Морган Райс

Una Subvención De Armas


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estiró la mano y sujetó la cuerda con una mano y la muñeca de Steffen con la otra. Sintió como si sus hombros se estuvieran desgarrando de sus cavidades, mientras ella colgaba al aire libre. Steffen colgaba ahora también, inclinado sobre el borde, con sus piernas enredadas detrás de él, arriesgando su vida para evitar la caída de ella; las cuerdas rotas detrás de él eran lo único que los mantenía a flote.

      Hubo un gruñido y Krohn saltó hacia adelante y hundió sus colmillos en la piel del abrigo de Gwen y tiró de ella con todas sus fuerzas, gruñendo y lloriqueando.

      Lentamente, Gwen fue elevada, centímetro a centímetro, hasta que finalmente pudo sujetarse de las tablas del puente. Se arrastró hacia arriba y quedó allí, de bruces, agotada, respirando con dificultad.

      Krohn lamió la cara de ella una y otra vez, y respiró, muy agradecida con él y con Steffen, quien ahora estaba a su lado. Estaba feliz de estar viva, de salvarse de una muerte horrible.

      Pero Gwendolyn de repente oyó un ruido de algo rompiéndose y sintió que todo el puente se movía. Se le heló la sangre en las venas cuando ella se volvió y miró hacia atrás: una de las cuerdas que sujetaba el puente del Cañón se rompió.

      Todo el puente se sacudió, y Gwen observó con horror como el otro, pendiendo de un hilo, también se rompía.

      Todos gritaron cuando de repente, la mitad del puente se separó de la pared del Cañón; el puente los columpiaba a todos tan rápido, que Gwen casi no podía respirar, mientras volaban por el aire, yendo a la velocidad de la luz hacia el otro extremo del muro del Cañón.

      Gwen miró hacia arriba y vio el muro de roca yendo hacia ellos de manera borrosa, y sabía que en momentos, todos morirían por el impacto, sus cuerpos serían aplastados, y que todo lo que quedara de ellos caería a las profundidades de la tierra.

      "¡Piedra, cede el paso! ¡TE LO ORDENO!", gritó una voz llena de autoridad instintiva, una voz que Gwen nunca había escuchado.

      Vio a Alistair agarrando la cuerda, extendiendo una mano, con la mirada fija y sin temor, al acantilado con el que estaban a punto de chocar. De la palma de la mano de Alistair emanaba una luz amarilla, y al acercarse a toda velocidad al muro del Cañón, mientras Gwendolyn se preparaba para el impacto, se quedó sorprendida por lo que sucedió después.

      Ante sus ojos, la roca sólida del Cañón se convirtió en nieve – mientras todos chocaban, Gwendolyn no sintió el chasquido de huesos que esperaba. En cambio, sintió todo su cuerpo inmerso en un muro de luz y nieve suave. Hacía mucho frío, y la cubrió totalmente, entrando en sus ojos, nariz y oídos – pero no le dolió.

      Estaba viva.

      Todos colgaban ahí, la cuerda colgaba de la parte superior del Cañón, inmersos en el muro de nieve, y Gwendolyn sintió una mano fuerte agarrando su muñeca. Era de Alistair. Su mano era extrañamente cálida, a pesar del frío congelante. Alistair, ya había sujetado también a los demás, de alguna manera, y pronto, todos, incluyendo a Krohn fueron tirados por ella, mientras subía la cuerda como si nada.

      Finalmente, llegaron a la cima, y Gwen se derrumbó en tierra firme, al otro lado del Cañón. En el segundo que ocurrió, las cuerdas restantes se rompieron, y lo que quedaba del puente se desplomó, cayendo en la niebla, en las profundidades del Cañón.

      Gwendolyn estaba ahí tirada, respirando con dificultad, muy agradecida de estar en tierra firme, preguntándose qué acababa de pasar. El suelo estaba helado, cubierto de hielo y nieve, sin embargo, era tierra firme. Estaba fuera del puente, y estaba viva. Lo habían logrado. Gracias a Alistair.

      Gwendolyn se dio vuelta y miró a Alistair con un nuevo sentido de admiración y respeto. Ella estaba más que agradecida de tenerla a su lado. Realmente sentía que era la hermana que nunca había tenido, y Gwen tenía la sensación de que ella aún no había comenzado a ver la profundidad de la energía de Alistair.

      Gwen no tenía ni idea de cómo regresarían a tierra firme del Anillo cuando hubieran terminado lo que iban a hacer aquí – si es que lo terminaban, si es que alguna vez encontraban a Argon y volvían. Y cuando se asomó al muro de nieve cegadora delante de ella, en la entrada al Mundo de las Tinieblas, tuvo un mal presentimiento de que los obstáculos más difíciles todavía estaban por llegar.

      CAPÍTULO DOS

      Reece estaba parado en La Travesía del Este del Cañón, agarrándose a la barandilla del puente de piedra y mirando hacia el precipicio, horrorizado. Apenas podía respirar. Todavía no podía creer lo que había presenciado: la Espada del Destino, alojada en una roca, caía al precipicio en picado, dando volteretas y siendo tragada por la niebla.

      Había esperado y esperado, tratando de escuchar que se estrellara, sentir el tremor bajo sus pies. Pero para su sorpresa, el ruido nunca llegó. ¿Era un cañón sin fondo? ¿Los rumores eran ciertos?

      Finalmente, Reece soltó la barandilla, tenía sus nudillos blancos, soltó la respiración y se volvió y miró a sus compañeros de La Legión. Todos estaban allí parados – O'Connor, Elden, Conven, Indra, Serna y Krog – también mirando, horrorizados. Los siete estaban paralizados en su lugar, ninguno era capaz de comprender lo que había pasado. La Espada del Destino; la leyenda con la que habían crecido todos; el arma más importante en el mundo; propiedad de los reyes. Y era lo único que quedaba que mantenía activado el Escudo.

      Se había resbalado de sus manos, estrellándose hacia la nada.

      Reece sintió que había fracasado. Sintió que había defraudado no sólo a Thor, sino a todo el Anillo. ¿Por qué no pudieron haber llegado allí unos minutos antes? Tan solo unos pocos metros más, y él la habría salvado.

      Reece se volvió y miró al otro lado del Cañón, al lado del Imperio y se preparó. Ya sin la Espada, él esperaba que el Escudo se desactivara, esperaba que todos los soldados del Imperio estuvieran alineados al otro lado, para que de repente corrieran en estampida y cruzaran el Anillo. Pero sucedió algo curioso: mientras él observaba, ninguno de ellos entró al puente. Uno de ellos lo intentó y fue aniquilado.

      De alguna manera, el Escudo seguía arriba. Él no lo entendía.

      "No tiene sentido", dijo Reece a los otros. "La Espada está fuera del Anillo. ¿Cómo puede seguir el Escudo activado?".

      "La Espada no ha dejado el Anillo", sugirió O'Connor. "No ha cruzado todavía el otro lado del Anillo. Cayó hasta el fondo. Está atrapada entre dos mundos".

      "Entonces ¿qué pasará con el Escudo si la Espada no está ni aquí ni allá?", preguntó Elden.

      Se miraron unos a otros, atónitos. Nadie tenía la respuesta; éste era un territorio sin explorar.

      "No podemos irnos así nada más", dijo Reece. "El Anillo está a salvo con la Espada de nuestro lado – pero no sabemos qué puede ocurrir si la Espada permanece allí abajo”.

      "Mientras no esté a nuestro alcance, no sabremos si puede terminar en el otro lado", agregó Elden, estando de acuerdo.

      "No es un riesgo que podamos tomar", dijo Reece. El destino del Anillo depende de eso. No podemos regresar con las manos vacías, como fracasados”.

      Reece se volvió y miró a los demás, decidido.

      "Debemos recuperarla", concluyó. "Antes de que alguien más lo haga”.

      "¿Recuperarla?", preguntó Krog, asustado. "¿Eres tonto? ¿Cómo piensas hacer eso?".

      Reece se dio vuelta y miró a Krog, quien también lo miró, desafiante, como siempre. Krog se había convertido en una verdadera espina clavada en el costado de Reece, desafiando sus órdenes en todo momento, retándolo para tener el poder en cualquier situación. Reece estaba perdiendo la paciencia con él.

      "Lo haremos", insistió Reece, "bajaremos hasta el fondo del Cañón”.

      Los demás jadearon y Krog levantó sus manos a sus caderas, haciendo muecas.

      "Estás loco", dijo. "Nunca nadie ha descendido hasta el fondo del Cañón”.

      "Nadie sabe si tiene fondo",