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Cómo ganar en el ajedrez


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importancia de la apertura

      Los problemas de ataque y defensa empiezan a plantearse desde la apertura. Los maestros más consumados están de acuerdo en que el primer movimiento repercute en el último con mayor fuerza cuanto más sólido sea el plan que se ha trazado y cuanto más fielmente se haya seguido. Esto ocurre incluso en los casos en que la partida termina perdiéndose.

      Así pues, estos problemas se manifiestan desde la primera jugada, cuya elección resulta, pues, de suma importancia. Algunas líneas más adelante enumeraremos las cuatro posibilidades más habituales y aconsejadas, si bien antes hay que dejar claro que lo primero que debe hacerse es ocupar y controlar el centro del tablero, por lo cual, de acuerdo con este criterio, debe considerarse un error decidirse por cualquiera de estas jugadas:

      1. a2-a4

      1. c2-c3

      1. d2-d3

      1. e2-e3

      1. f2-f3

      1. h2-h4

      Los principiantes deben evitar aquellas aperturas cuyas continuaciones sean complejas, como por ejemplo:

      1. b2-b3

      1. b2-b4

      1. f2-f4

      1. g2-g3

      1. g2-g4

      E incluso convendrá añadir a la lista la apertura 1. g1-f3, por más que se haya popularizado excesivamente como medida de seguridad contra alguno de los mates fulminantes que tanto acechan a los principiantes.

      Así pues, lo que parece más indicado para iniciar la partida es elegir una de las siguientes cuatro jugadas, dos de las cuales tienen el propósito de ocupar el centro:

      1. d2-d4

      1. e2-e4

      Y las otras dos, el de controlarlo:

      1. c2-c4

      1. g1-f3

      Para seguir una estrategia de ataque que busque el camino más corto para fulminar al rey contrario o bien que intente causar algunos estragos en las filas enemigas, lo más recomendable será abrir el juego con 1. e2-e4.

      Sin embargo, si el propósito es asegurar la efectividad de las acciones, realizando un juego eminentemente posicional para reducir al máximo las posibilidades de contraataque del oponente y mantener la iniciativa a lo largo de la partida, entonces lo recomendable es abrir el juego con 1. d2-d4.

      ¿Apertura de ataque o de posición?

      Ahora bien, si lo que se desea es conseguir la máxima seguridad contra las celadas y los errores iniciales, con el fin de apartarse desde el principio de las jugadas más rutinarias y más utilizadas (y por ello más previsibles y peligrosas), lo más aconsejable es elegir una de estas dos jugadas de apertura:

      1. c2-c4

      1. g1-f3

      Sin embargo, esta elección exige, por lo menos, saber qué tipo de jugador se pretende ser, o bien uno de ataque o bien uno posicional.

      Pero mientras se llega a esta difícil autodefinición, con todas las implicaciones que ello conlleva, se recomienda optar, como primer movimiento, por la jugada 1. e2-e4.

      También hay que advertir que llegar a ser un jugador de tipo posicional implica cierto grado de experiencia ajedrecística. Por otro lado, aun habiendo adquirido esta madurez, se ha demostrado que desde el principio de la partida es esencial deshacerse de todo temor y acometer el juego con determinación y ganas de adquirir experiencia, a fin de desarrollar cuanto antes la capacidad de análisis y la visión que permite anticipar el curso del juego cada vez con un margen mayor de jugadas.

      ¿Cuántas jugadas puede calcular un jugador?

      Esta pregunta posee una gran carga de ingenuidad, ya que sin duda esta es la cuestión más difícil de determinar, tanto para el que formula la pregunta como para el que la debe responder, pues resulta muy complejo reducir a números precisos algo que está más allá de las posibilidades humanas de cálculo. De todas formas no hay que pensar que la elección de las jugadas más convenientes está en manos del azar. Sin embargo, la pregunta surge una y otra vez interminablemente, tanteando las posibilidades de que exista un catálogo de jugadas que se le ofrezcan al ajedrecista inseguro en cada movimiento con la garantía de salvaguardarlo de todo error.

      El plan estratégico

      «¿Entre cuántos movimientos puedo elegir, según el promedio normal?» Semejante enfoque, por supuesto, lleva ya en sí mismo el germen de la inseguridad y el desconcierto, pues pierde de vista por completo la naturaleza esencial del juego: la estrategia. Es preciso disponer de un plan que abarque los conceptos de ataque y defensa para conseguir un propósito: poner en situación de mate al rey adversario mediante un proceso previsto y desarrollado de acuerdo con las pautas de juego que va planteando el adversario mientras desarrolla su propio esquema de actuación.

      Por lo tanto, lo primero que debe hacerse es analizar las posibilidades que presenta nuestro juego para que el adversario pueda lograr sus objetivos. Luego hay que estudiar la forma de frustrar estos propósitos y elaborar, a partir del planteamiento inicial, la base de nuestro plan de ataque. Finalmente, hay que comprobar si ese plan es en realidad viable y si corresponde a un esquema de contrajuego válido que se adecue a las acciones del oponente, ya sea neutralizándolas o volviéndolas en su contra a base de inutilizar sus posiciones, clavar sus piezas o dispersarlas para hacer que nos abra vías de acceso.

      En otras palabras, la primera virtud de un jugador de ajedrez radica en la capacidad para hacer que su juego armonice con el del adversario, haciéndolo fluir en la dirección más conveniente, ya que es así, justamente, como se evita el caos y se consigue llevar la iniciativa o desplegar la defensa más efectiva en el momento más conveniente.

      Las blancas proponen y las negras responden

      Sin embargo, si seguimos el criterio de los ávidos coleccionistas de jugadas y estadísticas, hay que admitir que al principio del juego tanto las blancas como las negras disponen de, aproximadamente, una veintena de jugadas, con las que, por lo común, las blancas proponen y las negras responden. Es decir, suponiendo que la jugada inicial la hicieran ambos jugadores adelantando sus respectivos peones de rey dos escaques, tendrían a su disposición un número muy semejante de jugadas adecuadas.

      Debido a esta realidad es posible componer un amplio repertorio de jugadas, del que será posible elegir la más acertada después de comprobar cuál es la que ofrece mayores posibilidades de hacer que la partida derive hacia las condiciones deseadas.

      Pero como el número de las combinaciones posibles es incalculable, volvemos a ratificarnos en que la primera «jugada» importante consiste en la elaboración de un buen plan de ataque y defensa (o viceversa) destinado a llevar el juego hacia las condiciones en que las jugadas archivadas en nuestro repertorio sean viables.

      Ahora bien, si nos atenemos a los promedios, se ha encontrado que cada posición permite unas diez jugadas aceptables a cada jugador. No obstante, lo difícil es, justamente, dar con la jugada necesaria, la precisa, de manera que, aun cuando el adversario también sea capaz de encontrar una de las diez jugadas que le corresponderían, esta no sea tan trascendente como la nuestra. Para ello es indispensable que nuestra jugada se ciña con exactitud a la estructura del plan que nos hemos trazado.

      Los peligros de la inspiración

      Lo dicho anteriormente descalifica las jugadas nacidas de la inspiración del momento, de las que siempre hay que desconfiar, sobre todo cuando lo que incita a hacerlas es la posibilidad de capturar una dama o un simple peón, ya que, como explicaremos oportunamente en otra parte de esta obra, son regalos de los que siempre debe desconfiarse.

      La falta de armonía anuncia la derrota

      Y es que, como también señalan las estadísticas, las jugadas que implican improvisación no sólo descomponen el esquema general del propio juego, sino que suelen estar motivadas por la astucia del adversario. Hay que tener en cuenta que una partida, por encarnizada que sea, desprende