Морган Райс

Una Subvención De Armas


Скачать книгу

más allá de Reece.

      No pudo haber sido más oportuno. La palma de la mano resbaladiza de Elden se deslizaba de la mano de Reece, y cuando él empezó a retirarla, Elden extendió la mano y agarró la cuerda. Reece sostuvo su aliento, rezando para que lo sujetara.

      Lo hizo. Elden lentamente tiró de sí mismo hacia arriba, hasta que finalmente encontró una base fuerte. Él estaba parado en una cornisa, respirando con fuerza, recuperando su equilibrio. Tuvo un suspiro profundo de alivio, al igual que Reece. Había estado demasiado cerca.

*

      Ellos subieron y subieron, Reece no sabía cuánto tiempo había pasado. El cielo se volvió más oscuro y Reece goteaba sudor a pesar del frío, sintiendo como si cualquier momento podría ser el último. Sus manos y pies se agitaban violentamente, y el sonido de su propia respiración llenó sus oídos. Se preguntó cuánto más podría aguantar. Él sabía que si no encontraban el fondo pronto, todos tendrían que parar y descansar, en especial porque estaba anocheciendo. Pero el problema era que no había ningún lugar para parar y descansar.

      Reece no podía evitar preguntarse que si todos llegaban a estar demasiado cansados, si podrían comenzar a caer, uno a uno.

      Hubo un gran clamor de roca y luego una pequeña avalancha, toneladas de piedras cayeron, aterrizando en la cabeza, cara y ojos de Reece. Su corazón se detuvo cuando escuchó un grito – diferente esta vez, un grito de muerte. Con el rabillo del ojo vio cómo iba cayendo delante de él, casi más rápido de lo podía procesar, un cuerpo.

      Reece extendió una mano para atraparlo, pero pasó muy rápido. Todo lo que pudo hacer fue girar y ver cómo Krog era llevado por el aire, agitándose, chillando, cayendo de espaldas directamente hacia la nada.

      CAPÍTULO TRES

      Kendrick estaba sentado a horcajadas sobre su caballo, al lado de Erec, Bronson y Srog, delante de sus miles de hombres, mientras enfrentaban a Tirus y al Imperio. Habían caído en una trampa. Habían sido vendidos por Tirus, y Kendrick se dio cuenta, demasiado tarde, que había sido un gran error confiar en él.

      Kendrick miró arriba y a su derecha y vio a 10 mil soldados del Imperio en la cresta del valle, con las flechas preparadas; a su izquierda vio a otros tantos. Ante ellos estaban parados muchos más. Los pocos miles de hombres de Kendrick, posiblemente nunca podrían vencer a ese número de soldados. Ellos serían asesinados con tan solo intentarlo. Y con todos esos arcos preparados, el más mínimo movimiento resultaría en la masacre de sus hombres. Geográficamente, estar en la base de un valle, tampoco ayudaba. Tirus había elegido bien su lugar para la emboscada.

      Mientras Kendrick estaba ahí sentado, indefenso, con su rostro ardiendo de rabia e indignación, miró hacia Tirus, quien estaba sentado en lo alto de su caballo con una sonrisa de satisfacción. Junto a él estaban sentados sus cuatro hijos, y al lado de ellos, un comandante del Imperio.

      "¿El dinero es tan importante para ti?", preguntó Kendrick a Tirus, apenas a tres metros de distancia, con su voz tan fría como el acero. "¿Venderías a tu propia gente, a tu propia sangre?"

      Tirus no mostró ningún remordimiento; él sonrió de oreja a oreja.

      "Tu gente no es de mi sangre, ¿recuerdas?", dijo él. "Es por ello que no tengo derecho, según tus leyes, al trono de mi hermano".

      Erec aclaró su garganta, enojado.

      "Las leyes MacGil pasan el trono al hijo – no al hermano”.

      Tirus meneó la cabeza.

      "Ahora todo es intrascendente. Sus leyes ya no importan. El poder siempre triunfa sobre la ley. Son aquellos con poder quienes dictan la ley. Y ahora, como puedes ver, yo soy más fuerte. Lo que significa que de ahora en adelante, yo dicto la ley. Las generaciones venideras no recordarán ninguna de sus leyes. Todo lo que recordarán es que yo, Tirus, fui el rey. No tú ni tu hermana”.

      "Los tronos tomados de manera ilegítima nunca perduran", contraatacó Kendrick. "Podrás matarnos, incluso podrás convencer a Andrónico que te conceda un trono. Pero tú y yo sabemos que no gobernarás por mucho tiempo. Serás traicionado con la misma alevosía que nos infundiste”.

      Tirus se quedó allí sentado, sin inmutarse.

      "Entonces saborearé esos breves días en mi trono el tiempo que dure – y aplaudiré al hombre que me pueda traicionar con tanta habilidad como la que yo utilicé para traicionarlos”.

      "¡Basta de hablar!", gritaron los comandantes del Imperio. "¡Ríndanse ahora o sus hombres morirán!".

      Kendrick los miró, furioso, sabiendo que debía rendirse pero sin querer hacerlo.

      "Bajen las armas", dijo Tirus tranquilamente, con su voz tranquilizadora, y "los trataré justamente, de un guerrero a otro. Serán mis prisioneros de guerra. Tal vez no comparta sus leyes, pero honro el código de batalla de un guerrero. Les prometo que no serán dañados estando bajo mi supervisión”.

      Kendrick miró a Bronson, a Srog y a Erec, quienes también lo miraron. Todos estaban ahí sentados, orgullosos guerreros, con los caballos haciendo cabriolas debajo de ellos, en silencio.

      "¿Por qué deberíamos confiar en ti?", preguntó Bronson a Tirus. "Ya nos has demostrado que tu palabra no significa nada. Tengo la mentalidad de morir en el campo de batalla, sólo para quitarte esa sonrisa engreída de tu cara".

      Tirus se dio vuelta y frunció el ceño a Bronson.

      "Hablas cuando ni siquiera eres un MacGil. Eres un McCloud. No tienes derecho a interferir en asuntos de los MacGil".

      Kendrick defendió a su amigo: "Bronson es tan MacGil ahora como cualquiera de nosotros. Habla con la voz de nuestros hombres".

      Tirus apretó los dientes, claramente molesto.

      La decisión es tuya". Mira a tu alrededor y verás a nuestros miles de arqueros en ristre. Ustedes han sido aventajados. Si tan siquiera llegaran a tocar sus espadas, tus hombres caerían muertos en el acto. Seguramente hasta tú puedes darte cuenta. Hay tiempos de lucha y tiempos para rendirse. Si quieres proteger a tus hombres, harás lo que haría cualquier buen comandante. Depongan sus armas”.

      Kendrick apretó su mandíbula varias veces, ardiendo por dentro. Aunque odiaba admitirlo, él sabía que Tirus tenía razón. Él echó un vistazo y supo en un instante que la mayoría, si no es que todos sus hombres, iban a morir aquí, si trataban de luchar. Aunque quería pelear, sería una decisión egoísta; y aunque despreciaba a Tirus, presentía que estaba diciendo la verdad y que sus hombres no serían perjudicados. Mientras vivieran, siempre podrían luchar otro día, en otro lugar, en algún otro campo de batalla.

      Kendrick miró a Erec, un hombre con el que había luchado en infinidad de ocasiones, el campeón de Los Plateados y sabía que estaba pensando lo mismo. Era diferente ser un líder que ser un guerrero: un guerrero podía pelear con temerario desenfreno, pero un líder tenía que pensar primero en los demás.

      "Hay un tiempo para las armas y un tiempo para rendirse", gritó Erec. "Confiaremos en tu palabra de guerrero de que todos nuestros hombres no serán dañados, y con esa condición, depondremos nuestras armas. Pero si incumples con tu palabra, que Dios guarde tu alma, voy a volver del infierno para vengar a todos y cada uno de mis hombres".

      Tirus asintió, satisfecho, y Erec extendió la mano y dejó caer su espada y su vaina al suelo. Aterrizaron con un sonido metálico.

      Kendrick hizo lo mismo, al igual que Bronson y Srog, cada uno de ellos reacios, pero sabiendo que era lo prudente.

      Detrás de ellos se oyó el sonido metálico de miles de armas, todas cayendo por el aire y aterrizando en el suelo de invierno, todos Los Plateados y los MacGil y los silesios se rindieron.

      Tirus sonrió de oreja a oreja.

      "Ahora, bajen de sus caballos", ordenó.

      De uno en uno desmontaron, delante de sus caballos.

      Tirus mostró una amplia sonrisa, disfrutando su victoria.

      "Durante todos estos años en que estuve exiliado en las Islas Superiores, envidié la Corte del Rey, a mi hermano