Patrick Riviere

El gran libro de las civilizaciones antiguas


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que no deja de evocar el «androginado primordial divino», compartido por muchas religiones.

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Sin es un «dios-Luna». Está considerado, según algunos textos mesopotámicos, el señor de la corona, el rey de la corona. Así, Hammurabi, famoso por su código, fue calificado como «simiente de la realeza creada por el dios Sin».

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Según algunas interpretaciones que conciernen a la génesis del ser humano, este habría nacido de su sacrificio.

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Existen, no obstante, versiones diferentes del génesis de la humanidad (véase más arriba).

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Existen realmente numerosas representaciones, sobre todo en el templo de Sippara.

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La divinidad An designaba el Cielo, en el que estaba su residencia. Su templo de Uruk tenía como nombre E-au-na, «Casa del Cielo». A su vez, era calificado de Il-Shamé, «Dios del Cielo», de Ab-Shamê, «Padre de los Cielos», de Shar Shame, «Rey de los Cielos». Las estrellas componían originariamente su ejército, pero más tarde An cedió su prestigio a Enlil, que fue sustituido por Marduk, en el cuento babilonio.

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«En cuanto a Inanna, homologada con la Ishtar acadia, y más tarde con Astarté, gozará de una “actualidad” cultural y mitológica nunca alcanzada posteriormente por otra diosa de Oriente Medio», Mircea Eliade, op. cit.

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Debemos subrayar que la luz se propaga y se manifiesta efectivamente siguiendo dos modos complementarios: uno rectilíneo (por efecto corpuscular) y otro ondulatorio (por efecto oscilatorio)… ¡Curiosa coincidencia!

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Veremos más adelante que Atenea era considerada por los griegos diosa de la sabiduría (Pallas Atenea) y diosa de la guerra, que salió armada del cráneo de Zeus.

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Las siete puertas simbólicas de Abajo se relacionan por analogía con los siete astros de Arriba, al igual que con los siete cielos que se asocian a ellos.

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Mircea Eliade, op. cit.

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El pastor Dumuzi en la versión sumeria antigua.

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Esta fiesta tenía lugar durante los doce primeros días del mes de Nisan. Al principio se desarrollaba una «etapa de expiación» para el rey, que simbolizaba la cautividad de Marduk. En el santuario, el sumo sacerdote retiraba al rey sus emblemas de soberanía: el cetro, el anillo, la cimitarra y la corona, y luego le golpeaba en la cara como signo de humillación. La etapa siguiente marcaba la liberación de Marduk, y luego tenían lugar los combates rituales, así como una procesión conducida por el rey hasta Bit Akinu, situada fuera de la ciudad, donde se celebraba un banquete. Luego, el rey manifestaba el hieros gamos (véase S. N. Kramer, The sacred marriage rite) con una sacerdotisa que simbolizaba a la diosa, representando así la pareja Dumuzi-Inanna, y por último se podía asistir a la determinación de los destinos vinculados al mes del año (por analogía a las leyes establecidas por Marduk para ordenar el Universo). Se supone que la fiesta del año nuevo A-ki-til revivía el mundo constantemente perturbado por la amenaza de la Gran Serpiente exterminadora.

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Por analogía con los siete astros: las dos luminarias – la Luna y el Sol– y los cinco planetas – Saturno, Júpiter, Venus, Mercurio y Marte–. Cada planta del zigurat mostraba un color asociado a cada uno de los astros. Así, partiendo de la base, se observaban los siguientes colores: blanco, negro, púrpura, azul, bermellón, plata y dorado. En la última planta, se erguía el templo propiamente dicho, donde vivía el sumo sacerdote.

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En sumerio; Utnapishtim en acadio.

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S. N. Kramer, L’Historie commence à Sumer.

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Aunque no se puede dudar de la anterioridad de la versión babilonia, podemos considerar, según Mircea Eliade, que la Epopeya de Gilgamesh es obra del genio semítico, ya que esta fabulosa saga fue redactada en acadio a partir de diversos y confusos elementos.

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La simbología del árbol es importante en la tradición mesopotámica; pensemos en los mitos que rodean «al árbol plantado en las orillas santas del Eufrates», culto en relación con el del dios Enki, que, por otra parte, suele ser evocado en las tumbas reales de Ur. Como apunta Nell Parrot en su obra L’Arbre sacré, a propósito de su importancia en Mesopotamia: «No hay culto del árbol en sí; bajo esta representación se oculta siempre una entidad espiritual».

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Tribulaciones de tipo «iniciático», en las que el recorrido del héroe sigue un determinado modo evolutivo tradicional.

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Se trata de una especie de descenso a los Infiernos simbólico, de una interiorización del héroe, hasta lo más recóndito de su ser.

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Se dice de los dioses inferiores, cuyo culto estaba asociado al de las grandes divinidades.

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Extraído de la excelente obra de Geoffroy Bibby, Dilmoun, la découverte de la plus ancienne civilisation, ed. Calmann-Lévy, 1972.

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Efectivamente, hubo que esperar a la invasión de los hicsos, en el siglo xvi a. de C., para que Egipto se volviera vulnerable.

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Exposición organizada por Jacques Vandler, miembro del Institut de France, inspector general de los museos, encargado del departamento de Antigüedades Egipcias.

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Como la denominada «de toro», que se encuentra en el Museo del Louvre.

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Estos «hombres barbudos» – este es el calificativo que los arqueólogos les han otorgado– guardan relación con las culturas Nagada I y II que se extendían de Badari a Sisileh, en la parte sur del Nilo (véase el artículo de J. A. Boulain, aparecido en Archeologia, n.o 60).

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Cuyo título exacto es Avanzando hacia la luz del día.

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Omnium littéraire, París, 1965.

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Mircea Eliade, op. cit.

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Menfis era considerada la «Residencia del alma de Ptah»: He-Ku-Ptah, que dará origen al vocablo griego Aiguptos, que a su vez es base de la palabra Egipto; el término egipcio que designaba a Egipto era kemit, o «tierra negra».

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Menes es el nombre dado por los griegos al faraón Narmer; es la trascripción griega de la palabra egipcia Menei.

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Plutarco (De Iside et Osiride) afirma que los egipcios representaban Egipto con un «corazón sobre un brasero ardiendo». Realmente, ¡qué imagen tan elocuente!

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Término que los egipcios utilizaban para designar la parte visible, superior, de las tumbas civiles egipcias en el Imperio Antiguo. Más tarde, por extensión, este término designó a la tumba en sí. Una capilla con muros decorados representaba la vida del difunto y se habilitaba en el interior. Desde allí, un pozo permitía acceder a la cámara mortuoria en la que se encontraba el sarcófago.

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Tres grandes pirámides fueron erigidas unas décadas más tarde: dos en Dashûr y una en Maydûm, al sur de Saqqara.

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Amenemhet I inauguró la XII dinastía, durante la cual la producción artística alcanzaría el máximo esplendor.

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Resulta sorprendente que una mujer pudiera reinar en Egipto, de un modo, además, admirable, pero cabe decir que adoptó ciertas medidas de precaución después de que su padre, el faraón Tutmosis I, la llamara para compartir su trono con Tutmosis II. Ella consiguió, de hecho, hacerse proclamar de sexo masculino y de filiación divina. Por lo demás,