invade su territorio porque ha ido a hacer las compras o se ha puesto a fregar. Por otra parte, nuestro padre descubre que ella lo irrita porque está siempre cansada y nunca quiere salir. Los problemas de comunicación ya existentes salen a la luz. El corte marcado por el trabajo bastaba muchas veces para alejar las dificultades. ¡Resulta más difícil hacer borrón y cuenta nueva cuando el otro está delante continuamente! Además, los temas de discordia no faltan. ¿Cómo ocupar el tiempo? ¿Pueden emprenderse tareas por separado? ¿Qué hacer con el dinero? ¿Qué relaciones hay que mantener con unos y con otros, familia o amigos? Nuestros padres también pueden buscar a los demás para hacerlos partícipes de la nueva situación, ¡y en particular a nosotros! Este momento a menudo reclama una reorganización completa de las relaciones, y a veces puede causar problemas.
¿Nuestro padre insiste para que nuestra madre salga? Lo mejor es no ponernos de su parte diciendo: «Mamá, ¡podías hacer un esfuerzo!». Podemos escucharlos y ocasionalmente aconsejarles que hablen entre ellos, abiertamente, pero nunca hacer que se incline la balanza ni de un lado ni del otro, aunque tengamos nuestra opinión sobre el tema.
Si realizan muchas actividades en común, la experiencia demuestra que los conflictos se resuelven a menudo mucho mejor cuando siguen teniendo ocupaciones por separado. Los podemos animar a hablar sobre el tiempo que pasarán juntos y el tiempo que tendrá cada uno para sí mismo. Les podemos sugerir también que delimiten su territorio en casa, y que cada uno disponga de un espacio propio. También podemos expresarles el deseo de encontrarnos con ellos de vez en cuando por separado (si se desea, está claro), con el fin de tener una relación cara a cara con cada uno, y no únicamente entre parejas.
El atractivo de la juventud
Con el transcurso de los años la identidad sexual puede verse dañada: se tiene la sensación de ya no ser deseable; ya no se es un hombre o una mujer, sino un jubilado. El culto a la juventud que reina hoy en día no facilita mucho las cosas: a lo largo de la vida, uno primero es calificado como jovencito o jovencita; luego se es un hombre o una mujer «de cierta edad»; a continuación, un cincuentón o una cincuentona, antes de pasar al grupo indiferenciado de personas de la tercera edad.
Para escapar de su malestar y del hecho de estar en casa todo el día, tal vez nuestro padre sienta la necesidad de ir a «mirar» a otra parte. Para huir del espectro del envejecimiento, por miedo a perder una parte de su virilidad con la edad, algunos hombres tienden a elegir acompañantes más jóvenes, para así intentar mantenerse jóvenes también ellos. A menudo comienzan con una crisis en la mitad de la vida, una etapa en la que se producen muchas separaciones. La relación con una mujer joven les puede dar confianza en sí mismos, pero también aumentar su ansiedad: ¿y si no están a la altura? Aunque en ese momento viven una segunda juventud, ¿qué ocurrirá al cabo de diez años, con la diferencia de edad con su compañera?
En las mujeres, este fenómeno se observa con menos frecuencia, tal vez porque socialmente todavía está peor visto, pero las cosas evolucionan también para ellas. Sea como sea, evitaremos atribuir a una crisis de la edad toda infidelidad de una persona de más de sesenta años. Nadie tiene derecho a poner edad al amor verdadero. La constatación de que nuestros padres todavía tienen poder de seducción puede molestarnos: para nosotros, desde hace un tiempo, son los abuelos de nuestros hijos y punto. Ya no estábamos acostumbrados a plantearnos el tema de su sexualidad; incluso podíamos llegar a pensar que no era cosa de su edad.
Capricho pasajero o relación más estable que puede llevar a su separación: se trata de un tema de pareja en el que no debemos intervenir. ¿Qué podemos saber del motivo que los ha conducido a esa situación? La jubilación, al materializar el paso del tiempo, puede llevar a algunas personas a tomar decisiones que antes nunca hubiesen tomado. Como hijos, no tenemos derecho a tomar partido por uno o por otro, al igual que no nos gustaría que ellos se metieran en nuestra vida sentimental…
No olvidemos que sus problemas de pareja y su vida sexual no nos incumben, y debemos recordárselo amablemente al que se haga la víctima y quiera llevarnos a su terreno. Pero si uno de los dos se siente solo, puede estar sufriendo y eso debemos entenderlo. Así, podemos prestarnos a escucharlo y ser comprensivos, pero sin entrar en el campo de batalla.
Una crisis necesaria
Etimológicamente, la palabra crisis viene del griego krisis, es decir, «decisión», lo que significa que nada podrá continuar como antes. Desgraciadamente, hoy en día se evita el hecho de pensar en esa necesidad de cambio; se hace todo lo posible para pasar el trance. Sin embargo, no hay que dejar de cuestionarse cosas; es inútil negar la evidencia. Hasta ese momento, han podido sortearse las preguntas sobre el sentido de la vida: uno se levantaba por la mañana para ir a trabajar; pasaba los fines de semana en familia; se iba de vacaciones para descansar; si discutía con su pareja era debido al estrés de la vida cotidiana y a la falta de tiempo… Podía buscarse en lo externo al culpable de lo que se hacía o se dejaba de hacer: «Estoy demasiado cansado para hacer deporte», «No tengo mucho tiempo para los demás, pues tengo muchas responsabilidades». A partir de ahora, es la persona que se jubila quien debe dar sentido a lo que hace, a lo que decide, a sus relaciones, a su vida actual; debe pasar del papel social a reconocer su propia identidad, y aceptar el hecho de que el tiempo pasa. Eso implica mirar cara a cara a la realidad, y tomarse un tiempo para una verdadera reflexión con uno mismo. Es el momento de detenerse y hacer balance de la vida pasada, de la experiencia socioprofesional, de la vida como hombre o como mujer que se ha llevado hasta ese momento. El momento de la jubilación es un tamiz, y hay que aprender a pasar de un estado a otro y aceptar el cambio de vida que conlleva.
En esta nueva etapa de la vida resulta realmente importante que nuestros padres revisen sus valores, pero conviene que el duelo no sea sólo por lo que ya no volverán a ser, sino también, y a veces esto es más doloroso, por lo que les hubiese gustado ser. Solamente una vez digeridas las desilusiones pueden emprenderse otras competencias. Esta reconversión puede llevar de varios meses a uno o dos años.
¡Cuidado! Periodo de riesgo
Algunas veces, ese malestar que conlleva la jubilación sólo se expresa mediante síntomas físicos; estos pueden tomar la forma de una retahíla de pequeños achaques, con su comitiva de lamentos, pero también pueden revelarse como enfermedades mucho más graves (cáncer, enfermedades cardiovasculares…), que se desarrollan insidiosamente. Está estadísticamente probado que en la actualidad hay un aumento real de las enfermedades en los dos años que siguen a la jubilación. Hay quienes se enfrascan impetuosamente en actividades, como si nada hubiese cambiado: para ellos, basta con continuar como antes, sólo que con un poco más de tiempo para sus aficiones. Pueden aparentar que todo transcurre sin problemas, pero tras las apariencias a veces se esconde otra realidad, a menudo inconsciente. La jubilación supone un cambio demasiado importante como para que pueda asimilarse con ligereza e indiferencia, y no puede trampearse durante mucho tiempo con las emociones: es probable que quienes quitan importancia al cambio que viven tengan una cita, más tarde o más temprano, con su mentira. La enfermedad y las quejas físicas son entonces sostenidas por una misma necesidad inconsciente de encontrar una razón para sufrir: como no se llega a superar ni a expresar el sufrimiento psicológico, se cae enfermo. La enfermedad expresa lo que no puede decirse: «Prefiero estar enfermo que asumir todas estas pérdidas; cambio mi papel de trabajador por el de enfermo. ¡Por lo menos, sigo siendo alguien!». Para reducir estos riesgos, hace falta una auténtica preparación para la jubilación, y algunas empresas ya contemplan esto para sus empleados. Esta preparación es interesante si su objetivo no sólo es hacer que los futuros jubilados reflexionen sobre lo que van a hacer en su tiempo libre, sino también ayudarlos a la construcción de un proyecto de vida. La preparación para la jubilación consiste en encontrar un propio modelo de funcionamiento que sustituya a todo aquello que nos ha estructurado durante muchos años; supone también aprender a llamar a las emociones, compartir las inquietudes con los demás, poner al día los valores que siempre se habían querido desarrollar y, con todo esto, sentirse menos solo antes de abordar ese salto en la vida. Para la mayoría, tras unos meses de incertidumbre, la ganancia en tiempo y en libertad bastará a menudo para compensar las pérdidas. A otros les costará un poco más encontrar los beneficios.
¡Magnífico! ¡Se ocuparán de los