no reconoció soltó un grito agudo, y Thor vio como una espada perforaba su pecho y se desplomaba, muerto.
Otro miembro de La Legión que Thor no conocía fue en su ayuda, matando a su atacante empujando su lanza – pero al mismo tiempo, un McCloud le atacó por detrás, metiendo una daga en su cuello. El chico gritó y cayó de su caballo, muerto.
Thor se volvió y vio a media docena de soldados echándosele encima. Uno levantó una espada y la bajó hacia su rostro, y Thor subió la mano y la bloqueó con su escudo, el sonido metálico resonó en sus oídos. Pero otro levantó su bota y quitó de una patada el escudo de Thor de su mano.
Un tercer atacante pisó la muñeca de Thor, fijándola en el suelo.
Un cuarto atacante se adelantó y levantó una lanza, preparándose para meterla en el pecho de Thor.
Thor escuchó un gran alarido y Krohn saltó sobre el soldado, haciéndolo retroceder y acorralándolo. Pero un soldado dio un paso adelante con un garrote, directo hacia Krohn, pegándole tan duro que Krohn tropezó, dando un aullido y aterrizó sobre su espalda, débil.
Otro soldado dio un paso adelante, parándose junto a Thor y levantó un tridente. Él frunció el ceño y esta vez no había nadie que lo detuviera. Se preparó para bajarlo hacia la cara de Thor, y mientras Thor permanecía ahí tirado, indefenso, no pudo evitar sentir que había llegado su fin.
CAPÍTULO SIETE
Gwen se arrodilló al lado de Godfrey en la cabaña claustrofóbica, Illepra a su lado y ya no podía soportarlo. Ella había estado escuchando los gemidos de su hermano durante horas, viendo que la cara de Illepra era cada vez más sombría, y parecía seguro que iba a morir. Se sentía tan impotente, sentada ahí. Sentía que tenía que hacer algo. Lo que fuera.
No sólo se sentía trasegada por la culpa y preocupación por Godfrey – sino que también por Thor. Ella no podría sacar de su mente la imagen de él yendo a la batalla, enviado por Gareth a una trampa, a punto de morir. Ella sentía que también debía ayudar a Thor, de alguna manera. Se estaba volviendo loca ahí sentada.
Gwen se levantó de repente y se apresuró a través de la cabaña.
"¿Adónde va?", preguntó Illepra, con la voz ronca de tanto cantar oraciones.
Gwen volteó a verla.
"Regresaré", dijo. "Hay algo que tengo que intentar".
Abrió la puerta y salió corriendo, hacia el aire del atardecer y parpadeó ante esa vista: el cielo estaba rayado con rojos y púrpuras; el segundo sol estaba como en una bola verde en el horizonte. Akorth y Fulton, a su favor, todavía estaban ahí parados, en guardia – se levantaron de un salto y la miraron con preocupación en sus rostros.
"¿Va a vivir?", preguntó Akorth.
"No sé", dijo Gwen. "Quédense aquí. Hagan guardia".
"¿Adónde va?", preguntó Fulton.
Se le había ocurrido una idea mientras veía el cielo rojo intenso; sintió algo místico en el aire. Había un hombre que podría ayudarla.
Argon.
Si había una persona en quien Gwen podía confiar, una persona que amaba a Thor y que había permanecido leal a su padre, una persona que tenía el poder de ayudarla de alguna manera, era él.
"Tengo que buscar a alguien especial", dijo ella.
Ella se volvió y se fue apresuradamente a través de las llanuras, trotando, corriendo, recorriendo el camino que la llevaría a la cabaña de Argon.
Ella no había estado ahí en años, desde que era una niña, pero recordó que vivió en las planicies desoladas, escarpadas. Ella corrió y corrió, apenas recuperando el aliento mientras el terreno se hacía más desolado, más ventoso, dando paso a los guijarros, luego a las rocas. El viento aullaba, y mientras se iba, el paisaje se volvió inquietante; sentía como si estuviera caminando sobre la superficie de una estrella.
Finalmente llegó a casa de Argon, sin aliento y tocó a la puerta. No había ningún picaporte que pudiera utilizar, pero ella sabía que éste era el lugar.
"¡Argon!", gritó ella. "¡Soy yo! ¡La hija de MacGil! ¡Déjame entrar! Te lo ordeno".
Ella tocaba y tocaba, pero la única respuesta que recibió fue el aullido del viento.
Finalmente, rompió en llanto, exhausta, sintiéndose más impotente que nunca. Se sintió hueca, como si ya no tuviera ningún lugar a dónde ir.
Mientras el sol se hundía más en el cielo, su color rojo intenso daba paso al crepúsculo, Gwen se dio vuelta y comenzó a caminar de regreso por la colina. Borró las lágrimas de su rostro mientras caminaba, desesperada por averiguar a dónde ir después.
"Por favor, padre", dijo en voz alta, cerrando los ojos. "Dame una señal. Dime a dónde ir. Dime qué hacer. Por favor, no permitas que tu hijo muera en este día. Y por favor, no permitas que Thor muera. Si me amas, respóndeme".
Gwen caminó en silencio, escuchando al viento, cuando de repente, tuvo un destello de inspiración.
El lago. El Lago de las Tristezas.
Claro. El lago era donde todo el mundo iba a orar por alguien que estaba mortalmente enfermo. Era un lago prístino, pequeño, a mitad del Bosque Rojo, rodeado de árboles imponentes que llegaban hasta el cielo. Era considerado un lugar sagrado.
Gracias padre, por contestarme, pensó Gwen.
Sintió que ahora él estaba con ella, más que nunca y corrió a toda velocidad hacia el Bosque Rojo, hacia el lago que escucharía sus penas.
Gwen se arrodilló en la orilla del Lago de las Tristezas, sus rodillas descansaban sobre el suave pino rojo que recubría el agua como un anillo, y miró al agua quieta, al agua más tranquila que había visto, que reflejaba la luna creciente. Había una luna llena, brillante, la más llena que jamás había visto, y mientras aún se estaba poniendo el segundo sol, la luna estaba saliendo, fundiendo la puesta del sol y de la luna sobre el Anillo. El sol y la luna se reflejaban juntos, uno frente a la otra, en el lago, y sintió lo más sagrado de esta hora del día. Era la ventana entre el cierre de un día y el comienzo de otro, y en este momento sagrado y en este lugar sagrado, todo era posible.
Gwen se arrodilló allí, llorando y rezando con toda su alma. Los acontecimientos de los últimos días habían sido demasiado para ella, y se desahogó totalmente. Oraba por su hermano, pero más aún por Thor. Ella no podía soportar la idea de perderlos a ambos en esta noche, de no tener a nadie con ella sino a Gareth. No podía soportar la idea de ser enviada a desposarse con algún bárbaro. Sintió que su vida se derrumba a su alrededor, y necesitaba respuestas. Más aún, necesitaba esperanza.
Había mucha gente en su reino que oraba al Dios de los Lagos, o al Dios de los Bosques, o al Dios de las Montañas, o al Dios del Viento – pero Gwen nunca creyó en ninguno de ellos. Ella, como Thor, era una de las pocas personas que estaban contra el grano de fe en su reino y siguieron el camino radical de creer en un Dios, un ser que controla todo el universo. Era a este Dios al que rezaba.
Por favor Dios, oró. Devuélveme a Thor. Deja que esté a salvo en la batalla. Déjalo escapar de la emboscada. Por favor, deja que Godfrey viva. Y por favor, protégeme – no dejes que me lleven lejos de aquí, para casarme con ese salvaje. Haré lo que sea. Solo dame una señal. Muéstrame lo que quieres de mí.
Gwen se arrodilló allí por largo tiempo, sin escuchar nada más que el aullido del viento corriendo por los pinos infinitamente altos del Bosque Rojo; ella escuchaba cómo se agrietaban suavemente las ramas, mientras se mecían sobre su cabeza y sus agujas caían en el agua.
"Ten cuidado con lo que pides en oración", se escuchó una voz.
Ella giró, encogiéndose de dolor y se sorprendió al ver a alguien ahí parado, no lejos de ella. Ella habría tenido miedo, pero inmediatamente reconoció la voz – una voz antigua, mayor que los árboles, más vieja que la tierra misma y su corazón se emocionó al darse cuenta de quién era.
Ella