por todos, sencillo y amable, había sido acusado se asesinato. La salvación de Avery iba a llegar en la forma de su defensa. Por una vez, se suponía que hiciera lo que había soñado desde niña: defender a los inocentes y asegurar que la justicia prevaleciera.
Pero nada sucedió de esa forma.
CAPÍTULO TRES
El parque ya había cerrado el público.
Dos oficiales vestidos de civiles le bajaron la bandera al auto de Ramírez y rápidamente le hicieron señas para que se alejase del estacionamiento y girase a la izquierda. Entre los oficiales que eran evidentemente de su departamento, Avery detectó una cantidad de policías estatales.
"¿Por qué está la policía estatal aquí?", preguntó.
"Su sede central está al final de la calle."
Ramírez cruzó y estacionó junto a una fila de patrullas de policía. Un área amplia del lugar había sido separada con cinta amarilla. Camionetas de las noticias, reporteros, cámaras, y un montón de otros corredores y otras personas asiduas al parque estaban de pie junto a la cinta intentando ver lo que sucedía.
"Nadie cruza de esta línea", dijo un oficial.
Avery mostró una placa.
"Homicidios", dijo. Era la primera vez que hacía uso de su nuevo puesto, y la llenó de orgullo.
"¿Dónde está Connelly?" preguntó Ramírez.
Un oficial señaló hacia los árboles.
Se abrieron camino por el césped, un diamante de béisbol a su izquierda. Se encontraron con más cinta amarilla antes de una fila de árboles. Debajo del denso follaje había un camino que iba a lo largo del Río Charles. Un sólo oficial, acompañado de un especialista forense y un fotógrafo, se encontraba de pie tras un banco.
Avery evitó el contacto inicial con los que ya se encontraban en la escena. En el transcurso de los años, había descubierto que la interacción social le quitaba enfoque, y demasiadas preguntas y formalidades con los demás contaminaban su punto de vista. Tristemente, esta era otra de las características que le habían ganado el desprecio de todo su departamento.
La víctima era una chica joven colocada de lado en el banco. Estaba evidentemente muerta, pero exceptuando su tono de piel azulado, su posición y expresión facial podrían haber hecho que el transeúnte promedio se lo pensara dos veces antes de preguntarse si pasaba algo malo.
Como una novia esperando a su amado, las manos de la muchacha estaban colocadas en el respaldo del banco. Su mentón descansaba sobre sus manos. Una sonrisa traviesa rizaba sus labios. Su cuerpo estaba volteado, como su hubiese estado sentada en una posición y se hubiese movido para buscar a alguien o dejar salir un gran suspiro. Estaba ataviada con un vestido de verano amarillo y sandalias blancas, su precioso cabello caoba caía sobre su hombro izquierdo. Sus piernas estaban cruzadas y sus dedos descansaban suavemente sobre el camino.
Sólo los ojos de la víctima delataban su tormento. Emanaban dolor e incredulidad.
Avery escuchó una voz en su mente, la voz del anciano que acechaba sus sueños y ensoñaciones diurnas. Con respecto a sus propias víctimas, una vez le había preguntado: ¿Dónde están? Tan sólo receptáculos, receptáculos sin nombre, sin rostro, tan pocos de miles de millones, esperando encontrar su propósito.
La ira creció en su interior, ira nacida de ser expuesta y humillada y sobre todas las cosas, de haber visto su vida entera ser destruida.
Se acercó al cuerpo.
Como abogada, había sido forzada a examinar interminables informes forenses y fotos de pesquisas y cualquier cosa relacionada con su caso. Su educación había mejorado ampliamente como policía, cuando analizaba habitualmente a las víctimas de asesinato en persona, y podía hacer evaluaciones más honestas.
El vestido, notó, había sido lavado, y el cabello de la víctima también estaba limpio. Las uñas de las manos y de los pies estaban recientemente pintadas, y cuando olió profundamente la piel, sintió olor a coco y miel y apenas un dejo de formaldehído.
"¿Le vas a dar un beso o qué?", dijo alguien.
Avery estaba inclinada sobre el cuerpo de la víctima, con las manos detrás de la espalda. En el banco se hallaba un cartel amarillo con la leyenda "4." A su lado, en la espalda baja de la muchacha, había un cabello tieso color naranja, apenas perceptible entre el amarillo de su vestido.
El supervisor de Homicidios Dylan Connelly se encontraba de pie con los brazos en jarra, esperando una respuesta. Era tosco y fornido, con cabello rubio y ondulado y penetrantes ojos azules. Su pecho y sus brazos parecían a punto de salirse de su camisa azul. Sus pantalones eran de lino marrón, y gruesas botas negras adornaban sus pies. Avery había notado su presencia en la oficina a menudo; no era exactamente su tipo, pero tenía una ferocidad animal que le causaba admiración.
"Esto es una escena del crimen, Black. La próxima, mira por donde caminas. Tienes suerte que ya tomamos huellas dactilares y de zapatos."
Ella bajó la cabeza, perpleja; había tenido cuidado por donde había caminado. Levantó la vista hacia la mirada férrea de Connelly, y se dio cuenta que él sólo buscaba una razón para humillarla.
"No sabía que era una escena del crimen", dijo. "Gracias por ponerme al día."
Ramírez soltó una risita.
Connelly apretó los dientes y dio un paso al frente.
"¿Sabes por qué la gente no te soporta, Black? No es sólo que seas una persona de afuera, es que cuando estabas afuera, no tenías ningún respeto por los policías, y ahora que estás adentro, tienes aún menos respeto. Déjame que sea perfectamente claro: No me gustas, no confío en ti, y te aseguro que no te quería en mi equipo."
Se volvió hacia Ramírez.
"Ponla al día con lo que sabemos. Voy a casa a darme una ducha. Tengo náuseas", dijo. Se quitó los guantes y los arrojó al piso. Dirigiéndose a Avery, añadió: "Espero un informe completo al final del día. Cinco en punto. Sala de conferencias. ¿Me escucharon? No llegues tarde. Y asegúrate de limpiar este desastre también, antes de irte. La policía estatal nos hizo la cortesía de hacerse a un lado y dejarnos trabajar. Tú ten la cortesía de mostrarles algo de amabilidad."
Connelly se alejó en medio de una rabieta.
"Tienes el don de la gente", se admiró Ramírez.
Avery se encogió de hombros.
La especialista forense en la escena era una moldeada joven afroamericana llamada Randy Johnson. Tenía ojos grandes y modos sencillos. Cabello con rastas, corto, apenas parcialmente escondido detrás del gorro blanco.
Avery ya había trabajado con ella antes. Habían formado un vínculo rápidamente durante un caso de violencia doméstica. La última vez que se había visto habían tomado unos tragos.
Felices de estar con Avery en un nuevo caso, Randy ofreció su mano, se dio cuenta de que tenía el guante puesto, se sonrojó, largó una carcajada, y dijo, "Oops", seguido por un excéntrico ¡ah! y el anuncio: "Puede que esté contaminada."
"También me alegro de verte, Randy".
"Felicitaciones por lo de Homicidios." Randy hizo una reverencia. "Avanzando en el mundo."
"Un demente a la vez. ¿Qué tenemos?"
"Yo diría que alguien estaba enamorado", contestó Randy. "La limpiaron bastante bien. La abrieron por la espalda. Drenaron el cuerpo, la rellenaron para que no se pudriese, y la volvieron a coser. Ropa limpia. Manicura. Muy cuidadoso. No hay huellas por ahora. No tengo mucho para seguir hasta que vaya al laboratorio. Sólo pude encontrar dos heridas. ¿Ves la boca? Puedes ponerle alfileres desde adentro, o usar gel para lograr que un cadáver sonría de esa forma. Por la marca de pinchazo aquí", señaló a la esquina del labio, "creo que fue una inyección. Hay otra