principal, dándose cuenta ahora de que estaba sangrando por un costado de su cabeza. Salió fuera, sólo para encontrarse con el caos. Varios de sus hombres yacÃan muertos en el suelo, otros corrÃan de un lado a otro gritando, y humo pesado emanaba de la prisión. Permaneció unos minutos en el pórtico; la sangre de su cabeza goteaba sobre el cuello de la hermosa túnica, hasta que uno de sus hombres le reconoció.
- "¡General, los prisioneros han escapado y nos han hecho mucho daño!"
- "Por lo que parece, eso es quedarse corto."
Rápidamente llamó a Kemal, al comandante de la guarnición y a un par de oficiales superiores, exigiendo una explicación.
Kemal, blandiendo un rifle de asalto Kalashnikov AK-47 sólo para demostrar que tenÃa cierto grado de control, no le gustó la perspectiva de dar la noticia al General, pero no tuvo elección.
- "¡General, la mujer y los rescatadores americanos hicieron esto! Nos sorprendieron. ¡Tres helicópteros americanos nos dispararon!"
Amir casi se quedó sin palabras al enterarse de esta ineptitud colosal. "¿Y qué hiciste al respecto, idiota?"
- "Les disparamos a los helicópteros, General, pero tenÃan más potencia de fuego." Al darse cuenta de que Amir estaba a punto de dispararle entre los ojos, añadió: "La mujer, Kejal, les ayudó a escapar, pero creo que la matamos".
Amir llevó su brazo a la cadera, donde solÃa tener su arma, y recordó que no estaba vestido para la ocasión. HabrÃa disparado al desventurado soldado, pero se conformó con un puñetazo en la cara que hizo rodar al hombre por las escaleras.
- "¿Dónde está la mujer?" Preguntó.
- "Se la llevaron con ellos en el helicóptero, General." Kemal, todavÃa de espaldas, levantó el brazo para protegerse de otro golpe. El General lo pateó.
- "¿Por qué estoy maldito con eunucos como tú?" Luego lo pateó de nuevo.
Amir se dio la vuelta y subió las escaleras, de vuelta a su habitación para vestirse. No querÃa admitirlo, pero habÃa cuidado de Kejal. Era frÃa como el hielo, testaruda y resentida. Ãl rompió su espÃritu y la forzó a servirle y a venir a su cama cada vez que se le antojaba. Disfrutaba de su pasividad hostil y despreciativa. Reforzó su sentido de dominación - para imponer en su cuerpo a voluntad, sin una pretensión de afecto y juego previo -. Era consciente de su silencio y quietud cuando la poseÃa, saboreando el pensamiento y el sentimiento de que simplemente estaba usando a los derrotados para darse placer a sà mismo sin necesidad de corresponder. Sin embargo, se acostumbró a su presencia y comenzó a disfrutar de su belleza y elegancia. Finalmente habÃa esperado llegar a un entendimiento, donde ella aceptarÃa que lo que le pasaba a su familia no era una situación tan clara. Ahora se habÃa ido por culpa de unos incompetentes analfabetos y de esa puta americana traidora. âEs mi culpaâ, reflexionó. DeberÃa haber violado a la perra en el acto, sin la pretensión superficial de seducción.
Tomó una muestra de la herida de la cabeza, se puso el uniforme, se puso el cinturón de cuero con el arma enfundada y procedió a limpiar el desorden que habÃa afuera. A pasos agigantados, observó los daños, ordenó que se enterrara a los muertos y envió a los heridos al hospital cercano, con la esperanza de que aún siguiera en pie.
Después de reordenar el recinto, convocó una reunión de personal en su oficina.
En poco tiempo, sus comandantes de primera lÃnea, reunidos en torno a una larga mesa, junto con Abdul Tek, el lÃder del grupo fedayÃn asignado a la unidad de Amir.
Amir se sentó a la cabeza de la mesa y exigió una actualización táctica. Un coronel resumió la situación. Los británicos habÃan tomado Basora. Los estadounidenses corrÃan por el desierto con un Ãmpetu increÃble, destruyendo todo lo que se interponÃa en el camino. Era obvio que se dirigÃan a Bagdad, y no habÃa mucho que los iraquÃes pudieran hacer al respecto.
El resto de los oficiales estuvieron de acuerdo con la evaluación y acudieron a Amir en busca de orientación, órdenes o cualquier otra información que les diera esperanza.
Amir permaneció en silencio. âEsta es una repetición de la primera Guerra del Golfo en 1991, sólo que peor", pensó. En ese momento, Amir habÃa comandado una unidad de tanques. Se sintió orgulloso de ser miembro del cuarto ejército más grande del mundo y orgulloso de su batallón de T-55. Eran armas efectivas - un hecho probado por varias victorias sobre los iranÃes en 1980.
Sin embargo, durante la Guerra del Golfo, los iraquÃes habÃan subestimado severamente la efectividad de las fuerzas de campo de la Coalición lideradas por los estadounidenses.
En muy poco tiempo, cien horas, el enemigo lanzó el ataque terrestre a una sorprendente velocidad, desató una enorme potencia de fuego y persiguió a las fuerzas iraquÃes contra la desintegración de la resistencia. La mayorÃa de las unidades del ejército iraquà se rindieron, mientras que otras fueron destruidas o se retiraron. Muchas de las unidades en retirada abandonaron su equipo mientras huÃan hacia Basora.
En un intento desesperado de frenar al enemigo, algunos elementos de la Guardia Republicana libraron varias batallas con las Fuerzas de la Coalición. Sin embargo, sin un mando central, estos elementos restantes tenÃan que funcionar de forma independiente y ya no podÃan llevar a cabo operaciones coherentes.
La unidad de Amir hizo un intento valiente de ganar tiempo para que otras unidades se retiraran. Ãl y sus hombres trataron de luchar contra los americanos, pero los cañones de sus tanques no tenÃan el alcance de los tanques y armas de los Abrams del enemigo. Todas las balas disparadas por los tanques T-55 de Amir se quedaron cortas. Las unidades estadounidenses atacantes hicieron llover el infierno sobre las posiciones iraquÃes, destruyendo 61 tanques y 34 vehÃculos blindados de transporte de tropas de la División Medina en menos de una hora. Al final de la batalla, Amir yacÃa herido fuera de su tanque incendiado. Los iraquÃes acaban de ser superados en armamento y abrumados por las fuerzas armadas más formidablemente capaces que el mundo haya visto jamás. Toda su unidad estaba en llamas. HabÃa tanques destrozados por todas partes, algunos de ellos aún ardiendo y explotando mientras las intensas llamas los envolvÃan. Lo más horripilante de todo, el olor a carne quemada y los gritos de los pocos miembros de la tripulación que sobrevivieron saltando de sus tanques en llamas crearon una pesadilla surrealista.
Amir no tenÃa delirios de victoria esta vez. Abdul, el comandante de los fedayines, propuso una lucha a muerte. "¿Qué mejor gloria que morir por el Islam y el Gran LÃder Saddam?"
Amir no respondió. Odiaba a Abdul, el fanático repulsivo. Ãl y su banda de bárbaros habÃan sido asignados a las unidades de Amir y otros, no para luchar, sino para asegurarse de que los comandantes de campo y los soldados lucharan. Cualquier duda, y estaban autorizados a disparar a los reacios en la cabeza. Los hombres de Abdul ya se habÃan permitido unas cuantas ejecuciones de este tipo sólo para dejar claro su punto de vista. Cuando Amir se enteró, habÃa agarrado a Abdul por el cuello y prometido destrozarlo si se atrevÃa a hacer algo asà de nuevo sin su permiso, las órdenes de Saddam serÃan condenadas.
Abdul hizo una sugerencia. "General, creo que debemos motivar a las tropas a luchar contra los americanos. Han oÃdo historias de lo que pasa si resisten al enemigo, y la moral está baja. Oà hablar de deserciones. No podemos permitir que eso pase aquÃ".
- "¿Qué propondrÃas?" Amir lo sintió venir.
Abdul se puso de pie y empezó a caminar por la sala, obligando a los oficiales a seguirlo con los ojos. "Los antiguos romanos entendieron lo que se necesitaba para hacer soldados motivados y guerreros feroces. A veces, cuando las Legiones no funcionaban bien, los generales empleaban la práctica