un taburete). El psicodrama le permitirá ver que, sin saberlo, reacciona ante la autoridad materna. Su madre, separada desde hace tiempo de su padre, vive con su propia madre, y Bruno necesitaría la autoridad de un padre.
Ana, de 9 años, está en cuarto. Está completamente bloqueada, tanto escolarmente como expresivamente. Es muy tímida, y solo responde con sí o no. El psicodrama le ayudará mucho, porque se presta al juego y siempre inventa el mismo tipo de escena: por ejemplo, un mecánico rompe un coche que supuestamente debe reparar, un jardinero destroza los tallos de las flores, y en todos los casos no hay ningún recurso. Los padres están totalmente en desacuerdo y se acusan mutuamente sin llegar a separarse. Por otro lado, cada uno va a dar los pasos necesarios para seguir una psicoterapia. Las sesiones de psicodrama, aunque sean repetitivas, aportarán una gran mejoría en la escuela y en las relaciones de la niña.
♦ Problemas de comportamiento
Los problemas de comportamiento que preocupan a los padres y en la escuela esconden realmente auténticos trastornos psicológicos desconocidos por el propio individuo.
Ali, de 8 años y medio, está en tercero y es muy lento en clase. Los demás se ríen de él, le tratan de «miedica». Es enurético. Aunque es cariñoso, en ocasiones está raro e inquietante: un día, por ejemplo, sus padres le encontraron en el garaje oliendo gasolina, comportamiento que confiesa tener desde hace tiempo. Estando en casa de una niñera, con 3 años, unos niños mayores le sometieron a una felación. Es víctima de sus compañeros y, para anticiparse a sus insultos, «se maltrata» a sí mismo, lo cual exacerba su sadismo. La psicoterapia, precedida de numerosas sesiones de psicodrama, le ayudará a afrontar una adolescencia durante la cual podrá finalmente ser feliz.
Antonio, de 10 años, está en sexto y es muy tímido, incluso en familia. Un día dijo a su madre, llorando, que se sentía mal consigo mismo y le confesó: «¡Lo que me gusta es mi cerebro, el resto no!». Desde que lo atropelló un coche, no puede pensar en ir solo a la escuela sin sentir terror. De hecho, le dan miedo muchas cosas, y sobre todo quedarse solo en casa. Cree que tiene ideas extrañas, que califica de idiotas.
Pedro, de 9 años, está en segundo. Está tan bloqueado que prácticamente siempre está rígido. Lo envía el médico de la escuela porque en clase le dan ataques de risa. Se niega a trabajar, hace pequeños montones de papel y los recorta. Cuando le examinan, parece muy triste y responde con voz baja. La psicoterapia, tratamiento muy largo, será difícil. Pedro no puede decir nada y no quiere dibujar si el terapeuta no hace lo mismo. Al cabo de dos años, empiezo a tratarle con psicodrama. Entonces, cuenta escenas de discusión con su hermano. En una escena en la que interpreta a su hermano, enseguida queda claro que este le aterroriza y seguramente le infringe violencia sexual. Después del psicodrama, Pedro no recuperará su retraso escolar, pero seguirá una formación profesional y será feliz.
Francisco, de 12 años, está repitiendo primero de secundaria. Siempre se opone a todo y está violento. A veces, cuando le dan los ataques, pide ayuda, dice que se vuelve loco y que se «internará» solo. Sin embargo, no llega a decir qué problema tiene. Su perro murió hace tres años y desde entonces está triste. Sobre todo sufre por la ausencia de su padre, que se ve obligado a trabajar lejos. Al cabo de numerosas sesiones de psicodrama, queda claro que Francisco tiene mucho miedo y que sufre auténticas fobias. Estas fobias, sobre todo por la noche, le obligan a ir a la cama de su madre cuando está sola. Esta proximidad con la madre mantiene la fobia.
Un comportamiento difícil suele conllevar a cambio una intervención inadaptada de los padres, que pueden sancionar por ejemplo una inestabilidad. Sin embargo, detrás de esta fachada existe un sufrimiento psicológico profundo que no llega a decirse, a saber, ansiedad o depresión. La depresión suele enmascararse detrás de una excitación o una agresividad que solo puede desaparecer si se reconoce la causa. Así el psicodrama individual que recrea las condiciones de aparición de los problemas ayuda a descubrir el origen del trastorno.
♦ Tics
Un tic es un gesto repetitivo sobre el que la voluntad no puede actuar.
Juan, de 8 años, ya está en cuarto. Su tía pediatra aconsejó a sus padres que vieran a un especialista, porque presenta un tic de carraspeo de garganta que no le parece normal. Los padres, ambos maestros, son más bien perfeccionistas. Han comprendido la preocupación de su tía, aunque no la comparten: su hijo, el mayor de dos hermanas, no les causa ningún problema, es muy amable y atento. Acepta perfectamente la visita. Descubro con él que, detrás de esta fachada, Juan es un niño muy ansioso, pero se lo esconde a sus padres para no preocuparlos. Para dormirse, necesita todo un ritual (una especie de manía estereotipada orientada a evitar una amenaza imaginaria): colocar siempre la ropa del mismo modo, situar milimétricamente la almohada, no cerrar del todo la puerta de su habitación. Además, a veces, sin motivo aparente, se pone a pensar en «palabrotas», lo cual le hace sentirse muy culpable.
De hecho, este tic revela una ansiedad que se manifiesta por una sensación de garganta seca: el carraspeo se debe directamente a esta ansiedad, que en Juan se «muestra» en la laringe. Es el signo de que está empezando una neurosis obsesiva (llamada actualmente trastorno obsesivo-compulsivo, TOC), que podría terminar instaurándose si no se tiene cuidado.
En el caso de Juan, una entrevista posterior permitirá remontar en el trastorno hasta la pérdida de un gato muy querido, pérdida de la que se sentía culpable por razones que no puedo desvelar aquí. Juan acepta fácilmente una psicoterapia que hará desaparecer prácticamente todos sus síntomas, visibles o, por el contrario, secretos.
Esta señal debía ser descifrada, y la tía pediatra realizó esta interpretación y aconsejó la visita. El psiquiatra infantil o el psicoanalista irán más lejos asociando este síntoma a su causa.
♦ Nerviosismo, trastornos del sueño
El nerviosismo del niño, cuando supera los límites de la normalidad (lo cual no siempre es fácil de juzgar), puede manifestar una ansiedad o una depresión en ocasiones profunda. El insomnio puede revelar un problema oculto de relación.
Ramón, de 10 años, viene a la consulta con sus padres porque desde hace algún tiempo no puede dormir. Ninguno de los métodos utilizados le ha funcionado: ni los mimos, ni hablar, ni dejar la luz encendida. Parece preocupado y no consigue trabajar, sin saber decir por qué. Era un niño que yo ya había visitado con anterioridad por un problema intelectual: parecía ser superdotado, pero decidimos no cambiarle de clase. Esta vez, al rato de quedarse solo conmigo, rompe a llorar. El que consideraba su mejor amigo le hizo prometer que guardaría un secreto que no pudo callar. Entonces, el amigo en cuestión y sus compañeros la tomaron con él, y su vida en la escuela se convirtió en un infierno. Siente vergüenza de contar todo esto a sus padres, pero me autoriza a comunicárselo, como le aconsejo que haga. Una semana después, habiendo informado a la maestra, todo vuelve a la normalidad y Ramón vuelve a estar alegre como unas castañuelas.
♦ La somatización expresa en el cuerpo un conflicto psíquico
Algunos signos llamados afectos tienen un claro origen psíquico: es el caso de la tristeza debida a un duelo, la cólera cuando no soportamos la frustración o el miedo característico de una fobia animal, por ejemplo. El signo expresa directamente el problema sin resolverlo. Otros, al contrario, sobre todo cuando afectan al cuerpo, necesitan lo que yo llamo ser descifrados, es decir, una interpretación.
En realidad, las dificultades psíquicas no siempre se traducen por medio del comportamiento; también pueden manifestarse (es frecuente en los niños más pequeños) en forma de síntoma físico (ya lo veremos más adelante). Es lo que se llama «conversión»: traducen la entrada en el cuerpo de un conflicto psíquico inconsciente. Esta somatización que se produce en los adultos es aún más frecuente en los niños, sobre todo cuando todavía no saben hablar: rinofaringitis, otitis reiteradas, asma precoz, trastornos del sueño, diarreas, etc. El niño puede utilizar todos estos medios para expresar un sufrimiento. El médico de cabecera o el pediatra deben descubrir el significado de todas estas enfermedades infantiles más o menos relacionadas con el psiquismo naciente.
Más adelante, la enuresis (imposibilidad