un uniforme de policía, mientras que la placa sobre su pecho indicaba que se trataba del alguacil de Kingsville. Por detrás de él, podía ver las siluetas de otros cuatro agentes de policía. Uno de ellos estaba sacando fotos y moviéndose lentamente entre las sombras.
“Oh, vaya,” dijo él. “Eso fue rápido.” Esperó a que Mackenzie se acercara más y entonces le extendió la mano. Le dio un firme apretón y dijo, “Soy el alguacil Tate. Encantado de conocerte.”
“Igualmente,” dijo Mackenzie mientras llegaba al final de la ribera para encontrarse en un terreno llano.
Se dio unos momentos para examinar la escena, perfectamente iluminada por los focos que se habían colocado a lo largo de las dos riberas del río. Lo primero que notó Mackenzie es que el río apenas lo era en absoluto—al menos no en este lugar debajo del Puente de Miller Moon. Había lo que parecían unos charcos serpenteantes de agua estancada abrazándose a los laterales y los bordes afilados de rocas y peñascos que ocupaban la zona por la que debería pasar el río.
Uno de los peñascos entre los escombros era enorme, seguramente del tamaño de un par de coches. Estrellado sobre ese peñasco estaba el cadáver. El brazo derecho estaba claramente roto, doblado de manera imposible por debajo del resto del cuerpo. Una corriente de sangre descendía por el peñasco, mayormente seca pero todavía lo bastante húmeda como para que diera la impresión de que estaba circulando.
“Menuda vista, ¿eh?” preguntó Tate, de pie detrás de ella.
“La verdad es que sí. ¿Qué puedes decirme con certeza en este momento?”
“Pues bien, la víctima es un hombre de veintidós años. Kenny Skinner. Por lo que tengo entendido, es familiar de alguien de arriba en tu jerarquía.”
“Sí. El sobrino del vicedirector del FBI. ¿Cuántos hombres de los que están aquí en este momento saben eso?”
“Solo yo y mi ayudante,” dijo Tate. “Ya hablamos con tus colegas en Washington. Sabemos que hay que mantener esto en secreto.”
“Gracias,” dijo Mackenzie. “¿Tengo entendido que se descubrió otro cadáver aquí mismo hace unos cuantos días?”
“Hace tres mañanas, sí,” dijo Tate. “Una mujer llamada Malory Thomas.”
“¿Algún signo de ataque sexual?”
“Bueno, estaba desnuda. Y encontramos su ropa allá arriba sobre el puente. Por lo demás, no había nada. Se asumió que se trataba de otro suicidio.”
“¿Tienen muchos de esos por aquí?”
“Sí,” dijo Tate con una sonrisa nerviosa. “Podría decirse que sí. Hace tres años, se mataron seis personas saltando de este maldito puente. Fue algún tipo de récord para el lugar en todo el estado de Virginia. Al año siguiente, hubo tres más. El año pasado, fueron cinco.”
“¿Eran todos locales?” dijo Mackenzie.
“No. De esos catorce, solo cuatro de ellos vivían en un radio de cincuenta millas.”
“Y que usted sepa, ¿hay quizá algún tipo de leyenda urbana o de razonamiento para que esta gente se quitara la vida saltando de este puente?”
“Oh, sin duda, hay historias de fantasmas,” dijo Tate. “Claro que hay alguna historia de fantasmas asociada con prácticamente cada puente clausurado del país. No sé. Yo culpo a esos dichosos abismos generacionales. Los chicos de hoy en día se sienten ofendidos por algo y creen que quitarse del medio es la respuesta. Es muy triste.”
“¿Y qué me dice de homicidios?” preguntó Mackenzie. “¿Qué porcentaje tienen en Kingsville?”
“El año pasado hubo dos. Y hasta el momento, solo uno este año. Es un pueblo tranquilo. Todo el mundo se conoce y si alguien no te cae bien, uno simplemente se mantiene alejado de esa persona. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te inclinas por el asesinato en este caso?”
“Todavía no lo sé,” dijo Mackenzie. “Dos cadáveres en cuestión de cuatro días, en el mismo lugar. Creo que merece la pena investigarlo. ¿Sabe por casualidad si Kenny Skinner y Malory Thomas se conocían entre ellos?”
“Probablemente. Pero no sé cómo de bien. Como ya he dicho… todo el mundo se conoce aquí en Kingsville. Pero si me estás preguntando si acaso Kenny se mató porque Malory lo hizo, lo dudo mucho. Hay una diferencia de cinco años de edad entre ellos y no andaban con la misma gente que yo sepa.”
“¿Le importa que eche un vistazo?” preguntó Mackenzie.
“Adelante,” dijo Tate, alejándose al instante de ella para unirse a los otros agentes que estaban estudiando la escena.
Mackenzie se acercó al peñasco y al cadáver de Kenny Skinner con aprensión. Cuanto más se acercaba al cadáver, más consciente se hacía del daño que se había hecho. Había visto algunas cosas espeluznantes en su línea de trabajo, pero esta estaba entre las peores.
El ribete de sangre provenía de una zona donde parecía que la cabeza de Kenny se había estrellado contra la roca. Ni se molestó en examinarlo de cerca porque el negro y el rojo iluminado por los focos no era algo que quería que le regresara a su imaginación más tarde. La fractura masiva en la parte de atrás de su cabeza afectó al resto del cráneo, distorsionando las facciones del rostro. También observó cómo su tórax y su tripa parecían haberse inflado desde dentro.
Hizo lo que pudo para pasar esto por alto, examinando la ropa de Kenny y la piel a la vista en busca de signos de algo más depravado. Bajo la potente pero aun así ineficaz luz de los focos, era difícil estar segura pero después de varios minutos, Mackenzie no pudo encontrar nada. Cuando se alejó, sintió que empezaba a relajarse. Por lo visto, se había puesto tensa mientras observaba el cadáver.
Regresó donde estaba el alguacil Tate, que estaba hablando con otro agente. Sonaban como si estuvieran haciendo planes para notificar a la familia.
“Alguacil, ¿cree que podría encargarse de hacer que alguien reúna los historiales de esos catorces suicidios de los últimos tres años para mí?”
“Claro, puedo hacer eso. Haré una llamada en un segundo y me aseguraré de que estén esperándote en comisaría. Y sabes qué… hay alguien a quien puede que quieras llamar. Hay una señora en el pueblo, trabaja desde casa como psiquiatra y profesora de niños con necesidades especiales. Me ha estado dando la lata el año pasado sobre cómo todos esos suicidios en Kingsville no pueden ser simplemente suicidios. Puede que te ofrezca algo que no encuentres en los informes.”
“Eso estaría genial.”
“Haré que incluyan su información de contacto en los informes. ¿Estás bien aquí?”
“Por ahora, sí. ¿Me puedes dar tu número de teléfono para contactar más fácilmente?”
“Claro, pero este maldito aparato me falla a veces, necesito actualizarme. Debería haberlo hecho hace unos cinco meses. Así que, si me llamas y la llamada va directamente al buzón de voz, no es que te esté ignorando. Te llamaré de inmediato. Odio los teléfonos móviles de todos modos.”
Después de su perorata sobre la tecnología moderna, Tate le dio su número de móvil y Mackenzie lo guardó en su teléfono.
“Te veo por ahí,” dijo Tate. “Por ahora, el forense está de camino. Estaré realmente contento cuando podamos mover ese cadáver.”
Parecía algo insensible que decir, pero cuando Mackenzie volvió a mirarlo y vio el estado ensangrentado y fracturado del cadáver, no pudo evitar sentir que estaba totalmente de acuerdo.
CAPÍTULO CINCO
Eran las 10:10 cuando entró a la comisaría. El lugar estaba absolutamente muerto, el único movimiento provenía de una mujer de aspecto aburrido que estaba sentada a un escritorio—que Mackenzie asumió hacía las veces de servicios de emergencia del Departamento de Policía de Kingsville—y dos agentes que hablaban animadamente de política en un pasillo detrás del escritorio de la mujer.
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