ilimitados. Además, también deseaba gozar de un anonimato absoluto para no tener que dar explicaciones a nadie sobre las decisiones que tomara y, por si fuera poco, quería conseguirlo sin levantar un dedo. Quería transformarme en un híbrido de William Randolph Hearst Junior, Howard Hughes, Donald Trump y algún miembro de la familia Kennedy. Conviérteme en el príncipe Carlos de Inglaterra, por favor. Al menos Mark Zuckerberg inventó el código de Facebook para ganar su fortuna. En lo más profundo de mi corazón, no quiero eso; deseo forrarme al viejo estilo, heredando una fortuna. Dame la oportunidad de nacer con un pan debajo del brazo. Ups, demasiado tarde.
Que sea un jefe idiota rehabilitado no quiere decir que haya dejado de codiciar todas esas cosas. Las sirenas nunca dejan de sonar, ni yo de fantasear. Lo que sí ha cambiado es mi actitud hacia los objetos que deseo y las condiciones bajo las cuales quiero vivir y trabajar. Ahora soy capaz de aceptar que jamás tendré la misma vida que esos bebés que nacen con un pan debajo del brazo. Soy consciente de que este libro jamás me permitirá jugar en la misma liga que Zuckerberg. Sin embargo, estoy agradecido por todo lo que tengo. Si algún día logro acercarme al estado financiero del que estos tipos gozan (o gozaron), será gracias a mis esfuerzos y a mi Poder Superior. Siempre tendré oportunidades de ganar la lotería.
Como idiota rehabilitado, disfruto de una vida más feliz, pacífica y satisfactoria. Aunque mi pasado haya sido un desastre, todavía estoy a tiempo de conseguir que mi vida tenga sentido.
Idiotas, idiotas por todas partes:
quédate con lo que vale la pena
Para hacer que tu vida tenga sentido debes aceptar que siempre habrá: idiotas, idiotas rehabilitados, como yo, y aquellos que ignoran por completo que son idiotas. La idiotez suele definirse como un estado de estupidez permanente; lo siento, pero no estoy de acuerdo con esta definición. Como idiota rehabilitado, sé que siempre seré vulnerable a pensamientos, palabras y actos estúpidos. Pero al menos puedo reducir la frecuencia con que se suceden. Esto puede sonar muy ridículo, pero, por la gracia de mi Poder Superior, he sobrevivido a mi estupidez. Puedo ejercer cierto control sobre ella, minimizar sus enfermizos efectos y estar menos molesto con las actitudes estúpidas de los demás.
Podemos observar a Jim Carrey y Jeff Daniels interpretando a dos idiotas en una película como Dos tontos muy tontos y partirnos de risa. Lo mismo pasa con Owen Wilson y Jason Sudeikis en Carta blanca o Jack Black en Año uno. Pero cuando un tonto muy tonto dirige una empresa, una organización o una agencia gubernamental deja de ser gracioso. La asquerosa realidad es que los idiotas en activo merodean a nuestro alrededor. Los tentáculos de su estupidez rozan la vida de millones de personas y su poder no tiene límites. Por suerte, los idiotas no suelen ser conscientes del poder que les han concedido. Si los i-jefes supieran las balas que tienen en la recámara, las cosas se pondrías feas, muy feas. ¿Por qué la estupidez tiene tanto poder? La respuesta la encontrarás en las páginas de este libro, aunque no basta con una frase o una expresión ingeniosa. Se deben construir contextos y cambiar paradigmas. Y muchas ideas tienen que salir de la caja.
«C» asesina n.º 2: culpar al jefe
¿Quién no le ha echado la culpa al jefe por un lío que uno mismo ha provocado? Sí, ese soy yo levantando la mano. Se trata de responsabilidad y aceptar la culpa cuando es nuestra y (respira hondo) también cuando no. Paul Watzlawick escribió un gran libro titulado The Pragmatics of Human Communication (La pragmática de la comunicación humana), cuya tesis principal era la siguiente: «Uno jamás puede no comunicarse». Watzlawick utiliza con inteligencia la doble negación para reiterar el mensaje de que ser un acusica en el trabajo es anunciar a los cuatro vientos que no tienes interés alguno en formar parte del equipo, de la solución o del futuro. Recuerda, todo lo que digas o hagas, incluso en ciertas ocasiones aquello que pienses, podrá ser utilizado en tu contra. Todo el mundo con quien hables, ya sea cara a cara, por teléfono o virtualmente, interpretará a su modo el mensaje que tú intentas comunicar. Asegúrate de que todo lo que hagas comunique algo.
Siempre que estés tentado a transferir la responsabilidad a tu jefe con el objetivo de evitar que un error te acabe salpicando, piensa creativamente. Pese a la ineptitud de tu jefe, tú formas parte de su equipo. Es más probable que el jefazo te identifique como un miembro del equipo de [inserta el nombre de tu jefe]. No te verán como un testigo inocente si el grupo fracasa, así que piensa en la responsabilidad como un esfuerzo de equipo.
Algunas de las características principales de culpar al jefe son:
1. Culpar a los demás de algunos problemas es acusarse a uno mismo. Entonces, ¿para qué queremos llegar a eso? Señalar con un dedo proverbial a mi jefe es como señalarme a mí con otros tres dedos proverbiales.
2. Cada vez que surja una responsabilidad de la que hacerse cargo, abalánzate sobre ella como si fuera una oportunidad. Cuando dices «yo me encargo de esa parte» o «ya me responsabilizo yo de esa parte del programa», en realidad estás lanzando un mensaje sólido al resto del equipo: no estás dispuesto a quedarte en una esquina ocupándote de asuntos de poca importancia. Quieres invertir en tu éxito y en el de los demás.
3. Culpamos a una persona, pero no al problema. Cuando se inicie la búsqueda del chivo expiatorio, apunta alto y redirige la conversación hacia el problema que estáis intentando solucionar. ¿Cuál es el orden del día y cómo puedes alterarlo para producir un mejor resultado la próxima vez? Si a estas alturas no lo tienes muy claro, John Hoover asegura que debemos centrarnos en buscar soluciones y deshacernos de todo tipo de búsquedas de culpables y discusiones personales lo antes posible, a menos que queramos que el agujero negro de la culpa nos absorba.
Preguntas cósmicas
Todos los que estamos comprometidos en proteger el universo de idiotas debemos alcanzar un pacto y rezar mucho. Además de cuidar y alimentar a mis mejores ángeles, tengo una lista de preguntitas para Dios que, si mis oraciones no consiguen una respuesta manifiesta, espero que él mismo me responda cuando le vea en el cielo. Te animo a que también te hagas preguntas en voz alta. Si el Todopoderoso nos responde rápido, sabremos que nuestras preguntas son las acertadas y de este modo podremos empezar a idear soluciones sostenibles para la pandemia del i-jefe. A continuación te presento algunos ejemplos de preguntas a tu Poder Superior:
· ¿Por qué creaste idiotas en primer lugar?
· ¿Por qué la gente inteligente sufre preocupaciones, miedos y ansiedad mientras que los idiotas duermen con placidez y se levantan completamente descansados?
· ¿Cuál es el objetivo de mantener a los idiotas ajenos a la carnicería que ellos mismos han creado?
· ¿Cuál es el sentido de la existencia de los idiotas?
· ¿Cómo encajan los idiotas en la gran obra del mundo?
La pregunta que planea sobre la mente de cualquier trabajador del mundo es: «¿Por qué Dios permite que los idiotas asciendan hasta llegar a ser jefes?». En un mundo en el que los futbolistas cobran mucho más que los científicos que investigan la cura del cáncer y donde a la población le preocupa la opinión de actores de Hollywood y músicos multimillonarios sobre la política mundial y el calentamiento global, lo cierto es que el hecho de que los idiotas lleguen a ser jefes parece el menor de los males.
Poner a prueba la teoría
Ya ves por qué este tipo de preguntas tan profundas deben hacerse de forma gradual. La orca Shamu no pudo tragarse una pastilla de grandes dimensiones de una vez. La pregunta inicial, y más importante, que debes hacerte, a menos que no estés dispuesto a hacértela, es: «¿Soy un idiota?». El siguiente cuestionario te ayudará a determinar si perteneces a esa categoría o no. Si crees que someterte a este cuestionario de zopencos va a ponerte nervioso, no te preocupes y utiliza las preguntas para evaluar a tu jefe. Responde las preguntas con sinceridad; tú mismo decidirás si la prueba es precisa y certera cuando compruebes si los resultados concuerdan con tus ideas preconcebidas o no.
1. Cuando algo va mal en la oficina, yo…
a. Le