Stephen Goldin

Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros


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desesperadamente, “toda la idea es inmoral. Simplemente no es el tipo de cosas que un ejecutivo del gobierno debería hacer”.

      “Eso es completamente irrelevante. La moralidad no importa cuando hay vidas humanas en riesgo”.

      Filmore se puso de pie. “Jess, si no puedo convencerte de dejar esta ridícula idea, buscaré a alguien que lo haga”.

      “No serías soplón de un amigo, o sí? Preguntó Hawkins dolido.

      “Es por tu propio bien, Jess”. Avanzó hacia la puerta.

      “Qué lástima por ti y Silvia”, dijo Hawkins en voz queda.

      Filmore se detuvo. “¿Qué hay conmigo y con Silvia?”.

      “Arruinar tan buen matrimonio luego de trece años juntos”.

      “Silvia y yo estamos muy felizmente casados. No tenemos intenciones de separarnos”.

      “¿Quieres decir que aún no le has dicho lo de Gloria?”.

      Filmore se puso un poco pálido. “Sabes que Gloria fue sólo un amorío momentáneo, Jess. No te atreverías —”

      “¿A ser soplón de un amigo? Claro que no, Bill. Es sólo que tengo este mal hábito de soltar cosas inapropiadas en el momento menos oportuno. Sea como fuere, ¿no crees que debemos sentarnos y discutir la situación un poco más?

       ***

      Cuando se estaba vistiendo de nuevo, Wilbur Starling le preguntó, “¿Babette, puedo hablar contigo?”.

      Babette miró su reloj. “Tendrá que pagar por otra hura”, advirtió ella.

      “Tu pensamiento es muy estrecho”, dijo Starling. “Tienes toda tu vida por delante. En lugar de estar preocupándote por tu próxima hora, deberías estar pensando en todas las horas que te restan”.

      “¡Pog favor! Tengu suficente con tomar una a la vez”.

      “No quieres tener seguridad para cuando estés mayor, una buena casa —”

      “¡Mon Diue, es una propesta matrimonial!”.

      “No, no, Babette, cariño, no entiendes. Verás, represento al gobierno de los Estados Unidos —”

      “Conozco a su cónsul muy ben”, dijo ella amablemente.

      “No me refiero a eso. Mi gobierno está dispuesto a pagar por tus servicios en calidad especial”.

      “¿Qué debu hacer?”.

      La cara de Starling se ruborizó levemente. “Bien, ah, lo mismo que has estado haciendo, sólo que arriba en el espacio”.

      “¿En el espacio?”.

      “Sí, sabes. Como los satélites, alrededor del planeta, Shepard, Glen, Hammond”. Hizo pequeños movimientos giratorios con sus dedos.

      “Oh, oui”, dijo Babette, comprendiendo de repente. “Como A-OK”.

      “Sí”, suspiró Starling. “A-OK y todo ese tipo de cosas. ¿Lo harás?”.

      “Non.”

      “¿Por qué no, Babette?”.

      “Es muy...muy pelidgroso. No quiego perder mi vida yendo al...spacio”.

      “Mi país está dispuesto a pagarte—” hizo un cálculo mental rápido, “—cinco veces tu tarifa normal. Otras once chicas irán contigo, así es que no te sentirás sola. Sólo tendrás que trabajar dos o tres horas al día. Y en la actualidad, no hay peligro involucrado en todo eso. Muchas mujeres han ido al espacio y han regresado a salvo; ellas dicen que las condiciones en el espacio son muy apacibles. Y cuando te retires, incluso te proporcionaremos una casa y un fondo de pensión, para que puedas vivir tus últimos años con comodidad”.

      “¿Todo eso sólo paga mí?

      “Sólo para ti”.

      Babette tragó y cerró los ojos. “Entonces de dónde sacagr yo la impregsión de que los estadounidenses sun —¿cómo se dice?— ¿mojigatus?”.

       ***

      Sen. McDermott: ¿Y dice que reclutó a todas estas chicas usted mismo?

      Sr. Starling: Sí, señor, lo hice.

      Sen. McDermott: ¿La mayoría de ellas eran cooperadoras?

      Sr. Starling: Ese es su trabajo, señor.

      Sen. McDermott: Quise decir que, ¿cuál fue la reacción de ellas a su inusual propuesta?

      Sr. Starling: Bueno, probablemente les han hecho muchas propuestas inusuales. Parecieron tomarlo con calma.

      Sen. McDermott: Una última pregunta, Sr. Starling. ¿Cómo le pareció este trabajo?

      Sr. Starling: Muy fatigante, señor.

       ***

      “Debes estar muy cansado, Wilbur,” dijo Hawkins, destellando su infame sonrisa. ¿Cuántas chicas dices que entrevistaste?

      “Luego de veinte paré de contar”.

      “Y tienes una docena escogidas para nosotros, ¿ah?”.

      “Sí señor, nueve francesas y tres británicas”.

      “Bueno, creo que te has ganado unas vacaciones; las tendrás tan pronto como las chicas estén ubicadas de forma segura en la USSF 187. Por cierto, ¿cómo se llaman?”.

      Starling cerró sus ojos, como si los nombres estuvieran escritos por dentro de sus párpados. “Veamos, está Babette, Suzette, Lucette, Toilette, Francette, Violette, Rosette, Pearlette, Nanette, Myrtle, Constance y Sydney.”

      “¿Sydney?”.

      “No lo puedo evitar, jefe, ese es su nombre”.

      “Bueno, supongo que podría ser peor”, sonrió Hawkins. “Su apellido podría haber sido Australia”.

      “Es peor, jefe”. “Su apellido es Carton”.

       ***

      Hawkins estaba dando a la docena de nuevas astronautas una charla preparatoria antes de la partida. “Me gusta pensar que ustedes son un pequeño ejército de Florence Nightingales”, les dijo. “Con suerte, no recibirán todo el crédito que su valiente actuación de auto sacrificio merece, más sin embargo —”

      Starling irrumpió en la sala, con pánico en sus ojos. “¡El General Bullfat viene bajando por el corredor!”., gritó.

      Filmore se paró de un brinco de la mesa sobre la que había estado sentado. “¿Jess, estás seguro que sabes lo que estás haciendo? Si Bullfat encuentra a estas chicas —”

      “Relájate, Bill,” sonrió Hawkins en forma casual. “Puedo manejar a Bullfat con ambos ojos cerrados. Él es pan comido”.

      “¿Quién es pan comido?”. Rugió Bullfat cuando entró a la sala. El general era un hombre robusto—pero claro, cuarenta años sentado tras un escritorio pueden hacer lo mismo por la figura de cualquiera.

      “Usted lo es”, dijo Hawkins, girando calmadamente para darle la cara. “Justo le estaba diciendo a Bill que es pan comido que usted sea promovido a mi cargo si yo alguna vez decidiera renunciar”.

      Bullfat murmuró incoherentemente. “¿Quiénes son?”, preguntó él después de un momento, señalando a las chicas.

      Era una pregunta oportuna. Las astronautas, a diferencia del procedimiento normal, tenían puesto un atuendo holgado, trajes espaciales flojos. Sus visores eran pequeños, revelando apenas sus ojos y narices, mientras que el resto de sus cabezas estaban completamente cubiertas por sus cascos. Recordaban más a payasos fofos que a viajeros espaciales.

      “Son