Блейк Пирс

Una Vez Atraído


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ido a la cárcel. Tenía la misma expresión amable y juvenil que había tenido en aquel entonces.

      No podía decir lo mismo con los padres de las víctimas. Las dos parejas se veían prematuramente viejas y quebrantadas de espíritu. A Riley le dolía el corazón por todos sus años de pena y aflicción.

      Ella deseaba haber sido capaz de hacer lo correcto para ellos desde el principio. También lo había querido su primer compañero del FBI, Jake Crivaro. Había sido uno de los primeros casos de Riley como agente, y Jake había sido un excelente mentor.

      Larry Mullins había sido detenido bajo la acusación de la muerte de un niño en un parque infantil. Durante su investigación, Riley y Jake encontraron que otro niño había muerto en circunstancias idénticas mientras estaba bajo el cuidado de Mullins en una ciudad diferente. Ambos niños habían sido sofocados.

      Cuando Riley había arrestado a Mullins, le había leído sus derechos y lo había esposado, su expresión irónica y llena de superioridad casi que había admitido su culpa.

      “Buena suerte”, le había dicho sarcásticamente.

      Ciertamente, la suerte se había vuelto en contra de Riley y Jake justo cuando Mullins estuvo bajo custodia. Negó haber cometido los asesinatos. Y a pesar de los mejores esfuerzos de Riley y de Jake, la evidencia contra él no era muy impactante. Había sido imposible determinar cómo los niños habían sido sofocados, y no había sido encontrada ningún arma asesina. Mullins solo había admitido haberlos perdido de vista. Había negado haberlos asesinado.

      Riley recordó lo que el fiscal general les había dicho a ella y a Jake.

      “Tenemos que tener cuidado, o el bastardo podrá quedar libre. Si tratamos de procesarlo por todos los cargos posibles, perderemos todo. No podemos demostrar que Mullins fue la única persona que tenía acceso a los niños cuando fueron asesinados”.

      Luego vino la oportunidad de negociar la declaración. Riley odiaba las declaraciones negociadas. Su odio por ellas había comenzado con ese caso. El abogado de Mullins había ofrecido el trato. Mullins se declararía culpable de ambos asesinatos, pero no como asesinatos premeditados, y sus sentencias serían simultáneas.

      Era un trato horrible. Ni siquiera tenía sentido. Si Mullins realmente había matado a los niños, ¿cómo podría haber sido simplemente negligente? Las dos conclusiones eran totalmente contradictorias. Pero el fiscal no vio otra alternativa que aceptarlo. A Mullins le dieron treinta años de cárcel con la posibilidad de libertad condicional o libertad anticipada por buena conducta.

      Las familias se habían sentido destrozadas y horrorizadas. Habían culpado a Riley y a Jake por no hacer su trabajo. Jake se retiró tan pronto como terminó el caso, se había vuelto un hombre amargado y enojado.

      Riley les había prometido a las familias de los chicos que haría todo lo posible para mantener a Mullins tras las rejas. Hace unos días, los padres de Nathan Betts habían llamado a Riley para informarle sobre la audiencia de libertad condicional. Había llegado el momento para que cumpliera su promesa.

      Los susurros generales llegaron a su fin. La oficial de audiencias Julie Simmons miró a Riley.

      “Entiendo que Riley Paige, la agente especial del FBI, quisiera hacer una declaración”, dijo Simmons.

      Riley tragó grueso. Había llegado el momento para el que se había estado preparando por quince años. Sabía que la junta de libertad condicional estaba familiarizada con todas las pruebas, tan incompletas como eran. No tenía sentido repasar la evidencia de nuevo. Tenía que hacerlo más personal.

      Ella se levantó y comenzó a hablar:

      “Según tengo entendido, Larry Mullins tiene la oportunidad de salir en libertad condicional porque es un 'prisionero ejemplar'“. Con una nota de ironía, agregó: “Sr. Mullins, lo felicito por su logro”.

      Mullins asintió con la cabeza, su rostro mostrando ninguna expresión. Riley continuó.

      “'Comportamiento ejemplar', ¿qué significa eso exactamente? Me parece que tiene menos que ver con lo que ha hecho que con lo que no ha hecho. No ha roto las reglas de la prisión. Se ha comportado. Eso es todo”, dijo.

      Riley luchó para mantener su voz firme.

      “Honestamente, no me sorprende. No hay niños en la prisión para matar”.

      Escuchó jadeos y murmullos en la sala. La sonrisa de Mullins se volvió una mirada llena de furia.

      “Discúlpenme”, dijo Riley. “Sé que Mullins nunca se declaró culpable por asesinato premeditado, y la fiscalía nunca buscó ese veredicto. Pero él se declaró culpable igualmente. Mató a dos niños. No hay ninguna forma de que pudo haberlo hecho con buenas intenciones”.

      Pausó por un momento, eligiendo sus siguientes palabras cuidadosamente. Ella quería provocar a Mullins para que mostrara su ira, para que mostrara quién era de verdad. Pero el hombre sabía que el hacerlo arruinaría su récord de buena conducta y que nunca saldría. Su mejor estrategia era hacer que los miembros de la junta afrontaran la realidad de lo que había hecho.

      “Vi el cuerpo sin vida del niño de cuatro años Ian Harter el día después de su asesinato. Parecía estar dormido con los ojos abiertos. La muerte se había llevado toda su expresión, y su rostro estaba pacífico. Aún así, todavía podía ver el terror en sus ojos sin vida. Sus últimos momentos en este mundo fueron terroríficos. Fue igual para el pequeño Nathan Betts”.

      Riley escuchó a las madres comenzar a llorar. Odiaba traer de vuelta esos recuerdos horribles, pero simplemente no tenía otra opción.

      “No debemos olvidar su terror”, dijo Riley. “Y no debemos olvidar que Mullins demostró poca emoción durante su juicio, y ciertamente ninguna muestra de remordimiento. Su remordimiento vino mucho más adelante, si es que alguna vez lo sintió realmente”.

      Riley respiró profundamente.

      “¿Cuántos años de vida les quitó a esos niños si los sumamos? Me parece que mucho más de cien años. Recibió una condena de treinta años. Solo ha cumplido la mitad. No es suficiente. Nunca vivirá lo suficiente como para pagar todos esos años perdidos”.

      La voz de Riley estaba temblando ahora. Sabía que tenía que controlarse. No podía romper a llorar o gritar de la rabia.

      “¿Ha llegado el momento de perdonar a Larry Mullins? Eso se los dejo a las familias de los niños. Esta audiencia no se trata del perdón. Ese no es el punto. La cuestión más importante es el peligro que representa. No podemos arriesgar la posibilidad de que más niños mueran en sus manos”.

      Riley notó que un par de personas en la junta de libertad condicional estaban mirando sus relojes. Se sintió un poco preocupada. La junta ya había examinado otros dos casos esta mañana, y tenían cuatro más por terminar antes del mediodía. Estaban impacientándose. Riley tenía que terminar esto de una vez. Los miró fijamente.

      “Señores y señoras, les imploro a que no concedan esta libertad condicional”.

      Luego dijo: “Tal vez alguien más quisiera hablar en nombre del prisionero”.

      Riley se sentó. Sus últimas palabras habían sido un arma de doble filo. Sabía perfectamente que ni una sola persona estaba aquí para hablar en defensa de Mullins. A pesar de su “buen comportamiento”, todavía no tenía ni un amigo o defensor en el mundo. Ni tampoco merecía uno.

      “¿Alguien más quisiera hablar?”, preguntó el oficial de audiencias.

      “Solo quisiera añadir unas palabras”, dijo una voz desde el fondo de la sala.

      Riley jadeó. Conocía esa voz bastante bien.

      Giró en su asiento y vio a un hombre familiar bajito y fornido parado en la parte posterior de la sala. Era Jake Crivaro, la última persona que esperaba ver hoy. Riley se sintió contenta y sorprendida.

      Jake se acercó y declaró su nombre y rango para