Морган Райс

Jurada


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se extendían sin fin y, cuando miraron hacia abajo, vieron que estaban a miles de pies de altura. Caitlin se preguntó dónde podrían estar.

      “Me estaba preguntando lo mismo," dijo Caleb, leyendo sus pensamientos.

      Examinaron el horizonte, girando en todas direcciones.

      “¿Reconoces algo?" preguntó Caitlin.

      Él negó lentamente con la cabeza.

      "Bueno, parece que sólo tenemos dos opciones", él continuó. “¿Hacia arriba o hacia abajo? Estamos tan alto que digo que vayamos hacia arriba. Veamos qué  puede verse desde la cima.”

      Caleb asintió con la cabeza, Caitlin tomó la mano de Scarlet, y los tres comenzaron a caminar por la pendiente.

      Hacía frío allí arriba, y Caitlin estaba muy poco vestida para este tipo de clima. Todavía llevaba sus botas de cuero negro, unos pantalones negros herméticamente cerrados, y una camisa manga larga negra de cuando había entrenado en Inglaterra. Pero, su ropa no era lo suficientemente caliente para protegerla de estos vientos fríos de montaña.

      Subieron por la ladera, agarrándose de las rocas empujando su paso hacia la cima.

      A medida que el sol se elevaba en el cielo, y justo cuando estaban empezando a preguntarse si habían tomado la decisión correcta, por fin llegaron a la cima más alta.

      Sin aliento, cuando llegaron a la cima, se detuvieron y observaron los alrededores.

      La vista dejó sin aliento a Caitlin. Ante ellos, se extendía el otro lado de la cordillera que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Más allá, se veía el mar. A lo lejos, en el mar, se veía una isla rocosa y montañosa, cubierta de vegetación. Una isla primordial que sobresalía en el mar, era lo más pintoresco que jamás había visto en su vida. Parecía un lugar sacado de un cuento de hadas, especialmente bajo la luz de la mañana, porque la cubría una niebla misteriosa que le daba un tono naranja y morado.

      Y aun más dramático, lo único que conectaba a la isla con el continente era un puente de cuerda sin fin, que se balanceaba violentamente en el viento y parecía tener cientos de años de antigüedad. Debajo, el precipicio caía cientos de metros hacia el mar.

      "Sí," dijo Caleb mientras la contemplaba con asombro. ". Esa isla me resulta conocida.“

      "¿Dónde estamos?" preguntó Caitlin.

      Él observó la isla con reverencia, luego se volvió y la miró, sus ojos estaban llenos de emoción.

      "Skye", le dijo. “Es la legendaria isla de Skye. El hogar de los guerreros y de nuestra especie desde hace miles de años. Entonces, estamos en Escocia," dijo. ". Es evidente que es donde debemos ir. Es un lugar sagrado.”

      "Vamos a volar", dijo Caitlin, sintiendo sus alas ya activas.

      Caleb negó con la cabeza.

      "Skye es uno de los pocos lugares en la tierra donde eso no es posible. Seguramente, habrá vampiros guerreros custodiando y, lo más importante, hay un escudo de energía que lo protege de quienes buscan ingresar volando. El agua crea una barrera psíquica a este lugar. Ningún vampiro puede entrar sin ser invitado.” Él se volvió y la miró. "Vamos a tener que entrar por el camino difícil: por ese puente de cuerda."

      Caitlin se quedó mirando el puente que se balanceaba con el viento.

      "Pero ese puente se ve muy traicionero", ella dijo.

      Caleb suspiró.

      "Skye es diferente a cualquier otro lugar. Sólo se le permite entrar a los dignos. La mayoría de las personas que tratan de acercarse se enfrentan con su muerte, de una u otra manera.”

      Caleb la miró.

      "Podemos dar la vuelta", él sugirió.

      Caitlin lo pensó y luego negó con la cabeza.

      "No", respondió ella, decidida. "Nos pusieron aquí por una razón. Vamos a hacerlo.”

      CAPÍTULO DOS

      Sam se despertó sobresaltado. Su mundo giraba y se mecía violentamente; no lograba entender dónde estaba o qué estaba pasando. Estaba en una posición muy incómoda, acostado de espaldas sobre lo que parecía madera. Estaba de cara al cielo y podía ver las nubes moverse erráticamente.

      Sam se inclinó, se agarró de un pedazo de madera y se irguió. Cuando se sentó parpadeando, su mundo seguía girando pero, entonces, pudo ver lo que lo rodeaba. No podía creerlo. Estaba sobre el piso de un barco, de un pequeño bote de madera de remos en medio del mar.

      El bote se sacudía violentamente en el mar agitado, las olas lo elevaban y lo hundían una y otra vez. Crujía y gemía con el movimiento, subiendo y bajando, balanceándose de un lado a otro. Al ver la espuma de las olas romper a su alrededor, Sam sintió frío; el viento salado le erizó el pelo y la cara. Era temprano por la mañana, de hecho, era un hermoso amanecer, el cielo se rompía en una miríada de colores. Se preguntó cómo demonios había terminado allí.

      Cuando Sam se dio vuelta y observó el barco en la penumbra de la mañana, vio una figura acostada en el otro extremo, estaba acurrucada sobre el piso y estaba cubierta con un chal. Se preguntó quién podría estar junto a él en este pequeño bote en el medio de la nada. Y entonces la sintió. Fue como una descarga eléctrica. No tuvo que ver su cara.

      Era Polly.

      Cada hueso en el cuerpo de Sam se lo dijo. Le sorprendió cómo pudo saberlo  tan rápido y sin duda, era evidente de que estaba muy conectado con ella, sus sentimientos por Polly eran tan profundos que casi parecían ser una sola persona. No entendía cómo había podido suceder tan rápidamente.

      Mientras la miraba desde allí sentado y notó que Polly permanecía inmóvil, de repente se llenó de temor. No estaba seguro si ella estaba viva y, en ese momento, se dio cuenta que no podría soportar que no lo estuviera. Fue entonces cuando, de manera inequívoca, supo que la amaba.

      Tambaleándose, Sam se puso de pie; cuando una ola  empujó y elevó la pequeña embarcación, Sam logró dar unos pasos y se arrodilló junto a Polly. Extendió su mano, suavemente le sacó el chal, y sacudió sus hombros. Ella no respondió, y el corazón de Sam empezó latía con fuerza mientras esperaba.

      “¿Polly?", preguntó.

      No escuchó ninguna respuesta.

      "Polly", dijo con más firmeza. "Despiértate. Soy yo, Sam.”

      Pero ella no se movió, y cuando Sam acarició la piel de su hombro, sintió que estaba demasiado frío. Su corazón se detuvo. ¿Podría ser posible?

      Sam se inclinó y puso el rostro de Polly entre sus manos. Ella era tan hermosa como él la recordaba, su piel de un tono muy pálido, de un blanco casi translúcido, con el pelo de color marrón claro, y sus rasgos perfectamente cincelados bajo el resplandor de la luz de la mañana. Vio sus perfectos labios carnosos, su pequeña nariz, sus grandes ojos, su pelo largo y castaño. Recordaba esos ojos cuando estaban abiertos, de un azul increíble, como el mar. Anhelaba verlos abiertos de nuevo; haría cualquier cosa para que fuera así. Anhelaba ver su sonrisa, escuchar su voz, su risa. En el pasado, a veces le había molestado que hablara demasiado. Pero ahora hubiera dado cualquier cosa por escucharla hablar.

      Pero su piel estaba demasiado fría. Fría congelada. Y él estaba empezando a desesperarse ante la idea de que sus ojos nunca más se volvieran a abrir.

      "Polly", gritó mientras escuchaba la desesperación en su voz que se elevaba hacia el cielo y se mezclaba con el chillido de los pájaros.

      Sam se desesperaba más y más. No sabía qué hacer. Él la sacudía más y más  pero ella no volvía en sí. Recordó cuando la había visto por  última vez. Había sido en el palacio de Sergei. Recordó que la había liberado. Habían regresado al castillo de Aiden, y allí habían encontrado a Caitlin, Caleb y Scarlet yaciendo sin vida sobre aquella cama. Aiden les había dicho que habían regresado en el tiempo, sin ellos. Él le había implorado a Aiden