números parecían nunca acabar. Se había colocado en medio de una guerra; los troles invadían la tierra desde el norte mientras los Pandesianos aparecían desde el sur, y ya no podía seguir peleando con ambos.
Kyle sintió un dolor repentino en las costillas cuando un trol se acercó por detrás y lo golpeó en la espalda con el mango de su hacha. Kyle giró su bastón cortando al trol en la garganta y derribándolo; pero al mismo tiempo dos soldados Pandesianos avanzaron y lo golpearon con sus escudos. El dolor en su cabeza era agobiante y Kyle cayó al suelo esta vez sabiendo que no podría levantarse. Estaba muy débil para continuar.
Kyle cerró los ojos y por su mente pasaron imágenes de su vida. Vio a todos los Observadores, personas con las que había servido por días, y vio a todos los que había conocido y amado. Más que nada, vio el rostro de Kyra. Lo único que lamentaba era que no podría volver a verla antes de morir.
Kyle miró hacia arriba y vio que tres horribles troles se acercaban levantando sus alabardas. Sabía que era el final.
Mientras las bajaban hacia él, pudo enfocarse en todo. Fue capaz de escuchar el sonido del viento, de oler el aire fresco. Por primera vez en siglos, se sintió realmente vivo. Se preguntó por qué nunca antes había podido realmente apreciar la vida hasta ahora que estaba a punto de morir.
Mientras Kyle cerraba los ojos y se preparaba para recibir la muerte, de repente un rugido atravesó el cielo. Lo despertó de su ensimismamiento. Parpadeó y miró hacia arriba para ver algo que salía por entre las nubes. Al principio Kyle pensó que eran ángeles que venían a llevarse su cuerpo muerto.
Pero entonces vio que los troles estaban congelados en confusión examinando el cielo; Kyle supo que era real. Era algo diferente.
Y entonces, al alcanzar a ver de lo que se trataba, su corazón se detuvo.
Dragones.
Una manada de dragones bajaban en círculos, furiosos y respirando fuego. Descendieron rápidamente extendiendo los talones y arrojando llamas y, sin avisar, matando a cientos de soldados y troles a la vez. Una oleada de fuego cayó extendiéndose y, en solo segundos, los troles encima de Kyle se convirtieron en cenizas. Kyle, al ver que se acercaban las llamas, tomó un gran escudo de cobre que estaba a su lado y se escondió debajo de este. El calor fue tan intenso al pasar sobre él que casi le quemó las manos; pero no lo soltó. Los troles y soldados muertos cayeron encima de él, y sus armaduras lo protegieron todavía más mientras llegaba otra oleada de fuego más poderosa. De manera irónica, ahora estos soldados y troles lo salvaban de la muerte.
Él se aferró, sudando y apenas resistiendo el calor mientras los dragones bajaban una y otra vez. Sin poder resistirlo más, se desmayó rogando por que no fuera quemado vivo.
CAPÍTULO SIETE
Vesuvius estaba en la orilla del desfiladero junto a la Torre de Kos, mirando las olas romperse del Mar de los Lamentos y el vapor que se elevaba desde donde la Espada de Fuego había sido hundida; tenía una gran sonrisa. Lo había logrado. La Espada de Fuego ya no era más. Les había robado a la Torre de Kos y a Escalon su artefacto más apreciado. Había acabado con Las Flamas de una vez por todas.
Vesuvius estaba radiante de emoción. Su palma aún le dolía después de haber tocado la Espada de Fuego y, al observarla, vio que la insignia le había quedado marcada. Pasó uno de sus dedos por las cicatrices frescas sabiendo que las tendría para siempre como prueba de su éxito. El dolor era sobrecogedor, pero se obligó a sacarlo de su mente y a no dejar que lo molestara. De hecho, había aprendido a disfrutar el dolor.
Finalmente y después de varios siglos, su pueblo por fin tendría lo que merecía. Ahora ya no estarían relegados a Marda, a las orillas al norte del imperio y a una tierra infértil. Ahora tendrían su venganza después de estar atrapados tras el muro de fuego, inundarían Escalon y lo harían pedazos.
Su corazón se aceleró con tan solo pensarlo. Ya estaba ansioso por darse la vuelta, cruzar el Dedo del Diablo, regresar al continente y encontrarse con su pueblo en medio de Escalon. La nación entera de troles se reuniría en Andros, y juntos destruirían para siempre cada rincón de Escalon. Se convertiría en el nuevo país de los troles.
Pero mientras Vesuvius estaba de pie mirando las olas y el lugar en el que se había hundido la espada, algo le molestaba. Miró hacia el horizonte examinando las aguas negras de la Bahía de la Muerte y sentía que faltaba algo, algo que hacía que su satisfacción fuera incompleta. Al mirar hacia el horizonte, en la distancia, vio un pequeño barco de velas blancas que navegaba en la Bahía de la Muerte. Navegaba hacia el oeste alejándose del Dedo del Diablo. Al verlo avanzar, supo que algo no estaba bien.
Vesuvius se dio la vuelta y miró hacia arriba hacia la Torre. Estaba vacía. Sus puertas estaban abiertas. La Espada lo había estado esperando. Los guardas la habían abandonado. Había sido muy sencillo.
¿Por qué?
Vesuvius sabía que Merk el asesino había estado tras la Espada; lo había estado siguiendo por el Dedo del Diablo. ¿Por qué la abandonaría? ¿Por qué se alejaba navegando a través de la Bahía de la Muerte? ¿Quién era esa mujer que viajaba con él? ¿Había estado ella cuidando la torre? ¿Qué secretos escondía?
¿Y a dónde iban?
Vesuvius volteó hacia el vapor que salía del océano y después de nuevo hacia el horizonte; sintió un ardor en la venas. No pudo evitar sentir que de alguna manera había sido engañado, que le habían robado su victoria completa.
Mientras Vesuvius más pensaba en ello, más se daba cuenta de que algo estaba mal. Todo había sido muy conveniente. Examinó las violentas aguas debajo, las olas rompiendo contra las rocas, y el vapor que se elevaba, y entonces se dio cuenta de que nunca sabría la verdad. Nunca sabría si la Espada de Fuego en realidad se había hundido hasta el fondo; si había algo que no había descubierto; si en realidad había sido la espada correcta; y si Las Flamas realmente habían sido bajadas para siempre.
Vesuvius, ardiendo en indignación, tomó una decisión: tenía que perseguirlos. Nunca sabría la verdad hasta que los alcanzara. ¿Había otra torre secreta en otra parte? ¿Había otra espada?
Incluso si no la había, incluso si había hecho todo lo que necesitaba, Vesuvius era famoso por no dejar víctimas vivas; nunca. Él siempre continuaba hasta darle muerte al último hombre, y el ver a estos dos escapar de sus garras no le sentaba bien. Sabía que no podía simplemente dejarlos ir.
Vesuvius miró las docenas de barcos que seguían atados en la costa, abandonados, meciéndose en las violentas aguas y casi como si lo esperaran. Tomó una decisión inmediata.
“¡A los barcos!” le ordenó a su ejército de troles.
Todos al mismo tiempo empezaron a seguir sus órdenes, bajando por la orilla rocosa y abordando los barcos. Vesuvius los siguió subiéndose a la popa del último barco.
Se dio la vuelta, levantó su alabarda y cortó la cuerda.
Un momento después ya avanzaba junto con sus troles, todos ellos apretados en los barcos y navegando por la legendaria Bahía de la Muerte. En alguna parte en el horizonte avanzaban Merk y la chica. Y Vesuvius no se detendría, sin importar lo lejos que tuviera que ir, hasta que ambos estuvieran muertos.
CAPÍTULO OCHO
Merk se aferraba a la barandilla de la proa del pequeño barco, con la hija del antiguo Rey Tarnis a su lado, y cada uno estaba perdido en su propio mundo mientras eran golpeados por las salvajes aguas de la Bahía de la Muerte. Merk miraba hacia las aguas negras espumosas y movidas por el viento y no pudo evitar preguntarse sobre la mujer que estaba a su lado. El misterio alrededor de ella solamente había crecido desde que dejaron la Torre de Kos y subieron a este barco hacia un lugar misterioso. Su mente estaba llena de preguntas para ella.
La hija de Tarnis. Era difícil de creer para Merk. ¿Qué había estado haciendo aquí al final del Dedo del Diablo y viviendo en la Torre de Kos? ¿Se escondía? ¿Estaba exiliada? ¿Estaba siendo protegida? ¿De quién?
Merk sintió que ella, con sus ojos translúcidos, tez muy pálida y aplomo imperturbable, era de