habla?" dijo una voz entrecortada.
"Sabes quién habla. Tu nueva compañera."
"Aún estoy en Lederman. Casi termino aquí. Acaban de llevarse el cuerpo."
"Te necesito aquí, ahora," dijo, y le dio la ubicación. "Creo que sé dónde secuestraron a Cindy Jenkins."
* * *
Una hora después, Avery había hecho bloquear el callejón hacia ambos lados con cinta amarilla. En la Calle Brattle, una patrulla de policía y la camioneta de los forenses se encontraban estacionados sobre la acera. Un oficial había sido colocado para disuadir a los visitantes.
El callejón se abría hacia una ancha, oscura calle más o menos a la mitad de la manzana. Un lado de la calle albergaba un edificio inmobiliario de vidrio y un muelle de carga. Del otro lado había complejos de vivienda. Había un estacionamiento que podía recibir cuatro autos. Otra patrulla policial, con más cinta amarilla, se encontraba al final del callejón.
Avery se paró frente al muelle de carga.
"Allí," dijo apuntando a una cámara en lo alto. “Necesitamos esas imágenes. Probablemente pertenezca a la empresa inmobiliaria. Entremos y veamos qué podemos encontrar."
Ramírez sacudió la cabeza.
"Estás loca," dijo. "Esa cinta no mostraba nada."
"Cindy Jenkins no tenía motivos para caminar por este callejón," dijo Avery. "Su novio vive en la dirección opuesta."
"Tal vez quería ir por un paseo," argumentó él. "Todo lo que digo es que es mucho personal sólo por una corazonada."
"No es ninguna corazonada. Tú viste la cinta."
"¡Vi un montón de manchas negras que no entendí!" Discutió. "¿Por qué la atacaría aquí el asesino? Hay cámaras por todas partes. Tiene que haber sido un completo idiota."
"Vamos a averiguarlo," dijo ella.
Top Real Estate Company era propietaria del edificio de vidrio y el muelle de carga.
Luego de una breve discusión con la seguridad del escritorio del frente, les dijeron a Avery y Ramírez que esperaran en los sillones de cuero afelpado hasta que llegara alguien con más autoridad. Diez minutos más tarde, el jefe de seguridad y el presidente de la empresa aparecieron.
Avery mostró su mejor sonrisa y les dio un apretón de manos.
"Gracias por recibirnos," dijo. "Quisiéramos acceder a la cámara que está justo encima se su muelle de carga. No tenemos una orden," frunció el ceño, "pero lo que sí tenemos es una chica muerta que fue secuestrada el sábado a la noche, probablemente justo fuera de su puerta trasera. A menos que surja algo, no tardaremos más de veinte minutos."
"¿Y si surge algo?", preguntó el presidente.
"En ese caso tomaron la decisión correcta al ayudar a la policía en una cuestión extremadamente delicada y oportuna. Una orden podía tardar un día entero. El cuerpo de esa muchacha ya lleva muerto dos días. Ella ya no puede hablar. Ya no puede ayudarnos. Pero ustedes pueden. Por favor, ayuden. Cada segundo que perdemos, el rastro se enfría."
El presidente asintió para sí y se volvió hacia su guardia.
"Davis,” dijo, "llévalos arriba. Dales lo que necesiten. Si hay algún problema," le dijo a Avery, "por favor venga a buscarme."
En el camino, Ramírez silbó para sí.
"Que encantadora", dijo.
"Lo que sea que haga falta," susurró Avery.
La oficina de seguridad de Top Real Estate era una habitación bulliciosa completa con más de veinte pantallas de televisión. El guardia estaba sentado a una mesa negra y un teclado.
"OK," dijo. "¿Fecha y hora?"
"Muelle de carga. Alrededor de dos cuarenta y cinco y de ahí vamos hacia adelante."
Ramírez sacudió la cabeza.
"No vamos a encontrar nada."
Las cámaras del negocio inmobiliario eran de una calidad muy superior que las de la tienda de cigarrillos, y en color. La mayor parte de las pantallas eran de un tamaño similar, pero una en particular era grande. El guardia puso la cámara del muelle de carga en la pantalla más grande y volvió la imagen hacia atrás.
"Ahí," anunció Avery. "Deténgala."
La imagen se detuvo a las dos y cincuenta. La cámara mostraba una vista panorámica del estacionamiento directamente enfrente al muelle de carga, así como a la izquierda, hacia el cartel de callejón sin salida y la calle más lejos. Había solamente una vista parcial del callejón que llevaba hacia Brattle. Un auto solitario estaba aparcado en el estacionamiento: una camioneta que parecía ser azul oscuro.
"Ese auto no debería estar ahí," señaló el guardia.
"¿Puedes distinguir la matrícula?" se preguntó Avery.
"Sí, la tengo," dijo Ramírez.
Los tres esperaron. Por un momento, el único movimiento era el de los autos por la calle perpendicular, y el movimiento de los árboles.
A las dos cincuenta y tres, dos personas aparecieron en la escena.
Podrían haber sido amantes.
Uno era un hombre pequeño, delgado y de estatura baja, con pelo grueso y abundante, un bigote, y anteojos. La otra era una chica, más alta, de cabello largo. Tenía puesto un vestido ligero de verano y sandalias. Parecían estar bailando. Él tomó una de sus manos y la giró desde la cintura.
"Mierda," dijo Ramírez, "esa es Jenkins."
"Mismo vestido," dijo Avery, "zapatos, cabello."
"Está drogada", dijo él. "Mírala. Arrastra los pies."
Observaron al asesino abrir la puerta del asiento del acompañante y colocarla adentro. Luego, mientras se daba vuelta y caminaba hacia el lado del conductor, miró directamente a la cámara del muelle de carga, hizo una reverencia teatral, y se fue haciendo un giro hacia la puerta del asiento del conductor.
"¡Mierda!" gritó Ramírez. "El hijo de perra está jugando con nosotros."
"Quiero a todo el mundo en esto," dijo Avery. "Thompson y Jones están en vigilancia permanente desde ahora. Thomson puede quedarse en el parque. Dile sobre la camioneta. Eso limitará su búsqueda. Necesitamos saber en qué dirección iba ese auto. Jones tiene un trabajo más difícil. Tiene que ir allí ahora y seguir a esa camioneta. No me importa cómo lo hace. Dile que rastree todas las cámaras que puedan ayudarlo en el camino."
Se volvió hacia Ramírez, quien la miraba, asombrado e impresionado.
"Tenemos a nuestro asesino."
CAPÍTULO SIETE
El cansancio finalmente le llegó a Avery cerca de las seis cuarenta y cinco de la tarde, en el viaje en elevador hasta el segundo piso de la estación de policía. Toda la energía y el ímpetu que había recibido de las revelaciones matutinas habían culminado en un día bien gastado, pero una noche con incontables preguntas sin respuesta. Su clara piel estaba parcialmente quemada del sol, su cabello un desastre, la chaqueta que había usado más temprano colgaba de su brazo. Su camisa: sucia y por fuera del pantalón. Ramírez, por el contrario, parecía más fresco que en la mañana: el cabello peinado hacia atrás, el traje casi perfectamente planchado, los ojos atentos y apenas una pizca de sudor en la frente.
"¿Cómo es posible que te veas tan bien?" preguntó ella.
"Es mi sangre hispano-mexicana," explicó con orgullo. "Puedo estar veinticuatro, veintiocho horas de corrido y mantener este brillo."
Le dio un vistazo rápido y aprensivo a Avery y gimió: "Sí. Te ves como la mierda."
Sus