preguntó ella. “¿Cuándo sucedió esto?”
“Hace unos tres años,” dijo Ellington. “Pero la mujer en cuestión hizo públicas sus acusaciones hace tres días.”
“¿Y es esa acusación válida?” preguntó Mackenzie.
Él asintió, sentándose al escritorio. “Mackenzie, lo siento. Era un hombre diferente en aquel entonces, ¿sabes?”
Sintió ira durante unos instantes, pero no estaba segura de hacia quién iba dirigida: si hacia Ellington o hacia la mujer. “¿Qué tipo de acoso?” le preguntó.
“Estaba entrenando a esta joven agente hace tres años,” dijo. “Lo estaba haciendo realmente bien así que, una noche, unos cuantos agentes la sacaron de fiesta a celebrar. Todos tomamos unos cuantos tragos y ella y yo fuimos los últimos que quedábamos. En ese momento, la idea de proponerle algo ni siquiera me había cruzado por la mente, pero me fui al cuarto de baño y cuando salí, estaba allí esperándome. Me besó y la cosa se puso caliente. Se echó hacia atrás—quizá al darse cuenta de que era un error. Y entonces intenté volver a la carga. Me gustaría creer que, de no haber estado bebiendo, al alejarse de mí yo lo hubiera dejado de intentar, pero no me detuve. Traté de besarla de nuevo y no me di cuenta de que ella no me estaba correspondiendo hasta que me alejó de un empujón. Me empujó para distanciarse y se me quedó mirando. Le dije que lo sentía—y lo decía de verdad—pero ella salió disparada. Y eso fue todo. Un triste encuentro entre cuartos de baño. Nadie forzó a nadie y no hubo nada de toqueteos ni otras malas conductas. Al día siguiente cuando llegué al trabajo, ella se había ido, con un traslado a Seattle, creo.”
“¿Y por qué está sacando ahora esto a colación?” preguntó Mackenzie.
“Porque es lo que está de moda en estos tiempos,” espetó Ellington. Entonces sacudió la cabeza y suspiró. “Lo siento. Eso fue un comentario asqueroso.”
“Sí que lo fue. ¿Me estás contando la historia entera? ¿Eso es todo lo que pasó?”
“Eso es todo,” dijo él. “Lo juro.”
“Estabas casado, ¿verdad? ¿Cuándo sucedió?”
Ellington asintió. “No es uno de mis mejores momentos.”
Mackenzie pensó en la primera vez que había pasado una cantidad importante de tiempo con Ellington. Había sido durante el caso del Asesino del Espantapájaros en Nebraska. Básicamente se le había tirado encima mientras se encontraba en medio de uno de sus propios dramas personales. Podía haber asegurado que él estaba interesado, pero, al final, él había rechazado sus avances.
Se preguntaba cuánto habría pesado en su mente el encuentro con esta mujer durante esa noche en que se le ofreció por primera vez.
“¿De cuánto tiempo es la suspensión?” preguntó.
Ellington se encogió de hombros. “Depende. Si ella decide no montar un lío enorme al respecto, podría ser solo de un mes. Pero si va a por todas, podría ser mucho más larga. Al final, podría llevar al despido definitivo.”
Mackenzie se dio la vuelta en esta ocasión. No podía evitar sentirse un tanto egoísta. Sin duda, estaba disgustada de que un hombre al que quería profundamente estuviera atravesando por algo como esto, pero al fondo de todo ello, le preocupaba más perder a su compañero de trabajo. Odiaba que sus prioridades fueran tan tendenciosas, pero así era como se sentía en ese momento. Eso y unos intensos celos que detestaba. No era el tipo celoso para nada… entonces, ¿por qué estaba tan celosa de la mujer que había denunciado el supuesto acoso? Jamás había pensado en la mujer de Ellington con un gramo de celos, así que ¿por qué con esta mujer?
Porque está haciendo que cambie todo, pensó. Esa rutina aburrida en la que me estaba metiendo y a la que me estaba acostumbrando está empezando a derrumbarse.
“¿En qué piensas?” preguntó Ellington.
Mackenzie sacudió la cabeza y miró a su reloj de pulsera. Solo era la una del mediodía. Enseguida, empezarían a notar su ausencia en el trabajo.
“Estoy pensando que tengo que regresar al trabajo,” dijo. Y dicho esto, se dio la vuelta y salió caminando de la habitación.
“Mackenzie,” gritó Ellington. “Espera.”
“Está bien,” le gritó ella de vuelta. “Te veo en un rato.”
Se fue sin decir adiós, sin un beso, ni un abrazo. Porque a pesar de que lo había dicho, nada estaba bien.
Si las cosas estuvieran bien, no estaría reprimiendo las lágrimas que parecían haber surgido de la nada. Si las cosas estuvieran bien, no seguiría intentando alejar una ira que seguía intentando ascender por dentro de ella, diciéndole que era una idiota por pensar que la vida podía ir bien ahora, que finalmente le tocaba vivir una vida normal donde los fantasmas del pasado no influyeran en todo.
Para cuando llegó al coche, se las había arreglado para detener las lágrimas del todo. Le sonó el móvil, y surgió el nombre de Ellington en su pantalla. Lo ignoró, dio marcha al coche, y se dirigió de vuelta a la oficina.
CAPÍTULO TRES
El trabajo solo le proporcionó distancia durante unas pocas horas más. Incluso a pesar de que Mackenzie charlara con Harrison para asegurarse de que no necesitaba de su asistencia en un pequeño caso de fraude de envíos en el que estaba trabajando, había salido del edificio para las seis. Cuando llegó de vuelta al apartamento a las 6:20, se encontró a Ellington delante de la cocina. No cocinaba a menudo y, cuando lo hacía, solía deberse a que no tenía nada entre manos ni nada mejor que hacer.
“Hola,” le dijo él, elevando la vista de una cazuela con lo que parecía ser algún tipo de salteado de verduras.
“Hola,” dijo ella como respuesta, dejando la bolsa de su portátil sobre el sofá y entrando a la cocina. “Lamento haberme ido de esa manera.”
“No hay por qué disculparse,” dijo él.
“Por supuesto que sí. Fue inmaduro. Y si te soy sincera, no sé por qué me disgusta tanto. Estoy más preocupada por perderte como compañero que por lo que esto le pueda hacer a tu trayectoria profesional. ¿Está muy mal eso o no?”
Ellington se encogió de hombros. “Tiene sentido.”
“Debería tenerlo, pero no lo tiene,” dijo Mackenzie. “No puedo pensar en ti besando a otra mujer, especialmente no de esa manera. Incluso aunque estuvieras borracho y hasta si fue ella la que inició las cosas, no te puedo ver de esa manera. Y hace que quiera matar a esa mujer, ¿sabes?”
“Lo siento de veras,” dijo él. “Es una de esas cosas de la vida que desearía poder rectificar. Una de esas cosas que pensé que formaban parte del pasado y que ya había terminado con ellas.”
Mackenzie se acercó por detrás de él y titubeante, le rodeó la cintura con los brazos. “¿Estás bien?” le preguntó.
“Solo enfadado. Y avergonzado.”
Parte de Mackenzie se temía que estaba siendo deshonesto con ella. Había algo en su postura, algo en eso de que no le pudiera mirar directamente a ella cuando hablaba de ello. Quería pensar que simplemente se debía a que no era fácil ser acusado de algo como esto, que le recordaran a uno algo estúpido que había hecho en el pasado.
Si era honesta, la verdad es que no sabía muy bien qué creer. Desde el momento que le había visto pasando por delante de la puerta de su oficina con la caja en las manos, sus pensamientos hacia él estaban mezclados y confusos.
Estaba a punto de ofrecerse a ayudar con la cena, con la esperanza de que algo de normalidad les ayudara a volver al camino recto. Pero antes de que las palabras salieran de sus labios, sonó su teléfono móvil. Se sorprendió y se preocupó un poco al ver que era McGrath.
“Lo siento,” le dijo a Ellington, mostrándole la pantalla. “Probablemente debería responder a esto.”
“Seguramente