Блейк Пирс

Causa para Matar


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chica muerta. Una puesta en escena. No se ve bien. Los muchachos en la escena del crimen no saben que pensar."

      El corazón Avery latió más deprisa.

      "Estoy lista", dijo.

      "¿Lo estás?", preguntó él. "Eres buena, pero si esto resulta ser algo grande, quiero estar seguro que no te vas a quebrar."

      "Yo no me quiebro", dijo ella.

      "Eso quería escuchar", dijo él, y empujó unos papeles en su escritorio. "Dylan Connelly supervisa a Homicidios. Está ahí ahora, trabajando con los forenses. Tienes un compañero también. Intenta no hacer que lo maten."

      "Eso no fue mi culpa", se quejó Avery, y se enfureció por dentro al pensar en la reciente investigación de Asuntos Internos, todo porque su antiguo compañero, un prejuicioso impulsivo, se precipitó e intentó infiltrarse en una pandilla por su cuenta y llevarse el crédito por el trabajo de ella.

      El jefe apuntó hacia afuera.

      "Tu compañero espera. Te hice detective principal. No me decepciones."

      Al darse vuelta vio a Ramírez esperando. Gruñó.

      “Ramírez? ¿Por qué él?"

      "¿Sinceramente?" El capitán se encogió de hombros. "Fue el único dispuesto a trabajar contigo. Todo el resto aquí parece odiarte."

      Sintió que su estómago se tensaba.

      "Camina con suavidad, joven detective", agregó mientras se ponía de pie, en señal de que la reunión había concluido. "Necesitas todos los amigos que puedas conseguir."

      CAPÍTULO DOS

      "¿Cómo estuvo?" preguntó Ramírez, mientras Avery salía de la oficina.

      Ella agachó la cabeza y siguió caminando. Avery odiaba la charla casual, y no confiaba en que ninguno de sus colegas policías le hablase sin intercambiar insultos.

      "¿Adónde vamos?", contestó ella.

      "Sólo negocios." Ramírez sonrió. "Es bueno saberlo. Muy bien, Black; tenemos una chica muerta y colocada en un banco en el Parque Lederman, cerca del río. Es un área de mucho tránsito. No es el lugar ideal para dejar un cuerpo."

      Los oficiales chocaron palmas con Ramírez.

      "¡Ve por ella, campeón!"

      "Enséñale el trabajo, Ramírez."

      Avery sacudió la cabeza. "Bien", dijo.

      Ramírez alzó sus manos.

      "No soy yo."

      "Sí que eres tú", dijo con desprecio. "Nunca pensé que una estación de policía sería peor que una firma de abogados. El club secreto de los chicos, ¿verdad? ¿No se permiten chicas?"

      "Tranquila, Black."

      Se dirigió al elevador. Algunos oficiales festejaron el haber logrado enfadarla. Normalmente, Avery era capaz de ignorarlo, pero algo sobre este nuevo caso ya había sacudido su duro exterior. Las palabras usadas por el capitán no eran las típicas en un simple homicidio: No saben que pensar. Puesta en escena.

      Y el aire arrogante y distante de su nuevo compañero no era exactamente reconfortante: parece pan comido. Nada nunca era pan comido.

      La puerta del elevador estaba a punto de cerrarse cuando Ramírez atravesó su mano.

      "Lo siento, ¿de acuerdo?"

      Parecía sincero. Las palmas hacia arriba, una mirada arrepentida en sus ojos oscuros. Un botón fue presionado y se movieron hacia abajo.

      Avery le echó un vistazo.

      "El capitán dijo que fuiste el único que quiso trabajar conmigo. ¿Por qué?"?

      "Eres Avery Black", contestó, como si la respuesta fuese obvia. "¿Cómo no me va a dar curiosidad? Nadie te conoce de verdad, pero todos parecen tener una opinión: idiota, genio, fracasada, en ascenso, asesina, salvadora. Quiero separar la realidad de la ficción."

      "¿Y por qué te importaría a ti?"

      Ramírez esbozó una enigmática sonrisa.

      Pero no dijo nada.

      * * *

      Avery siguió a Ramírez mientras éste caminaba tranquilamente a través del estacionamiento. No usaba corbata y sus dos botones de arriba estaban abiertos.

      "Estoy por aquí", señaló.

      Pasaron por delante de unos oficiales uniformados que parecían conocerlo; uno lo saludó con la mano y le dio una mirada de extrañeza que parecía preguntar: ¿Qué estás haciendo tú con ella?

      La llevó hacia un viejo Cadillac carmesí, polvoriento, con asientos rasgados color marrón claro en el interior.

      "Lindo auto", bromeó Avery.

      "Este bebé me ha salvado muchas veces", relató con orgullo mientras le daba cariñosas palmadas al capó. "No tengo más que vestirme de proxeneta o de español hambriento y nadie me presta atención."

      Salieron del estacionamiento.

      El Parque Lederman estaba a tan sólo unos pocos kilómetros de la estación de policía. Condujeron hacia el oeste por la Calle Cambridge y giraron a la derecha en Blossom.

      "Entonces", dijo Ramírez, "Oí que antes eras abogada."

      "¿Sí?" Unos ojos azules vigilantes le echaron una mirada de reojo. "¿Qué otra cosa oíste?"

      "Abogada defensora criminal", agregó, "lo mejor de lo mejor. Trabajaste en Goldfinch & Seymour. Nada mal. ¿Por qué renunciaste?"

      "¿No lo sabes?"

      "Sé que defendiste a un montón de canallas. Récord perfecto, ¿cierto? Hasta metiste a algunos policías sucios tras las rejas. Seguro estabas viviendo la gran vida. Gran salario, una cadena sin fin de éxitos. ¿Qué clase de persona deja todo eso atrás para unirse a la policía?"

      Avery recordó la casa donde había crecido, en una pequeña granja rodeada de kilómetros de terreno llano. Jamás se ajustó a esa soledad. Ni a los animales o el olor del lugar: heces y pelo y plumas. Desde el principio quería irse de allí. Lo había hecho: Boston. Primero la universidad y luego la escuela de leyes y su carrera.

      Y ahora esto.

      Un suspiró escapó de sus labios.

      "Creo que a veces las cosas no funcionan como las planeamos."

      "¿Qué se supone que signifique eso?"

      En su mente, volvió a ver esa sonrisa, esa vieja y siniestra sonrisa de aquel anciano arrugado con anteojos gruesos. Parecía tan sincero al comienzo, tan humilde, inteligente y honesto. Todos lo habían parecido, se dio cuenta.

      Hasta que sus juicios terminaban y volvían a sus vidas cotidianas y ella se veía forzada a admitir que no era ninguna salvadora de los desamparados, ni defensora de la gente, sino un peón, un simple peón en un juego demasiado complejo y arraigado para cambiarlo.

      "La vida es dura", reflexionó. "Crees que sabes algo un día y luego al día siguiente, se levanta el velo y todo cambia."

      Él asintió.

      "Howard Randall", dijo, claramente dándose cuenta de algo.

      El nombre la hizo más consciente de todo: el aire fresco en el auto, su posición en el asiento, su ubicación en la ciudad. Nadie había dicho su nombre en voz alta en mucho tiempo, especialmente a ella. Se sintió expuesta y vulnerable, y en respuesta tensó todo su cuerpo y se sentó más erguida.

      "Perdón", dijo él, "no fue mi intención..."

      "Está bien", dijo ella.

      Sólo que no estaba bien. Todo había terminado luego de él.