a sus dragones dirigirse a las Islas Superiores, veía en la distancia a hombres, mujeres y niños corriendo y gritando desde su camino. Miraba con placer como las llamas arrasaban con todo, mientras la gente se quemaba viva y como la isla entera se levantaba en una enorme bola de llamas y destrucción. Él saboreaba el observar como era destruida, de la misma manera que había visto como el Anillo se destruía.
Gwendolyn había conseguido escapar de él, pero esta vez no había a dónde ir. Por fin, el último de los MacGils sería aniquilado bajo su mano para siempre. Por fin, no quedaría un solo rincón en el universo que no estuviera subyugado a él.
Rómulo se giró y miró por encima de su hombro a sus miles de barcos, su inmensa flota que llenaba el horizonte. Respiró profundamente y se inclinó hacia atrás, levantando su rostro hacia los cielos, levantando las manos a los lados y lanzó un grito de victoria.
CAPÍTULO CINCO
Gwendolyn estaba en la cavernosa bodega de piedra bajo tierra, amontonada con docenas de personas de su pueblo y escuchando el terremoto y el fuego encima de ella. Su cuerpo se encogía con cada ruido. La tierra temblaba tanto en ocasiones que los hacía tambalearse y caer, mientras fuera, enormes trozos de escombro golpeaban el suelo, haciendo las veces de juguetes para los dragones. El sonido retumbante y resonante era un eco sin fin en las orejas de Gwen, sonando como si el mundo entero estuviera siendo destruido.
La temperatura se volvía cada vez más y más intensa bajo tierra ya que los dragones respiraban por las puertas de acero de arriba, una y otra vez, como si supieran que estaban allá abajo escondidos. Por fortuna, el acero no dejaba pasar las llamas, pero aún así se colaba por ahí humo negro, dificultando la respiración y provocándoles a todos ataques de tos.
Entonces se oyó un terrible sonido de piedra golpeando el acero y Gwen observó como las puertas de acero encima suyo se doblaban y temblaban, prácticamente cediendo. Claramente los dragones sabían que estaban allá abajo y estaban haciendo lo posible para entrar.
«¿Cuánto tiempo aguantarán las puertas?» Gwen preguntó a Matus, que estaba por allí cerca.
«No lo sé», respondió Matus. «Mi padre construyó esta bodega subterránea para resistir el ataque de los enemigos, no de los dragones. No creo que aguanten mucho».
Gwendolyn sintió como la muerte se cernía sobre ella mientras la temperatura de la habitación iba subiendo cada vez más y sentía como si estuviera sobre una tierra chamuscada. Era difícil ver debido al humo y el suelo temblaba mientras los escombros golpeaban una y otra vez por encima de ellos, pequeños trozos de roca y polvo desmenuzándose encima de sus cabezas.
Gwen miró las caras aterrorizadas de todos los que estaban en la habitación y no podía evitar preguntarse si, resguárdandose allá abajo, se habían condenado ellos mismos a una muerte lenta y dolorosa. Empezaba a preguntarse si quizás los que acababan de morir allá arriba eran realmente los afortunados.
De repente vino una pausa, pues los dragones se marcharon volando a algún otro lugar. Gwen estaba sorprendida y se preguntaba qué estaban haciendo cuando, segundos más tarde, oyó un tremendo estruendo de rocas y la tierra tembló tanto que todos los que estaban en la habitación cayeron al suelo. El estruendo había sido lejano y fue seguido por dos temblores, como un desprendimiento de rocas.
«El fuerte de Tirus», dijo Kendrick, apareciendo a su lado. «Lo deben haber destruido».
Gwen miró hacia el techo y se dio cuenta de que probablemente tenía razón. ¿Qué otra cosa podía provocar tal avalancha de roca? Estaba claro que los dragones estaban furiosos, decididos a destruir todo lo que había en esta isla. Ella sabía que sólo era cuestión de tiempo que también irrumpieran en esta cámara.
Durante la repentina tregua, Gwen se sorprendió al oír el sonido estridente del lloro de un bebé que cortaba el aire. El sonido la perforaba como un cuchillo en el pecho. No podía evitar pensar inmediatamente en Guwayne y mientras el lloro, en algún lugar sobre tierra, incrementaba, una parte de ella, todavía turbada, se convencía de que era en efecto Guwayne el que estaba allá arriba, llamándola a ella. Racionalmente, sabía que era imposible; su hijo estaba en el océano, lejos de aquí. Y aún así, su corazón suplicaba que así fuera.
«¡Mi bebé!» gritó Gwen. «Está allá arriba. ¡Debo salvarlo!»
Gwen salió corriendo hacia las escaleras cuando de repente notó una fuerte mano en la suya.
Al girarse vio a su hermano Reece reteniéndola.
«Mi señora», dijo él. «Guwayne está lejos de aquí. Este es el lloro de otro bebé».
Gwen deseaba que eso no fuera cierto.
«Sigue siendo un bebé», dijo ella. «Está solo allá arriba. No puedo dejarlo morir».
«Si sube allá arriba», dijo Kendrick, dando un paso adelante, tosiendo por el hollín, «tendremos que cerrar las puertas detrás de usted y estará sola allá arriba. Morirá allá arriba».
Gwen no pensaba con claridad. En su mente había un bebé vivo allá arriba, solo, y ella sabía, por encima de todo, que debía salvarlo, a cualquier precio.
Gwen se soltó de la mano de Reece y salió corriendo hacia las escaleras. Las subía de tres en tres y, antes de que nadie pudiera detenerla, retiró la vara de metal que atrancaba las puertas y, apoyándose en su hombro, las empujaba con toda su fuerza mientras levantaba las manos.
Gwen lloraba de dolor mientras lo hacía, el metal estaba tan caliente que le quemaba las manos y enseguida las retiró; sin inmutarse, se cubrió las manos con las mangas y empujó las puertas hacia arriba hasta abrirlas.
Gwendolyn tosió con fuerza al salir repentinamente a la luz del día, nubes de humo negro se colaban de bajo tierra con ella. Mientras subía a la superficie con torpeza, cerraba los ojos por la luz, entonces miró a su alrededor, protegiéndose los ojos con las manos y se sorprendió al ver una enorme ola de destrucción. Todo lo que instantes antes allí se erigía estaba ahora arrasado, reducido a montones de humo y escombros chamuscados.
Los lloros del bebé volvieron, más intensos allá arriba y Gwen miró a su alrededor, esperando a que las negras nubes de humo desaparecieran; mientras lo hacía, vio a lo lejos en el patio un bebé en el suelo, envuelto con una sábana. Allí cerca, vio a sus padres tumbados en el suelo, quemados vivos, ahora muertos. De alguna manera, el bebé había sobrevivido. Quizás, pensó Gwen con una aguda tristeza, la madre ha muerto protegiéndolo de las llamas.
De repente, Kendrick, Reece, Godfrey y Steffen aparecieron a su lado.
«¡Mi señora, debe regresar ahora mismo!» le suplicó Steffen. «¡Morirá aquí arriba!»
«El bebé», dijo Gwen. «Debo salvarlo».
«No puede», insistió Godfrey. «¡No regresaría con vida!»
A Gwen ya no le importaba. Su mente estaba vencida por un propósito, como una ráfaga, y lo único que veía, lo único que podía pensar era en el niño. Se olvidó del resto del mundo y sabía que necesitaba salvarlo tanto como respirar.
Los demás intentaron detenerla, pero Gwen no se dejó intimidar; se deshizo de ellos y salió corriendo hacia el bebé.
Gwen corría con todas sus fuerzas, su corazón retumbaba en su pecho mientras corría a través de los escombros, a través de nubes de ondeante humo negro, rodeada de llamas. El humo negro hacía de escudo sin embargo y, afortunadamente para ella, los dragones no la podían ver todavía. Atravesó el patio corriendo, a través de las nubes, viendo sólo al bebé, escuchando sólo su llanto.
Corrió y corrió, sus pulmones a punto de estallar, hasta que por fin lo alcanzó. Se agachó, cogió al bebé e inmediatamente examinó su cara, una parte de ella deseando que fuera Guwayne.
Se entristeció al ver que no era él; era una niña. Tenía unos hermosos y grandes ojos azules llenos de lágrimas pues estaba gritando y temblando, con los puños cerrados. Aún así, Gwen se alegraba de sostener a otro bebé, sintiendo como si de alguna manera estuviera enmendando el haber enviado a Guwayne. Y, después de una rápida mirada