agitando los brazos y gritando desde detrás de la cinta.
“¡Sé quién lo hizo!”, gritó de nuevo.
CAPÍTULO OCHO
Riley le echó una mirada cuidadosa al hombre que estaba gritando. Podía ver que varias personas alrededor de él estaban asintiendo con la cabeza y murmurando.
“¡Sé quién lo hizo! ¡Todos sabemos quién lo hizo!”.
“Josh tiene razón”, dijo una mujer a su lado. “Tiene que ser Dennis”.
“Es un bicho raro”, dijo otro hombre. “Siempre ha sido una bomba de tiempo”.
Bill y Lucy se apresuraron hacia el borde de la plaza donde el hombre estaba gritando, pero Riley mantuvo su posición. Llamó a uno de los policías que estaba más allá de la cinta.
“Tráelo aquí”, dijo, señalando al hombre que estaba gritando.
Sabía que era importante separarlo del grupo. Si todo el mundo comenzaba a lanzar historias, sería imposible descubrir si lo que estaban gritando era verdad.
Además, los reporteros estaban empezando a apiñarse a su alrededor. No serviría de nada que Riley entrevistara al chico debajo de sus narices.
El policía levantó la cinta y llevó al hombre hacia ellos.
Todavía gritaba: “¡Todos sabemos quién lo hizo! ¡Todos sabemos quién lo hizo!”.
“Cálmate”, dijo Riley, tomándolo por el brazo y alejándolo lo suficiente de los espectadores para poder hablar con él a solas.
“Pregúntale a cualquiera sobre Dennis”, decía el hombre agitado. “Es un ermitaño. Él es raro. Asusta a las niñas. Molesta a las mujeres”.
Riley sacó su bloc de notas, y también lo hizo Bill. Ella vio el gran interés en los ojos de Bill. Pero ella sabía que lo mejor era llevar las cosas con calma. No sabían casi nada en este momento. Además, este hombre estaba tan agitado que desconfiaba de su juicio. Necesitaba escucharlo de alguien más neutral.
“¿Cuál es su nombre completo?”, preguntó Riley.
“Dennis Vaughn”, dijo el hombre.
“Sigue hablando con él”, le dijo Riley a Bill.
Bill asintió y siguió tomando notas. Riley caminó hacia la glorieta, donde el jefe de policía Aaron Pomeroy todavía estaba parado al lado del cuerpo.
“Jefe Pomeroy, ¿qué puedes decirme sobre Dennis Vaughn?”.
Riley podía notar por su expresión que el nombre le era bastante familiar.
“¿Qué quieres saber sobre él?”, preguntó.
“¿Crees que podría ser un sospechoso viable?”.
Pomeroy se rascó la cabeza. “Ahora que lo mencionas, tal vez sí. Quizás valga la pena hablar con él”.
“¿Por qué?”.
“Bueno, hemos tenido muchos problemas con él por años. Exhibición indecente, conducta lasciva, ese tipo de cosas. Un par de años atrás fue por espiar en las ventanas, y pasó algún tiempo en el Centro Psiquiátrico de Delaware. El año pasado se obsesionó con una porrista de la escuela secundaria, le escribió cartas y la acechó. La familia obtuvo una orden de alejamiento, pero él la ignoró. Así que estuvo seis meses en la cárcel”.
“¿Cuándo salió?”, preguntó.
“En febrero”.
Riley estaba más y más interesada. Dennis Vaughn había salido de prisión poco antes del comienzo de los asesinatos. ¿Simplemente era una coincidencia?
“Las mujeres y las niñas locales están empezando a quejarse”, dijo Pomeroy. “Se rumorea que ha estado tomando fotos de ellas. No podemos detenerlo por eso, al menos no en estos momentos”.
“¿Qué más puedes decirme sobre él?”, preguntó Riley.
Pomeroy se encogió de hombros. “Es medio vagabundo. Tal vez tiene unos treinta años y nunca ha trabajado. Se aprovecha de la familia que tiene aquí en el pueblo, tías, tíos, abuelos. Me han dicho que últimamente ha estado bastante taciturno. Culpa a todo el pueblo por su tiempo en prisión. Sigue diciéndole a las personas 'Uno de estos días'“.
“¿'Uno de estos días' qué?”, preguntó Riley.
“Nadie sabe. Las personas han comenzado a decir que es una bomba de tiempo. No saben qué hará después. Pero realmente nunca ha sido violento”.
La mente de Riley estaba acelerada, tratando de descifrar esta nueva posible pista.
Mientras tanto, Bill y Lucy habían terminado de hablar con el hombre y estaban caminando hacia Riley y Pomeroy.
El rostro de Bill se veía brillante y confiado, un cambio repentino de su reciente actitud sombría.
“Dennis Vaughn es nuestro asesino”, le dijo a Riley. “Todo lo que nos dijo el tipo se ajusta al perfil exactamente”.
Riley no respondió. Estaba empezando a parecer probable, pero sabía que lo mejor era no sacar conclusiones apresuradas.
Además, la certeza en la voz de Bill la ponía nerviosa. Desde que llegó aquí esta mañana, había sentido como si Bill estuviera al borde de comportamiento verdaderamente errático. Era comprensible dado sus sentimientos personales sobre el caso, especialmente su culpabilidad por no haberlo resuelto antes. Pero también podría llegar a ser un problema serio. Ella necesitaba al Bill de siempre.
Se volvió hacia Pomeroy.
“¿Podrías explicarnos exactamente dónde encontrarlo?”.
“Por supuesto”, dijo Pomeroy, señalando. “Caminen por la calle principal hasta llegar a Brattleboro. Giren a la izquierda, y su casa es la tercera a la derecha”.
Riley le dijo a Lucy: “Quédate y espera el equipo del médico forense. Está bien que se lleven el cuerpo de una vez. Tenemos un montón de fotografías”.
Lucy asintió con la cabeza.
Bill y Riley caminaron hacia la cinta policial, donde los reporteros se acercaban hacia ellos con cámaras y micrófonos.
“¿El FBI tiene una declaración?”, preguntó a uno de ellos.
“Todavía no”, dijo Riley.
Ella y Bill se agacharon por debajo de la cinta e impulsaron su camino entre los reporteros y los espectadores.
Otro reportero gritó: “¿Este asesinato tiene algo que ver con los asesinatos de Metta Lunoe y Valerie Bruner?”.
“¿O con la desaparición de Meara Keagan?”, preguntó otro.
Riley estaba enfurecida. No pasaría mucho tiempo antes de que se supiera la noticia de que había un asesino en serie en Delaware.
“Sin comentarios”, le espetó a los reporteros. Luego agregó: “Si siguen los arrestaremos por interferir en una investigación. Se llama obstrucción a la justicia”.
Los reporteros se alejaron. Riley y Bill se alejaron de la pequeña multitud y continuaron su camino. Riley sabía que no tendrían mucho tiempo antes de que reporteros más agresivos llegaran a la escena. Probablemente tendrían que lidiar con un montón de atención mediática.
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