boda tenÃa un itinerario largo, pues primero habrÃa un ensayo el jueves, luego una cena de compromiso el viernes y, finalmente, la celebración serÃa el sábado. Algunos invitados llegarÃan desde el miércoles para el ensayo, por eso Virginia estaba allÃ, era una de las damas de honor y debÃa traer desde la ciudad todo el ajuar de la novia y otros encargos. Lourdes no tenÃa villas contratadas hasta el jueves, asà que cuando ella llegó, debió alojarse en la villa de Andrés.
Cuando sus miradas se cruzaron en la puerta, se dieron el susto de sus vidas. Ninguno de los dos estaba esperando encontrarse con el otro, él no sabÃa quién era la visita que iba a alojar y ella no sabÃa que iba a alojarse con él⦠Ambos querÃan la cabeza de Lourdes en aquel momento. Casi dos años sin verse cara a cara y encontrarse asà de repente, sin tiempo para pensar un saludo adecuado. Se verÃan en la boda, eso estaba claro, ambos lo sabÃan, pero habÃa tiempo y alcohol suficientes para preparar el momento. Ahora, frente a frente, en el recibidor de la villa diecisiete, las palabras no les salÃan, el tiempo se hizo infinito y una fina llovizna de verano comenzó a caer ese veintiuno de junio a las dos de la tarde. Este dÃa de solsticio serÃa muy largoâ¦
CapÃtulo 3
Llueve a cántaros en la carretera de camino a Samaná, pasa del mediodÃa y Virginia solo piensa en llegar a la villa, entregar los paquetes que le encargaron llevar a la organizadora y sentarse a escribir el informe que esperan en su oficina. Su empresa de asesorÃa inmobiliaria está asociada a una multinacional a la que debe rendir informes cada mes y, a pesar de que el de junio no se vence hasta el viernes veintitrés, debido a los dÃas feriados de La Fête nationale du Quebec, su casa matriz solamente recibirÃa informes hasta el miércoles veintiuno. Las horas en carretera la habÃan aburrido inmensamente. Se habÃa pasado las tres horas del camino desde la capital ensayando una conversación imaginaria con Andrés, en la que él respondÃa justo las lÃneas que ella habÃa redactado en su cabeza para él; enfrentaban sus fantasmas del pasado y quedaban como amigos por y para siempre. Sin silencios incómodos, sin confesiones inconclusas y, sobretodo, sin ilusiones. SerÃa inevitable verlo en la boda o inclusive antes, asà que debÃa estar lista.
Lourdes esperaba las decoraciones con ansias y la habÃa llamado un par de veces para comentarle que tenÃa el alojamiento listo, que ya estaba esperándola en la Villa 17 para recoger todo y que ella no tuviera que moverse innecesariamente. Aparcó al lado de un jeep negro en el estacionamiento de la casa; en la entrada, en un auto dorado, estaba recostada una chica agitada y ansiosa que esperaba hablando por teléfono con algún suplidor. Se emocionó al ver entrar a Virginia y la abordó enseguida a la vez que instruÃa a un pobre chico que la acompañaba a que sacara todo del auto, pues los estaban esperando en alguna parte.
âAquà estarás alojada, Virginia, al menos hasta el sábado, que ya debes trasladarte a la villa de la novia. ¡Gracias por venir antes, has salvado mi vida! âexclamó Lourdes, emocionada.
â ¿Entonces estaré sola acá hasta el viernes? ¿Hay empleados durmiendo aquÃ? âpreguntó Virginia mientras se adentraban en los jardines de la casa para alcanzar el timbre.
â ¡Oh, no! ¡No estarás completamente sola, quiero decir! No te preocupes, los empleados no duermen en la casa, pero el dueño sÃ, seguro que se conocen; está invitado a la boda âdijo Lourdes entusiasta mientras tocaba la puerta.
â ¡Ya va! âgritó Andrés desde dentro mientras abrÃa la puerta.
â ¡Aquà dejo a la huésped! Gracias de nuevo por tu hospitalidad. Debo irme, asà que los veo luego a ambos. ¡Ciao! âse despidió presurosa Lourdes alejándose hacia el auto.
Mientras tanto, Virginia, con los nervios de punta, parada frente a él, con la computadora colgada de un hombro, la maleta a su lado en el suelo y las manos llenas de vestidos cuidadosamente guardados en sus protectores, apenas y lo saludó con un:
âHola, ¡no sabÃa que esta era tu casa!
âYo tampoco sabÃa que eras mi huésped⦠¿Necesitas ayuda? âdijo él tomando la maleta y señalando la computadora.
Ella no contestó y se limitó a seguirlo. Se veÃa igual que antes⦠¿O más guapo? Ese último matrimonio definitivamente le habÃa hecho bien, lástima que terminara apenas dos años después. Definitivamente no le habÃa afectado, no se veÃa triste para ser alguien que recién se habÃa divorciado cinco o seis meses antes. ¡Cuántas cosas pasaron por su cabeza mientras caminaban hacia la habitación! «Estoy muy callada», pensó, y decidió hacer un comentario sobre el clima. Ãl parecÃa muy confundido de que ella estuviera allÃ, asà que tal vez también estaba nervioso, ¿o quizá no? Virginia nunca habÃa sido buena para saber lo que él pensaba⦠Si tan solo lo hubiera sidoâ¦
Afuera, la fina llovizna habÃa dado paso a un sol radiante que se reflejaba en la piscina. Toda la sala parecÃa una extensión del jardÃn trasero, pues las inmensas paredes de cristal que separaban la casa del patio no tenÃan cortinas. La luz inundaba la casa y los verdes paisajes del jardÃn trasero integraban la naturaleza con el vanguardismo, mientras el olor a vainilla desatado en el ambiente le recordó a Virginia que necesitaba un café.
Recorrieron juntos el pasillo. La casa tenÃa dos habitaciones en el primer piso y dos más en el segundo. Una mezzanina con vista a la piscina alojaba una terraza adornada con jardines verticales, una romántica y diminuta pérgola de madera, hamacas gemelas y la imperdible vista de la bahÃa. Ãl la condujo a una habitación del primer piso mientras le indicaba que él estaba en la de al lado, ya que arriba estaban reparando los baños y no terminarÃan hasta el dÃa siguiente. Su cuarto con amplias ventanas también olÃa a vainilla y volvió a pensar en el café, esta vez fue más atrevida y se lo pidió sin titubeos a su anfitrión, que inmediatamente la llevó a la cocina y aprovechó para mostrarle el resto de la casa.
Café en mano, subieron a la mezzanina, a la cual se accedÃa desde la sala y, tras ver las hamacas, pensó que ese era su lugar favorito en la casa, hasta que recordó que aún debÃa enviar aquel informe⦠Sus pensamientos de plácido descanso se esfumaron en un santiamén. Le agradeció el café y le dijo que debÃa trabajar. Bajaron las escaleras en silencio y al llegar al salón, Andrés se sentó en el sofá y tomó el control del televisor.
â ¿Quieres que te avise para salir a cenar? Marilú se marcha a las seis de la tarde âdijo Andrés, refiriéndose a la chica encargada de la cocina.
âSÃ, claro. Espero terminar este informe pronto ârespondió Virginia mirando su reloj, que ya marcaba las tres de la tarde.
Se marchó al cuarto, café en mano. Al entrar, buscó su computadora y un lugar para colocarla. Divisó un escritorio blanco donde reposaban una máquina de café eléctrica que no habÃa visto antes, además de café y tés variados listos para preparar y dos tazas de fina porcelana a juego con el papel tapiz primaveral de la habitación. Definitivamente este lugar habÃa sido decorado por y para una mujer. Terminó de beber su café, encendió la computadora, comenzó a escribir y se sirvió su primera taza de té de menta.
CapÃtulo 4
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro cuando escuchó la noticia de la boda. Siempre habÃa apreciado a Iveth y sabÃa cuánto habÃa sufrido en su primer matrimonio; su amistad habÃa durado ya muchos años. Se habÃan conocido en la agencia de viajes donde primero habÃan sido compañeros y de la que ella ahora era gerente general. Fue en esa agencia de viajes donde él habÃa visto a Virginia por primera