Amy Blankenship

Una Luz En El Corazón De Las Tinieblas


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y reciente. Confirmó que “no hay chupasangres dentro de sus paredes”, pero un gruñido de enfado se escapó de sus labios cuando olió el aroma de Toya, tan fresco como el de Kyoko. Toya había entrado al apartamento también, pero no había salido. Poniendo su mano en la perilla, Kotaro la volteó para descubrir que estaba rota.

      Rota pero completamente cerrada. – ¿Pero qué…? – gruñó furioso a la entrada forzada que ahora era obvia.

      Kotaro sostuvo su mano frente a él, mirando cómo sus garras se extendían y se afilaban en las puntas. Nunca hubo una cerradura que no pudiera forzar y la cerradura de Kyoko era menos que adecuada. Kotaro sonrió arrogante mientras ponía su garra en la cerradura. Moviéndola ligeramente, escuchó un clic satisfactorio.

      Con el sigilo de una sombra, entró al apartamento… cerrando la puerta suavemente detrás de él.

      Escuchando nada más que silencio, siguió el camino que le había dejado el aroma de Kyoko. Un momento después, se encontró a si mismo de pie en la puerta de su habitación. Sus abrasadores ojos azules afilados como una espada se enfocaron en el sentimiento incómodo que se disparó a través de su cuerpo.

      Sin saber lo que se iba a encontrar al otro lado, abrió lentamente la puerta.

      *****

      Kamui decidió mantenerse invisible mirando a Kotaro entrar en el apartamento de Kyoko. No era como si se estuviera escondiendo de su amigo… no, no era eso para nada. Pero sabiendo quién estaba en la cama de Kyoko en el momento, bueno… pensó que era mejor mantenerse invisible en vez de convertirse en un objetivo una vez que se armara el peo.

      Había hecho lo posible para mantener a salvo a Kyoko toda la tarde, pero tan pronto como Toya fue… en esta oportunidad, el Guardián de plata estaba por su cuenta. Kamui silenciosamente se agachó mientras Kotaro abría la puerta de la habitación.

      La visión que recibió a Kotaro era casi más de lo que podía comprender. ¡A su lado en la cama estaba ese perro sucio, Toya! Sosteniéndola como si le perteneciera a él y solo a él… sus brazos estaban fuertemente alrededor de su cuerpo inconsciente y una inclinación satisfactoria estaba en sus labios.

      Un gruñido se le escapó a Kotaro mientras avanzaba sobre la pareja perdida dentro de sus propios sueños.

      â€œTú, ladrón sinvergüenza,” los pensamientos de Kotaro rugieron en su mente mientras sus ojos comenzaban a sangrar con furia. Su control apenas existía cuando agarró y tiró a su rival fuera de la puerta de la habitación sin despertar a Kyoko.

      Toya no sabía qué pensar cuando lo levantaron de la cama por el cuello de su camisa y, literalmente, lo echaron fuera de la puerta de la habitación para aterrizar bien en la sala de estar. Antes de que tuviera tiempo de recuperar sus sentidos adormilados, levantaron a Toya una vez más por el cuello.

      Esta vez, sabía a quién se enfrentaba. Los ojos dorados furiosos se entrelazaron con unos azules como el hielo cuando arrastraron su cuerpo casi sin esfuerzo de nuevo por el aire.

      Aún invisible, Kamui se había dispersado del sofá al ver a Toya dispararse sobre él. Ahora se acomodó en la encimera de la cocina para mirar la diversión. Mirando la puerta de Kyoko, movió una mano en esa dirección… poniendo un escudo ahí para evitar que el sonido la despertara.

      Volvió su atención a sus dos amigos quienes estaban casi listos para arrancarse las cabezas mutuamente. “Como en los viejos tiempos”, Kamui sonrió en secreto deseando haber traído algunas palomitas para el espectáculo. “Todo lo que ahora necesito es una máquina de apuestas y dinero”. Silenciosamente levantó una ceja preguntándose por quién apostaría.

      Kotaro gruñó gravemente en su garganta, tratando de evitar que la lujuria de su sangre se filtrara en sus ojos azul cobalto. – ¿Pero qué demonios creías que estabas haciendo en la cama de Kyoko? – Su voz sostuvo un indicio de muerte como si la respuesta de Toya decidiera si luego se le encontraría vivo o no. La forma de Kotaro prometía retribución si la respuesta probaba ser una que no pensara que fuera aceptable.

      â€“ ¡Carajo, idiota! ¡Déjame ir! – Toya engarzó los dedos fuertemente apretados alrededor de su cuello con una mano y con la otra, atacó con un golpe que debió estremecer el cráneo de Kotaro.

      Aunque Kotaro apenas se movió del puñetazo, Toya ganó su liberación y rápidamente se cuadró en caso de que el patán no hubiese terminado.

      Toya podía sentir la furia intensa que venía de la forma silenciosa frente a él. Su propia furia aumentó cuando se dio cuenta de que Kotaro lo había podido atacar. – ¿Pero qué carajo pensabas que hacías en el cuarto de Kyoko, maldito sátiro? – respondió con una pregunta propia.

      Kotaro se dio cuenta que se iba a poner ruidoso cuando la voz de Toya comenzó a elevarse. Dio una ojeada hacia la habitación de Kyoko y viendo que la puerta aún estaba entreabierta, movió con brusquedad su cabeza hacia la puerta principal gruñendo las palabras: – Llevemos esto afuera antes de despertarla.

      Cuando parecía que Toya se iba a oponer a la idea, Kotaro lo tentó sabiendo que funcionaría. – A menos que tengas miedo de enfrentarme –. Sonrió con suficiencia y lo miró con furia a la vez, pues sabía que Toya mordería el anzuelo.

      â€“ Seguro, los idiotas primero –. Toya esperó a que Kotaro hiciera el primer movimiento e incluso deseaba que lo hiciera. Ya su ánimo estaba bastante caldeado como para acabar con un vecindario completo. Necesitaba a alguien con quien desahogar toda su frustración, y además había buscado una razón para intercambiar golpes con Kotaro desde hacía ya un largo tiempo.

      Ambos parecían difuminarse y en un par de rápidos latidos ambos estaban en el patio vacío en frente de los departamentos donde vivía Kyoko. Justo cuando Kotaro se volteaba para encararlo, Toya le dio un golpe que estaba seguro dejaría al idiota fuera de combate.

      Gruñó con rabia cuando Kotaro derrapó hacia atrás en la grama pero no cayó. No era realmente que no le cayera bien Kotaro… le caía bien en varios aspectos. Pero al mismo tiempo, Toya siempre sentía la necesidad de golpearle con fuerza. Era como tener a un enemigo como amigo.

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