y observaba impotente como se clavaban en la garganta de Mycoples. Thor se sujetaba con todas sus fuerzas mientras el dragón agarraba a Mycoples, le clavaba las mandíbulas en la cola, la balanceaba y la tiraba.
Thor colgaba mientras él y Mycoples daban vueltas por el aire; Mycoples dio vueltas de campana y cayeron en picado al mar, fuera de control.
Aterrizaron en el agua, Thor todavía sujetándose, y los dos se hundieron bajo la superficie. Thor luchaba bajo el agua hasta que su impulso se detuvo. Mycoples se giró y nadó hacia arriba, buscando la luz del sol.
Cuando salieron a la superficie, Thor respiró profundamente, con dificultad, batiéndose en las heladas aguas, todavía cogido a Mycoples. Mientras los dos se movían por el agua, Thor miró a un lado y vio algo que nunca olvidaría: flotando en el agua, no lejos de él, con los ojos abiertos, muerto, había un dragón que él había llegado a querer: Ralibar.
Mycoples lo divisó a la vez y algó la venció, algo que Thor no había visto nunca: ella soltó un gran grito de dolor y elevó sus alas, extendiéndolas totalmente. Todo su cuerpo temblaba al soltar un horroroso alarido, haciendo que el universo temblara. Thor vio como sus ojos cambiaban, cambiando a colores brillantes, hasta que al final eran de color amarillo y blanco brillante.
Mycoples se volvió, un dragón diferente, y miró hacia arriba a la manada de dragones que venía a por ellos. Thor se dio cuenta de que alguna cosa dentro de ella se había roto. Su duelo había mutado en rabia y le había dotado de un poder que Thor jamás había visto. Era un dragón poseído.
Mycoples se elevó hacia el cielo a toda velocidad, con las heridas sangrando, pero sin importarle. Thor sintió una nueva explosión de energía también y un deseo de venganza. Ralibar había sido un amigo cercano, había sacrificado su vida por todos ellos y Thor estaba decidido a hacerle justicia.
Mientras corrían hacia ellos, Thor saltó de Mycoples y aterrizó en el hocico del dragón más cercano, abrazándolo hasta que se estiró y agarró sus mandíbulas, hasta que consiguió cerrarlas. Thor reunió todo el poder que quedaba dentro de él e hizo girar al dragón en el aire, para después lanzarlo con todas sus fuerzas. El dragón voló, llevándose con él dos dragones más y los tres se precipitaron hacia abajo, hacia el oceáno.
Mycoples giraba rápidamente y cogió a Thor mientras caía. Él aterrizó en su lomo mientras ella corría hacia los dragones que quedaban. Sus rugidos se mezclaban con los de ella, mordía con más fuerza, volaba más rápido, hacia cortes más profundos que ellos. Cuanto más la herían, menos cuenta parecía darse ella. Era un torbellino de destrucción, al igual que Thor, y cuando Thor y ella acabaron, Thor se dio cuenta de que ya no quedaban dragones a quién esperar en el cielo: todos ellos habían caído del cielo al mar, mutilados o asesinados.
Thor se encontró volando solo con Mycoples en el aire, dando vueltas alrededor de los dragones caídos, evaluando lo ocurrido. Los dos respiraban con dificultaban, les caían gotas de sangre. Thor sabía que Mycoples estaba dando su últimos respiros, podía verlo porque salía sangre de su boca, cada respiración un grito sofocado, un dolor mortal.
«No, amigo mío», dijo Thor, aguantándose las lágrimas. «No puedes morir».
Ha llegado mi hora, Thor le oía decir. Al menos he muerto con dignidad.
«No», insisitió Thor. «¡No debes morir!»
Mycoples expulsaba sangre al respirar y el aleteo de sus alas se debilitaba a medida que empezaba a bajar hacia el océano.
Dentro de mí queda una última lucha, dijo Mycoples. Y quiero que mi último instante sea de valor.
Mycoples miró hacia arriba y Thor siguió su mirada hasta ver la flota de barcos de Rómulo extenderse en el horizonte.
Thor movió la cabeza con rostro serio. Sabía lo que quería Mycoples. Quería recibir su muerte en una última gran batalla.
Thor, muy herido, respirando con dificultad, sintiendo como si tampoco pudiera conseguirlo, quiso ir también hacia abajo. Ahora se preguntaba si las profecías de su madre eran ciertas. Ella le dijo que podía alterar su propio destino. ¿Lo había alterado?, se preguntaba. ¿Iba a morir ahora?
«Allá vamos entonces, amigo mío», dijo Thorgrin.
Mycoples soltó un gran chillido y, juntos, los dos descendieron,dirigiéndose hacia la flota de Rómulo.
Thor sentía el viento y las nubes corriendo por su pelo y por su cara mientras soltaba un gran grito de guerra. Mycoples chilló con la misma furia y, mientras los dos descendían, Mycoples abrió sus grandes mandíbulas y lanzó fuego a un barco tras otro.
Pronto, un muro de llamas se extendió por el océano, prendiendo fuego a un barco detrás del otro. Decenas de miles de barcos estaban delante de ellos pero Mycoples no se detenía, abriendo sus mandíbulas, soltando nubes de llamas, una tras otra. Las llamas se extendieron como si fueran un único muro, a la vez que los gritos de los hombres crecían allá abajo.
Las llamas de Mycoples empezaron a debilitarse y pronto poco fuego salía de su respiración. Thor sabía que estaba muriendo bajo él. Cada vez volaba más bajo, demasiado débil para expulsar fuego. Pero no estaba débil para usar su cuerpo como arma y, en lugar de lanzar fuego, cayó en dirección a los barcos, apuntando sus duras escamas hacia ellos, como un meteorito cayendo del cielo.
Thor aguantaba y se agarraba con todas sus fuerzas mientras ella descendía hacia los barcos, el sonido de la madera al partirse llenó el aire. Ella volaba de un barco a otro, de un lado para otro, destruyendo la flota. Thor se agarraba mientras trozos de madera le golpeaban de todas direcciones.
Finalmente, Mycoples no pudo resistir más. Se detuvo en el centro de la flota, moviéndose en el agua, habiendo destruido muchos barcos, todavía rodeado por miles más. Thor se mecía encima de su lomo mientras ella yacía flotando, respirando débilmente.
Los barcos que quedaban giraron hacia ellos. Pronto el cielo se volvió negro y Thor oyó un sonido zumbeante. Miró hacia arriba y vio un arco iris de flechas dirigiéndose hacia él. De repente, un dolor horroroso se apoderó de él, agujereado por las flechas, sin un lugar donde esconderse. Mycoples también estaba siendo acribillada por ellas y ambos empezaron a hundirse bajo las olas, dos grandes héroes que habían librado la batalla de sus vidas. Habían destruido a los dragones y gran parte de la flota del Imperio. Habían hecho más de lo que un ejército entero podría haber hecho.
Pero ahora ya no quedaba nada, podían morir. Mientras Thor era acribillado por una flecha tras otra, hundiéndose cada vez más, sentía que no quedaba otra cosa que prepararse para morir.
CAPÍTULO SIETE
Alistair miró hacia abajo y se vio a sí misma de pie en un camino celestial y cuando miraba más allá de él, lejos allá abajo, vio el océano chocando contra las rocas, el sonido llenando sus oídos. Un fuerte vendaval le hizo perder el equilibrio y Alistair miró hacia arriba y, tal y como había soñado muchas veces en su vida, vio un castillo encaramado encima de un acantilado, anunciado por una puerta de oro brillante. De pie delante de ella había una sola figura, una silueta, con las manos extendidas como si quisiera abrazarla, pero Alistair no podía ver su cara.
«Hija mía», dijo la mujer.
Intentó hacer un paso hacia ella, pero sus piernas estaban atrapadas y, al mirar hacia abajo, vio que estaba encadenada al suelo. Por mucho que lo intentaba, Alistair era incapaz de moverse.
Ella extendió las manos hacia su madre y gritó con desespero: «¡Madre, sálvame!»
De repente Alistair sintió su mundo escaparse bajo ella, sintió como se desplomaba y, al mirar hacia abajo, vio como el camino celestial se derrumbaba a sus pies. Ella cayó, los grilletes colgando detrás de ella, y bajó estrepitosamente hacia el océano, llevándose con ella una sección entera del camino celestial.
Alistair se sintió entumecida cuando su cuerpo se hundió en el helado océano, todavía encadenada. Sintió como se hundía y, al mirar hacia arriba, vio como la luz del día se iba apagando cada vez más.
Alistair abrió los ojos y se encontró