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cuenta que las únicas que se han llevado de la 14 han sido a la escritora y a Crystal Hall. La primera persona desaparecida; Naomi Nyles, fue secuestrada de la carretera del condado 664.”

      “¿Y cómo es el tráfico por allí a esas horas del día?” preguntó Mackenzie.

      “Casi inexistente,” dijo Bateman. “Creo que el número exacto ronda los veinte o treinta vehículos. Ayudante Wickline, ¿sabes si no es así?”

      “A mí eso me suena bien,” dijo Wickline.

      “Y hablando de la escritora,” continuó Mackenzie. “Delores Manning, treinta y dos años de edad. Vive en Búfalo, pero tiene familia a las afueras de Sigourney. Sus ruedas fueron pinchadas por fragmentos de cristal que había en la carretera. El cristal es bastante grueso y había sido parcialmente pintado de negro para evitar el resplandor que provocarían los focos delanteros al aproximarse. Su agente la denunció como desaparecida una media hora después de que su coche fuera descubierto por un camión que pasaba por allí a las dos de la mañana. El Agente Ellington y yo hablamos hoy con su madre y su hermana y no pudieron proporcionar pistas sólidas. De hecho, parece que no hay pistas sólidas en absoluto en ninguna de estas desapariciones. Y desgraciadamente, eso es todo lo que tenemos.”

      “Gracias, Agente White,” dijo Bateman. “¿Entonces cuál es nuestro siguiente paso?”

      Mackenzie sonrió con cierto sarcasmo y asintió mirando la comida china en la mesa de atrás. “Bueno, está bien que hayáis planeado con antelación. Creo que el mejor lugar por el que podemos empezar es repasando todas las desapariciones sin resolver en un radio de cien millas a la redonda de los últimos diez años.”

      Nadie se opuso, pero las miradas en las caras de Bateman, Wickline, y los demás agentes eran todo un poema. La agente se encogió de hombros con aire de derrota y levantó la mano como una niña obediente. “Puedo ir al archivo y conseguir todo eso,” dijo.

      “Eso suena muy bien, Roberts,” dijo Bateman. “¿puedes obtener resultados para nosotros en una hora? Llévate algunos de los que están sentados a la mesa ahí delante para que te ayuden.”

      Roberts se levantó y salió de la sala de conferencias. Mackenzie notó que Bateman la miraba un poco más a ella que a los otros hombres en la sala.

      “Agente White,” dijo Bateman. “¿Por casualidad tienes algunas ideas sobre el tipo de sospechoso al que deberíamos buscar? En un pueblo tan pequeño como Bent Creek, cuanto antes podamos descartar a la gente, más rápidamente podemos indicarle el tipo de persona que está buscando.”

      “Sin ningún tipo de pistas, sería difícil de definir,” dijo Mackenzie. “Pero por el momento, hay ciertas cosas que podemos dar por sentadas. Agente Ellington, ¿te gustaría tomar el relevo para esta parte?”

      Él la sonrió mientras le daba un bocado a un rollo de primavera. “Por favor, sigue adelante. Lo estás haciendo perfectamente.”

      Era un extraño toma y daca entre ellos que ella esperaba que no fuera demasiado obvio para los demás en la sala. Había intentado mostrar respeto—mostrarle que no estaba intentando liderar el caso. Pero él, por su parte, lo había ignorado. Por el momento, parecía que casi agradecía que ella estuviera tomando las riendas.

      “En primer lugar,” dijo ella, haciendo todo lo que podía por no perder el hilo, “el sospechoso es casi con certeza un habitante local. Su capacidad para estudiar las pautas de tráfico de esas carreteras secundarias muestra una clase rigurosa de paciencia que nos facilita en cierto modo la creación de un perfil. Si el sospechoso se ha tomado tantas molestias para secuestrar a esas mujeres, entonces los casos antiguos de secuestro y rapto sugieren que no se lleva a esas mujeres para matarlas. Como he dicho, parece que es precavido. Todo lo que sabemos sobre él—que las ataca cuando son vulnerables y están a oscuras, y aparentemente planeando sus actos—señalan a un hombre que no tiene tendencias violentas. Después de todo, ¿qué sentido tiene tramar un rapto al detalle para acabar matando a la víctima unos minutos después? Esto indica que colecciona estas mujeres, por falta de un término más apropiado.”

      “Sí,” dijo Roberts, la mujer policía. “¿Pero coleccionándolas para qué, exactamente?”

      “¿Es terrible asumir que se trata de algo sexual?” preguntó el Ayudante Wickline.

      “En absoluto,” dijo Mackenzie. “De hecho, si nuestro sospechoso es tímido, esa es una caja más que marcamos en el perfil. Por lo general, los hombres tímidos que atacan a las mujeres de esa manera son demasiado retraídos o socialmente ansiosos como para conquistar a las mujeres. Suele ser el caso con los violadores que hacen todo lo que pueden para no hacer daño a las mujeres.”

      Recibió unas cuantas miradas más de admiración por toda la sala. Claro que teniendo en cuenta el tema que estaban tratando, no lo pudo agradecer.

      “¿Pero no podemos saberlo con certeza?” preguntó Bateman.

      “No,” dijo Mackenzie. “Y ahí está la presión que tenemos encima. Este no es solo un asesino que esperamos que no ataque de nuevo. Este hombre es psicótico y peligroso. Cuanto más tardemos en encontrarle, más tiempo tendrá para hacer lo que le venga en gana con esas mujeres.”

      CAPÍTULO SIETE

      Saciados con la comida china y la plétora de información sobre las tres mujeres raptadas, Mackenzie y Ellington se marcharon del departamento de policía de Bent Creek a las 9:15. El único motel en el pueblo—un Motel 6 que parecía que no habían pintado, redecorado o contemplado dos veces desde los años 80—estaba a cinco minutos. No les sorprendió encontrar dos habitaciones libres, que reservaron para pasar la noche.

      Cuando salieron de comisaría y se adentraron de nuevo en la oscuridad de la noche, Mackenzie echó una ojeada al aparcamiento. Bent Creek era un pueblo pequeño de verdad. Esto se hacía evidente en el hecho de que hubiera un pequeño bar al otro lado del aparcamiento del Motel 6. Tenía sentido, pensó Mackenzie. Era probable que cualquiera que tuviera que quedarse en un motel en Bent Creek quisiera tomar un trago.

      Sin duda, ella podría tomarse algo.

      Ellington le dio una palmada en la espalda y empezó a caminar en esa dirección. “Yo invito,” dijo.

      A ella le estaba empezando a hacer gracia el humor negro y bastante básico que había entre ellos. Ambos sabían que había una incomodidad cambiante entre ellos, pero la habían enterrado. Para superarla, habían creado una amistad tentativa basada en sus trabajos—que insistían en que pensaran con lógica y enfocaran los asuntos con una actitud sensata. Hasta el momento, estaba funcionando bastante bien.

      Ella se unió a él mientras cruzaban el aparcamiento y cuando entraron al bar—no muy originalmente nombrado Bar Bent Creek—la oscuridad de la noche fue sustituida por un crepúsculo humeante y húmedo que solamente existía en los bares de los pueblos y en los tugurios de mala muerte. Una antigua canción de Travis Tritt sonaba en una polvorienta gramola que había en un rincón mientras ellos tomaban asiento al final de la barra. Los dos pidieron cerveza y, como si esa rutina de la visita al bar hubiera sido su señal, Ellington volvió de inmediato a su postura profesional.

      “Creo que merece la pena investigar esas carreteras que salen de la Ruta Estatal 14,” dijo.

      “Lo mismo digo,” dijo ella. “Me parece extraño que no lo mencionaran en las abundantes notas que la policía puso en esa pizarra.”

      “Quizá simplemente conozcan la geografía del lugar mejor que nosotros,” sugirió Ellington. “Por lo que sabemos, podría tratarse de simples pistas de tierra que no llevan a ninguna parte. ¿Hay alguna razón por la que no les preguntaste sobre ello cuando estabas dirigiendo la sala de conferencias?”

      “Estuve a punto de hacerlo,” dijo ella. “Pero lo habían colocado todo tan bien… que no quería fastidiar a nadie. Todo este asunto de contar con un departamento de policía colaborativo que hace todo lo posible por nosotros es algo nuevo para mí.