Морган Райс

La Senda De Los Héroes


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el universo le había respondido, que le había dicho que tenía un destino distinto. Se quedó ahí acostado, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y miró hacia el cielo nocturno, visible a través de la lona hecha jirones.  Vio al universo, tan brillante, con sus estrellas rojas tan lejanas.  Estaba eufórico.  Por una vez en su vida, estaba de viaje.  No sabía a dónde, pero estaba viajando.  De una forma u otra, iba a llegar a la Corte del Rey.

      Cuando Thor abrió los ojos, ya era de día, la luz inundaba el lugar y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Se incorporó rápidamente, mirando alrededor, reprendiéndose a sí mismo por haberse dormido.  Debió haber estado más alerta—tuvo suerte de no haber sido descubierto.

      El carro todavía se movía, pero no se meneaba tanto.  Eso solamente significaba una cosa: que había un mejor camino.  Debían estar cerca de una ciudad.  Thor miró hacia abajo y vio lo liso del camino, libre de rocas, de zanjas, lleno de conchas blancas, finas.  Su corazón latía más rápido, se estaban acercando a la Corte del Rey.

      Thor miró por la parte posterior del carruaje y se sintió abrumado.  Las calles inmaculadas estaban llenas de actividad.  Docenas de carruajes, de todas formas y tamaños, que llevaban todo tipo de cosas, llenaban los caminos. Uno estaba cargado de pieles, otro con alfombras; otro más con pollos. Entre ellos caminaban cientos de comerciantes, algunos con ganado, otros llevaban cestas de bienes en sus cabezas. Cuatro hombres llevaban un paquete de sedas, equilibradas en postes.  Era un ejército de gente, todos iban en una misma dirección.

      Thor se sentía vivo. Nunca había visto a tanta gente junta, tantos productos, que pasaran tantas cosas.  Había vivido en una pequeña aldea toda su vida y ahora estaba en un eje de actividad, envuelto en una humanidad.

      Oyó un ruido fuerte, el gemido de las cadenas, que cerraba una enorme pieza de madera, tanto, que sacudió muy fuerte el suelo.  Momentos después llegó un sonido diferente, de los cascos de los caballos resonando en la madera.  Miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaban cruzando un puente: debajo de ellos había un foso.  Un puente levadizo.

      Thor sacó la cabeza y vio enormes pilares de piedra, la puerta de hierro con clavos, arriba. Iban pasando por la puerta del rey.

      Era la puerta más grande que había visto en la vida.  Levantó la vista hacia las puntas, preguntándose que si se vinieran abajo, lo cortarían por la mitad.  Vio a cuatro de los Plateados del rey custodiando la entrada y su corazón se aceleró.

      Pasaron por un largo túnel de piedra, y momentos después, el cielo se abrió de nuevo.  Estaban dentro de la Corte del Rey.

      Thor apenas podía creerlo.  Incluso había más actividad aquí, si era posible—lo que parecía que eran miles de personas deambulando en todas direcciones. Había grandes extensiones de césped, con un corte perfecto, y plantas floreciendo por todas partes.  El camino se ensanchaba y junto a él había puestos, vendedores y edificios de piedra. Y en medio de todo eso, los hombres del rey. Soldados, ataviados con armaduras.  Thor lo había logrado.

      En su excitación, él, inconscientemente se paró; al hacerlo, el carruaje se detuvo en seco, haciendo que diera volteretas hacia atrás, cayendo de espaldas en la paja.  Antes de que pudiera levantarse, se oyó el ruido de la madera bajando, y miró hacia arriba y vio a un anciano enojado, calvo, vestido con harapos y con el ceño fruncido. El conductor del carruaje metió la mano, sujetó a Thor de los tobillos con sus manos huesudas, y lo arrastró hacia afuera.

      Thor salió volando, aterrizando con fuerza sobre su espalda en el camino de tierra, levantando una nube de polvo.  Hubo risas a su alrededor.

      “La próxima vez que viajes en mi carruaje, muchacho, ¡te encadenaré! ¡Tienes suerte de que no llame a los Plateados ahora!”.

      El anciano se volvió y escupió, luego se apresuró a regresar a su carruaje y dio latigazos a los caballos para avanzar.

      Avergonzado, Thor lentamente recompuso su postura y se puso de pie. Miró alrededor. Uno o dos transeúntes rieron entre dientes, y Thor los miró con desagrado hasta que dirigieron la mirada hacia otro lado. Se sacudió el polvo y frotó sus brazos; su orgullo estaba lastimado, pero no su cuerpo.

      Recuperó el ánimo al mirar alrededor, deslumbrado, y se dio cuenta de que debería estar feliz de que al menos había llegado hasta aquí. Ahora que había bajado de la carreta, podía mirar con libertad, y era un espectáculo extraordinario: la Corte se extendía hasta donde alcanzaba la vista. En su centro había un magnífico palacio de piedra, rodeado de altos muros de piedra fortificada, coronados por parapetos, en cuya cima, en todas partes, patrullaba el ejército del rey.  A su alrededor estaban los campos verdes, perfectamente cuidados, plazas de piedra, fuentes arboledas.  Era una ciudad.  Y estaba llena de gente.

      Por doquier había todo tipo de personas—comerciantes, soldados, dignatarios—todos con mucha prisa. Le tomó a Thor varios minutos comprender que algo especial estaba ocurriendo.  Mientras deambulaba, vio que se hacían preparativos—ponían sillas, levantaban un altar. Parecía que se estaban preparando para una boda.

      Su corazón dio un vuelco al ver, a lo lejos, un carril de justas, con un largo camino de tierra y una cuerda que lo dividía.  En otro campo, vio cómo algunos soldados arrojaban arpones a objetivos lejanos; en otro, los arqueros apuntaban hacia la paja.  Parecía que en todos lados había juegos y concursos. También había música: laúdes y flautas y címbalos, grupos de músicos dispersos; y vino, enormes barricas siendo rodadas; y comida, se preparaban las mesas, banquetes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Era como si hubiera llegado en medio de una gran celebración.

      Tan deslumbrante como era todo eso, Thor sintió la urgencia de encontrar la Legión. Ya era tarde y tenía que darse a conocer.

      Se apresuró a la primera persona que vio, un hombre mayor que parecía ser, por su ropa manchada de sangre, un carnicero, corriendo por la carretera.  Todos aquí tenían mucha prisa.

      “Disculpe, señor”, dijo Thor, sujetándolo del brazo.

      El hombre bajó la mirada hacia la mano de Thor, con desagrado.

      “¿Qué pasa, muchacho?”.

      “Estoy buscando La Legión del Rey. ¿Sabe dónde entrenan?”.

      “¿Tengo cara de mapa?”, dijo el hombre entre dientes y se fue enfadado.

      A Thor le sorprendió su mala educación.

      Se apresuró a la siguiente persona que vio, una mujer amasando harina sobre una mesa larga.  Había varias mujeres en esa mesa, todas trabajando con ganas y Thor pensó que alguna de ellas tendría que saber.

      “Disculpen, señoritas”, dijo él. “¿Saben dónde entrena la Legión del Rey?”.

      Se miraron unas a otras y rieron entre dientes, algunas de ellas eran un par de años mayor que él.

      La mayor se volvió y lo miró.

      “Usted está buscando en el lugar equivocado”, dijo ella. “Aquí nos estamos preparando para la fiesta”.

      “Pero me dijeron que ellos entrenan en la Corte del Rey”, dijo Thor, confundido.

      Las mujeres volvieron a reír ahogadamente. La mayor puso sus manos en sus caderas y sacudió su cabeza.

      “Se comporta como si fuera la primera vez que viene a la Corte del Rey. ¿Acaso no sabe lo grande que es?”.

      Thor se sonrojó mientras las otras mujeres reían, y finalmente se fue enojado. No le gustaba que se burlaran de él.

      Vio ante él una docena de caminos, serpenteando, en todas direcciones hacia la Corte del Rey. Espaciadas en las paredes de piedra, había al menos una docena de entradas.  El tamaño y alcance de este lugar era abrumador.  Sentía desasosiego al pensar que podría buscar durante días y aun así, no lo encontraría.

      Se le ocurrió una idea: seguramente algún soldado sabría dónde entrenaban los demás.  Se sentía nervioso de acercarse a un soldado del rey, pero se dio cuenta de que tenía que hacerlo.

      Se dio la vuelta y corrió hacia la pared, hacia el soldado que