnaval de Venecia.
A principios de 1865, los señores Gutiérrez, Callejo y Meléndez constituyeron en la Capital una sociedad artística que fué muy beneficiosa para el arte y para los músicos.
Lo fué para el arte, porque integrada la orquesta por los mejores instrumentistas de entonces y dotada, aunque en proporción relativa, del personal requerido para la gran orquesta, estaba en condiciones para servir, sin elementos de afuera, a las compañías de ópera que con frecuencia visitaban la Isla, ensayándose, a la vez, en la interpretación de algunas obras clásicas, ya que, entre el lote de partituras que tocara a nuestro padre cuando se disolvió la sociedad, y que todavía conservamos, estaban las sinfonías de Beethoven, impresas y orquestadas en París, para gran orquesta. Además fué un acicate para que el genio musical de Gutiérrez se produjera en todos los géneros, pero más especialmente en el religioso y sinfónico.
Para los músicos fué utilísima la sociedad, porque con la selección y competencia, el estímulo les hacía estudiar, a parte de que con la sección benéfica de aquélla, obtuvieron, en más de una ocasión, eficaz auxilio, cuando las enfermedades o desgracias de la vida, afligían sus hogares.
Uno de los actos en que la sociedad tomó parte activa fué al secundar la iniciativa de D. Aurelio Dueño, para celebrar en 1865 la festividad de Santa Cecilia, patrona del arte dentro de las creencias católicas.
Dicha festividad, más artística que religiosa, fué un gran exponente del estado de progreso en que se encontraba el arte en toda la Isla, pues de la mayor parte de los pueblos acudieron los mejores músicos para integrar la orquesta que debía solemnizar los números del programa.
Este se componía, entre otros, de: Gran Retreta militar en