hostilidad relacionada con la ambivalencia (es decir, la coexistencia de sentimientos contrarios, como amor y odio, por ejemplo) y con la dependencia. Si pasan por el cuerpo, significa que estos sentimientos no pueden expresarse mediante palabras.
El síntoma físico, sin embargo, puede estar relacionado con las palabras. En el caso de la encopresis, por ejemplo, encontramos en el lenguaje vulgar «me c… en», «vete a c…». El padre, intuitivamente, entiende el significado profundo del síntoma, pero sin extraer plenamente las consecuencias. Cuando un síntoma de este tipo acaba de aparecer, una única entrevista en profundidad con la persona que tiene autoridad sobre el niño puede ayudar a resolverlo.
Cuando el niño crece, pueden aparecer otras formas de somatización hasta llegar a las parecidas a las del adulto.
Óscar, de 13 años, se ha visitado en el hospital por sufrir de lumbalgia, un fuerte dolor de espalda. Le han realizado todo tipo de pruebas sin ningún resultado. Es el primero de la clase, un chico muy inteligente, muy serio, que hasta entonces no había tenido problemas psicológicos. De hecho, al preguntarle sobre su clase, su padre descubrió el pastel: Óscar es víctima de un grupo de compañeros que le tratan de «sabelotodo». Como todos los chicos que son víctimas de otros, le daba vergüenza contarlo e intentaba defenderse solo, sin ayuda de nadie. Este encierro era el responsable de la somatización, aunque Óscar no lo relacionaba conscientemente. Un cambio de instituto bastó para que la lumbalgia desapareciera en dos o tres días.
Los trastornos del niño varían y evolucionan
A diferencia del adulto, en el que el síntoma tiende a establecerse con la formación de la personalidad, el trastorno del niño puede variar, por razones fundamentales. En primer lugar, porque su origen se encuentra a menudo en la relación y traduce un conflicto latente o patente con los padres, y después, porque el niño evoluciona. Además, un síntoma puede esconder otro, de manera que la rápida curación de un malestar importante puede dar paso a un problema más concreto cuando se hace un seguimiento del niño con sus padres a intervalos regulares.
♦ Los síntomas pueden sustituirse unos a otros
Se dice que en el niño se da una «plasticidad» de los trastornos: esto significa que el niño puede cambiar de tipo de enfermedad con el tiempo. La modificación de la actitud de los padres inducida por la consulta con el especialista puede bastar para actuar sobre el síntoma.
Me traen a María porque roba en los supermercados. Solo la visitaré una vez al mes con sus padres porque rechaza un tratamiento individual. Estos robos son compulsivos[1] y particularmente inventivos: María esconde el fruto de sus hurtos en sus calcetines o en las bragas. Nadie se da cuenta y, como todo robo patológico, el objeto parece carecer de utilidad. El problema es que María tiene 4 años en el momento en que sus padres vienen a la consulta. Entonces me cuentan que es insoportable, que por la noche se cuela en la cama de sus padres y que estos discuten constantemente sobre su educación, marcada por cierta incoherencia, descripción con la que están de acuerdo. Al mes siguiente, está un poco mejor, quizá porque los padres han dejado de discutir delante de ella. Además, ya no va a su cama, pero sigue yéndosele un poco la mano, esta vez en la farmacia. Un mes más tarde, el cese de los hurtos es brusco y definitivo, pero le cuesta dormir. Me entero de que el padre no quería tener un segundo hijo (María tiene un hermano mayor) y que a la madre le cuesta soportar a un marido metido constantemente en casa de los vecinos para ayudarlos. Posteriormente, y todavía con el rechazo de un tratamiento individual presente, María duerme perfectamente y profesa un amor irreflexivo hacia su padre. Me entero de que se pone los zapatos de su madre, le quita el neceser de maquillaje y le esconde la barra de labios. Por otra parte, aunque haya dejado de robar, esconde las llaves o el móvil en lugares insólitos sin decir nada. Cada vez juega más a papás y a mamás con su hermano mayor. Después, empieza a mentir a su maestra y a inventarse cosas. Ya no le pegan, lo cual era habitual al principio del tratamiento (no me enteré hasta entonces). Un año después, todo va bien. María está feliz, sigue estando enamorada de su padre e identificándose con su madre. Pero dos años después esta la vuelve a traer por un bloqueo en la lectura que la rehabilitadora consultada considera de origen psicológico.
El «tratamiento» de María tiene que ver indirectamente con la niña, pero la mejora de su comportamiento (según puedo ver y por lo que me cuentan sus padres) muestra que ha aprovechado bien este seguimiento. ¿Cómo entiende la niña estas visitas, con las cuales a veces no está de acuerdo? La madre me cuenta que le dice: «Cuando te portas mal, tienes que ir al médico de París».
♦ La intensidad del síntoma varía
El síntoma puede perdurar variando de intensidad según el momento. Esta variabilidad es la que ayuda a comprender para quién y para qué «sirve» el síntoma. Es evidente que los trastornos que sufre el niño también afectan a los padres, y los niños suelen ser conscientes de ello. De repente, cualquier avance o recaída en los conflictos con sus padres provoca una mejoría o un empeoramiento del síntoma que tanto les turba.
Es el papel de las dificultades escolares de Guillermo. Cuando todo va bien, no hay ningún problema, pero cuando las cosas empiezan a ir mal, su rendimiento baja y la escolaridad vuelve al primer plano, y tapa todo lo demás. En las primeras consultas, el problema psíquico (el nerviosismo) aparece en primer plano. Además, los resultados escolares todavía son correctos. Al cabo de algunos meses de tratamiento, Guillermo redacta muy bien, tiene una letra bonita y la directora lo felicita. Casualmente, cuando los trastornos del comportamiento (pedir limosna, inventar cosas…) vuelven a aparecer por razones relacionadas con la progresión de la terapia (puede parecer paradójico[2] pero ya hablaré de ello) es cuando las notas bajan y la maestra grita. Pero en cuanto la madre habla de esta «recaída» recuerda las palabras como por milagro. Así, mientras que el año anterior Guillermo lloraba por no pasar al siguiente curso, según me dicen los padres, la mejoría es «de 180 grados, tanto en cuanto al comportamiento como a las notas».
♦ Un síntoma puede estar relacionado con cosas no dichas
Cosas que se callan, secretos familiares, temas tabús… son expresiones para referirnos a aquello que los padres y los abuelos esconden a los niños para protegerlos. Sin embargo, esto no es así, porque el niño percibe rápidamente que hay algo que no le dicen (un secreto) cuando, por ejemplo, se le niega una respuesta a su primera (y última) pregunta sobre algo. Además, capta los esfuerzos de los adultos para mantener en secreto tal filiación, tal origen, tal fecha real de boda, etc. Lejos de protegerlo, el hecho de que le impidan pensar en ello le altera mucho más que la realidad, aunque sea dolorosa. «Pedir a un niño que se estructure a partir de cosas no dichas es pedirle que niegue una parte de sí mismo», escribió Françoise Dolto en La Cause des enfants (La causa de los niños). Todo médico o terapeuta ha podido comprobar la sensibilidad de los niños ante las cosas que se callan y hasta qué punto sus síntomas pueden hablar de la existencia de estos secretos, aunque su simple confesión puede bastar para hacerlos desaparecer.
La primera vez que visité a Kevin porque no podía estarse quieto (tenía 8 años y cursaba segundo) me dio una nota: «Estoy muy triste y no sé por qué. Tengo la sensación de que mis padres me esconden algo». Su hiperexcitación (que también se llama hiperquinesia o inestabilidad psicomotora mayor) viene de lejos y estuvo precedida desde el nacimiento por anorexia[3] y trastornos del sueño. Sus padres ya habían estado casados anteriormente y su padre tiene la sensación de que nunca habría querido nacer (sic). Kevin, por ejemplo, no soporta que su hermanastro lleve a su novia a casa y tiene comportamientos que sus padres no toleran, como cuando pide limosna a los pobres del pueblo o cuando cuenta a su primo pequeño que sus padres se van a divorciar. La mejoría relativa obtenida desde el inicio del tratamiento mediante el psicodrama individual anima a los padres a seguirlo rigurosamente. Su excitación permanente, de hecho, esconde en Kevin una auténtica depresión. Sin embargo, un tratamiento de larga duración (tres años de psicodrama individual) empieza a poner fin a una verdadera enfermedad, seguramente debida (según mi hipótesis) a un hecho de este tipo. Si existe un secreto de familia,