de ti”.
“¿Qué?” dijo Ceres con la voz entrecortada, sintiendo cómo si estuviera clavada en la tierra.
“Ahora, sé la chica buena que yo sé que eres y presenta tus respetos”, dijo su madre, disparando una mirada de advertencia a Ceres.
“No lo haré”, dijo Ceres, dando un paso hacia atrás mientras inflaba el pecho, sintiéndose estúpida por no haberse dado cuenta de inmediato de que aquel hombre era un mercader y que la transacción era por su vida.
“Padre nunca me vendería”, añadió entre sus dientes apretados, mientras su horror e indignación crecían.
Su madre frunció el ceño y la agarró por el brazo, clavando sus uñas en la piel de Ceres.
“Si te portas bien, este hombre puede tomarte por esposa y, para ti, esto sería muy buena suerte”, dijo ella entre dientes.
Lord Blaku se lamió sus labios cortados y sus ojos ojerosos miraban de arriba abajo el cuerpo de Ceres con deseo.¿Cómo podía hacerle esto su madre? Ella sabía que su madre no la quería tanto como a sus hermanos, ¿pero esto?
“Marita”, dijo él con voz nasal. “Me dijiste que tu hija era hermosa, pero olvidaste decirme la criatura completamente maravillosa que es. Me atrevo a decir que jamás he visto a una mujer con los labios tan suculentos como los suyos, unos ojos tan apasionados y un cuerpo tan firme y exquisito”.
La madre de Ceres se puso una mano en el pecho y suspiró y Ceres sintió que podría vomitar allí mismo. Apretó los puños y soltó su brazo del agarre de su madre.
“Quizás tendría que haberle pedido más, si tanto le complace”, dijo la madre de Ceres, bajando la mirada como abatida. “Al fin y al cabo, ella es nuestra única querida hija”.
“Estoy dispuesto a pagar bien por esta belleza. ¿Serán suficientes otras cinco piezas de oro?” preguntó.
“Muy generoso por su parte”, respondió su madre.
Lord Blaku fue hasta el carro para coger más oro.
“Padre nunca estaría de acuerdo con esto”, dijo Ceres con desprecio.
La madre de Ceres dio un paso amenazador hacia ella.
“Oh, pero si fue idea de tu padre”, dijo su madre bruscamente, con las cejas subidas hasta media frente. Entonces Ceres supo que estaba mintiendo, siempre que hacía aquello estaba mintiendo.
“¿Realmente crees que tu padre te quiere a ti más de lo que me quiere a mí?” preguntó su madre.
Ceres parpadeó, preguntándose que tenía que ver eso con todo aquello.
“Yo nunca podría querer a alguien que se cree mejor que yo”, añadió.
“¿Nunca me quisiste?” preguntó Ceres, mientras su furia iba convirtiéndose en deseperación.
Con el oro en mano, Lord Blaku andó como con aires patosos hasta la madre de Ceres y se lo entregó.
“Tu hija bien vale cada pieza”, dijo. “Será una buena esposa y me dará muchos hijos”.
Ceres se mordió los labios por dentro y negó una y otra vez con la cabeza.
“Lord Blaku vendrá a buscarte por la mañana, o sea que ve hacia dentro y prepara tus pertenencias”, dijo la madre de Ceres.
“¡No lo haré!” gritó Ceres.
“Este siempre ha sido tu problema, chica. Solo piensas en ti misma. Este oro”, dijo su madre, sacudiendo la bolsa delante de la cara de Ceres, “mantendrá a tus hermanos con vida. Mantendrá a nuestra familia intacta, nos permitirá quedarnos en nuestro hogar y hacer reparaciones. ¿No se te ocurrió pensar en ello?”
Por un segundo, Ceres pensó que quizás estaba siendo egoísta, pero entonces se dio cuenta de que su madre estaba jugando de nuevo con su mente, usando el amor que Ceres tenía por sus hermanos contra ella.
“No se preocupe”, dijo la madre de Ceres dirigiéndose a Lord Blaku. “Ceres obedecerá. Lo único que tiene que hacer es ser firme con ella y se vuelve tan dócil como un cordero”.
Nunca. Jamás sería la esposa de aquel hombre o propiedad de alguien. Y nunca permitiría que su hambre intercambiara su vida por cincuenta y cinco piezas de oro.
“Jamás me iré con este mercader”, dijo de repente Ceres, lanzándole una mirada de asco.
“¡Niña desagradecida!” exclamó la madre de Ceres. “Si no haces lo que te digo, te pegaré tan fuerte que jamás volverás a caminar. ¡Ahora ve hacia dentro!”
El pensamiento de ser golpeada por su madre le trajo horribles y viscerales recuerdos; la remontó a aquel terrible momento cuando ella tenía cinco años y su madre la pegó hasta que todo se le puso negro. Las heridas de aquella paliza y muchas otras sanaron, sin embargo, las heridas en el corazón de Ceres nunca habían dejado de sangrar. Y ahora que sabía con seguridad que su madre no la quería, y que nunca lo había hecho, su corazón se le partió para siempre.
Antes de que pudiera responder, la madre de Ceres dio un paso adelante y le pegó tan fuerte en la cara que le empezó a sonar el oído.
Al principio, Ceres se quedó perpleja ante el repentino ataque y casi se echó hacia atrás. Pero entonces algo despertó en su interior. No se iba a encoger de miedo como siempre hacía.
Ceres dio una bofetada a su madre en la mejilla, tan fuerte que cayó al suelo, jadeando horrorizada.
Con la cara roja, la madre de Ceres se puso de pie, agarró a Ceres por el hombro y el pelo y le pegó un rodillazo en el estómago a Ceres. Cuando Ceres se inclinó hacia delante por el dolor, su madre le golpeó en la cara con la rodilla, haciéndola caer al suelo.
El mercader estaba allí y observaba, con los ojos abiertos como platos, riéndose por lo bajo, estaba claro que disfrutaba con la pelea.
Todavía tosiendo y respirando con dificultad por el ataque, Ceres se puso de pie tambaleándose. Gritando, se abalanzó sobre su madre, tirándola al suelo.
“Esto se acaba hoy, era lo único que pensaba Ceres. Todos aquellos años en que no había sido querida, en los que la habían tratado con desprecio alimentaban su ira. Ceres golpeó a su madre en la cara una y otra vez con los puños cerrados mientras caían por sus mejillas lágrimas de rabia y por sus labios se escapaban gemidos incontrolables.
Finalmente, su madre se quedó flácida.
Los hombros de Ceres temblaban con cada grito, sus entrañas se retorcían en su interior. Alzó la vista, nublada por las lágrimas, y miró al mercader con un odio incluso más intenso.
“Tú serás buena”, dijo Lord Blaku con una sonrisa astuta, mientras recogía la bolsa de oro del suelo y se la ataba a su cinturón de piel.
Antes de que pudiera reaccionar, sus manos ya estaban sobre ella. Cogió a Ceres y la montó en el carro, echándola al fondo en un movimiento rápido, como si fuera un saco de patatas. Su enorme masa y su fuerza eran demasiado para poderse resisitir. Cogiendo su muñeca con una mano y una cadena con la otra, dijo, “No soy tan estúpido como para pensar que todavía ibas a estar aquí por la mañana”.
Echó un vistazo al que había sido su hogar durante dieciocho años y sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en sus hermanos y en su padre. Pero tenía que hacer una eleción si quería salvarse, antes de que la cadena estuviera alrededor de su tobillo.
Por eso, con un movimiento rápido, reunió toda su fuerza y se soltó del mercader, levantó la pierna y le golpeó en la cara lo más fuerte que pudo. Él cayó hacia atrás, fuera del carro y fue a parar al suelo.
Ella saltó del carro y corrió tan rápido como pudo por el camino de tierra, lejos de la mujer a la que juró no volver a llamar madre jamás, lejos de todo lo que había conocido y amado.
CAPÍTULO CUATRO
Rodeado por la familia real, Thanos se esforzaba por mantener una expresión agradable en su rostro mientras agarraba