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trabajé con él en unas cuantas ocasiones y no de manera muy íntima, pero parecía ser un buen hombre de verdad. Y un agente de primera, también, por lo que tengo oído.”

      “Sí, era bastante increíble,” dijo Mackenzie.

      “No sé si querrás saber esto o no,” dijo Ellington, “pero hubo algo de controversia sobre emparejarte con él cuando llegaste. Bryers era como un producto de lujo. Uno de los mejores. Pero cuando le dieron la idea, él se entusiasmó con ello. Creo que, en el fondo, siempre quiso ser un mentor. Y creo que consiguió hacerlo muy bien para ser su primera vez.”

      “Gracias,” dijo ella. “Pero no me parece que todavía me haya probado a mí misma.”

      “¿Por qué no?”

      “En fin… no lo sé. Quizá me llegue cuando pueda solucionar un caso sin que McGrath acabe furioso conmigo por algún u otro detalle.”

      “Solo lo hace porque espera mucho de ti. Cuando llegaste, era como si fueras un detonador en una barra de dinamita que ya han encendido.”

      “¿Es por eso que me ha emparejado contigo ahora?”

      “No. Creo que solo me quería en esto debido a mi conexión con la oficina de campo en Omaha. Y entre tú y yo y nadie más, quiere que triunfes en este caso. Quiere que lo saques adelante. Conmigo a bordo, no podrás recurrir a uno de esos finales en solitario típicos de ti a los que tienes tanta tendencia.”

      Ella quería discutir ese punto, aunque sabía que él tenía toda la razón. En vez de ello, dio un trago a su cerveza. Desde la gramola sonaba una canción de Bryan Adams y de algún modo, se vio pidiendo una segunda cerveza.

      “Así que dime,” dijo Mackenzie. “Si yo no estuviera contigo en esto, ¿cómo lo estarías manejando? ¿Con qué enfoques?”

      “Los mismos que tú. Trabajar de cerca con el departamento de policía y tratar de hacer amigos. Tomando notas, diseñando teorías.”

      “¿Y tienes alguna?” preguntó ella.

      “Ninguna que tú no hayas explicado ya en esa sala de conferencias. Creo que tenemos algo… pensar en este tipo como en una especie de coleccionista. Un solitario vergonzoso. Creo estar bastante seguro de que no está llevándose a estas mujeres simplemente para matarlas. Creo que tienes toda la razón en todos esos puntos.”

      “Lo que me tiene preocupada,” dice Mackenzie, “es pensar en todas las demás razones por las que está secuestrando y coleccionando mujeres.”

      “¿Notaste que el alguacil Bateman mantuvo a esa mujer agente en la sala todo el tiempo?” preguntó Ellington.

      “Claro. Roberts. Supuse que era para mantener la conversación centrada en los hechos y no en especulaciones. Especulaciones acerca de por qué estaría el sospechoso conservando a las mujeres. Hablar de violación y de abusos sexuales es algo más fácil cuando no hay una mujer presente.”

      “¿Te molestan ese tipo de cosas?” preguntó Ellington.

      “Lo solían hacer. Tristemente, me he vuelto casi insensible a ello. Ya no me molesta.” Esto no era del todo cierto, pero no quería que Ellington lo supiera. Lo cierto del asunto es que a menudo eran cosas como estas las que le motivaban para dar lo mejor posible de sí misma.

      “Es un fastidio, ¿no es cierto?” preguntó él. “Esa parte de tu humanidad que se vuelve impasible ante cosas como esta?”

      “Sí que lo es,” dijo ella. Se ocultó detrás de su cerveza durante un instante, algo sorprendida de que Ellington hubiera dado tal paso. Había sido un pequeño paso para él, pero también mostraba un grado de vulnerabilidad.

      Terminó su cerveza y la deslizó hacia el extremo de la barra. Cuando se acercó el camarero, ella le hizo un gesto para que le dejara en paz. “Estoy bien,” dijo. Entonces, volviéndose hacia Ellington, dijo: “Dijiste que pagabas tú, ¿no es cierto?”

      “Sí, me encargo yo. Espera un momento y te acompaño hasta tu habitación.”

      La ligera emoción que sintió al oír ese comentario le resultó embarazosa. Para detenerlo del todo antes de siquiera planteárselo, sacudió la cabeza. “No es necesario,” dijo ella. “Puedo cuidar de mí misma.”

      “Ya sé que puedes,” dijo él, deslizando su propio vaso hacia el extremo de la barra. “Otra para mí,” le dijo al camarero.

      Mackenzie le saludó con la mano al salir. A medida que caminaba por el aparcamiento, esa pequeña y entusiasmada parte de ella no pudo evitar preguntarse cómo sería volver al motel con Ellington junto a su lado, sintiéndose empujados hacia delante por la incertidumbre que les esperaba una vez se cerraran las puertas y se bajaran las persianas.

      ***

      Tardó menos de veinte minutos en conseguir que se disipara el pinchazo de la lujuria. Como de costumbre, utilizó el trabajo para distraerse de tales tentaciones. Abrió su ordenador portátil y se fue derecha a su email. Allí se encontró con varios mensajes que le había enviado el departamento de policía de Bent Creek en la última mitad del día—otra de las maneras en que estaban empezando a consentirle, la verdad.

      Le habían enviado mapas de la zona, los informes sobre las únicas cuatro personas desaparecidas en la zona en los últimos diez años, el análisis de tráfico realizado por el estado de Iowa en 2012, y hasta una lista de todos los arrestos realizados en los últimos cinco años que estuvieran relacionados con sujetos con un historial de agresión. Mackenzie examinó todo ello, tomándose algo de tiempo extra para repasar los cuatro casos de personas desaparecidas.

      Se había dado por sentado que dos de ellos se trataban de personas que se habían escapado de casa y tras leer los informes, Mackenzie estaba de acuerdo. Podrían utilizarse como modelo de adolescente angustiado que estaba harto de la vida de pueblo, y que se había ido de casa antes de lo que hubieran deseado sus padres. Una de ellas era una chica de catorce años que de hecho se había puesto en contacto con su familia hacía dos años para decirles que estaba viviendo con bastante comodidad en Los Angeles.

      Sin embargo, los otros dos eran algo más difíciles de entender. Uno de los casos se refería a un chico de diez años que habían raptado del patio de juego de una iglesia. Estuvo desaparecido durante tres horas antes de que alguien sospechara que pasaba algo. Los chismorreos del pueblo apuntaban a que la abuela se lo había llevado debido a una situación familiar difícil. El drama familiar, más el género y edad de la víctima, hicieron que Mackenzie dudara de que hubiera ninguna conexión con los secuestros actuales.

      El cuarto caso era más prometedor, pero todavía parecía endeble. La primera señal de alarma era que tenía que ver con un accidente de coche. En el 2009, Sam y Vicki McCauley se salieron de la carretera durante una tormenta de granizo. Cuando llegaron la policía y la ambulancia, la vida de Sam colgaba de un hilo y acabó muriendo de camino al hospital. Él les había rogado para saber cómo estaba su mujer. Por lo que podían decir, Vicki McCauley había salido despedida del vehículo, pero nunca encontraron su cuerpo.

      Mackenzie repasó el informe dos veces y no pudo encontrar ninguna descripción de lo que había provocado que el coche se saliera de la carretera. Se utilizaba en varias ocasiones el término heladas en la carretera y aunque esta fuera una buena razón, Mackenzie pensó que sería buena idea profundizar un poco más. Repasó el informe varias veces y después releyó el informe sobre Delores Manning. El hecho de que hubiera un accidente de coche de algún tipo parecía ser la única conexión entre ambos casos.

      Entonces cambió de táctica y trató de meter a las tres víctimas actuales en esas situaciones. Sin embargo, era casi imposible. Se daba por sentado que los dos casos sin resolver eran jóvenes que se habían escapado de cada y a pesar de que ambas eran chicas, dejaba demasiadas opciones abiertas. Además, las tres víctimas actuales fueron raptadas de sus coches. Quizá porque quedarse tirado en la carretera era un suceso bastante frecuente. Estaba muy lejos de echarle el guante a un adolescente que se había escapado de casa. Simplemente no encajaba.