Блейк Пирс

La Esposa Perfecta


Скачать книгу

de obtener vuestro Masters en Psicología Forense. No va a ser tarea fácil.”

      Jessie desabrochó su mochila con el mayor sigilo posible para sacar un bolígrafo y un cuaderno, pero el sonido de la cremallera pasando por cada diente pareció resonar en toda el aula. El profesor volvió la mirada hacia ella por el rabillo del ojo, pero continuó hablando.

      “Distribuiré el programa en unos momentos,” dijo. “Pero, en general, esto es lo que se espera de vosotros. Además del trabajo habitual del curso y los exámenes asociados con ello, aquellos entre vosotros que todavía tengan que completar una entregaréis y defenderéis vuestra tesis. Además, todos—ya tengan la tesis completada o no—tendréis unas prácticas. Unos cuantos serán asignados a una instalación correccional, ya sea el Instituto California para Hombres en Chino o el Instituto California para Mujeres en Corona, ambos de los cuales albergan un grupo de criminales violentos. Otros visitarán la unidad de alto riesgo del DSH-Metropolitan, que es un hospital estatal en Norwalk. Allí tratan a pacientes a los que se conoce comúnmente como ‘criminales dementes,’ aunque cuestiones relativas a la comunidad local les impidan aceptar pacientes con un historial de asesinato, crímenes sexuales, o fuga.”

      Una tácita corriente de electricidad atravesó el aula mientras los alumnos se miraban entre ellos. Esto era lo que habían estado esperando. El resto de la clase fue bastante directo, con una descripción del trabajo del curso y detalles para la redacción de sus tesis.

      Por suerte, Jessie había completado y defendido la suya mientras estaba en USC, así que no le prestó demasiada atención a esta parte. En vez de eso, su mente regresó al extraño grupo del club de yates y al hecho de que, a pesar de la aparente generosidad y calidez de todas ellas, se sentía perturbada por ello.

      Hasta que la charla no regresó a las prácticas, no se enfocó de verdad. Los alumnos estaban haciendo preguntas logísticas y académicas. Jessie tenía una propia, pero decidió esperar hasta después de la clase. No quería comentarlo delante del grupo.

      Era evidente que la mayoría de sus compañeros de clase quería trabajar en una de las prisiones. La mención de un veto de la comunidad respecto a criminales violentos en Norwalk parecía limitar la popularidad de esta opción.

      En cierto momento, el profesor Hosta indicó el final de la clase y la gente empezó a salir de la sala. Jessie se tomó su tiempo colocando de nuevo su cuaderno en su mochila mientras unos cuantos estudiantes le hacían unas preguntas a Hosta. Hasta que no se fueron y el profesor pareció empezar a salir del aula, no se le acercó.

      “Deje que me disculpe de nuevo por llegar tarde, profesor Hosta,” dijo, intentando no sonar demasiado pelota. Con solo una clase, había tenido la clara impresión de que Hosta despreciaba a los que se humillaban excesivamente. Parecía preferir la curiosidad, incluso aunque rayara en la grosería, a la deferencia.

      “No suenas demasiado arrepentida, señorita…” indicó, levantando el ceño.

      “Hunt, Jessie Hunt. Y la verdad es que no lo estoy,” admitió, decidiendo en ese momento que iba a tener más suerte con este tipo si era directa. “Solo imaginé que sería mejor ser educada para obtener una respuesta a mi pregunta de verdad.”

      “Que es…?” le preguntó, con el ceño elevado y aspecto de sorpresa intrigada.

      Ahora tenía su atención.

      “Noté que dijo que DSH-Metro no acepta pacientes con un historial de violencia.”

      “Eso es correcto,” dijo él. “Es su normativa. Básicamente, estaba citando su página web.”

      “Pero profesor, los dos sabemos que eso no es del todo exacto. El hospital de Norwalk tiene una pequeña sección acordonada para tratar a pacientes que han cometido algunos crímenes horriblemente violentos, entre ellos asesinatos en serie, violación, y una variedad de transgresiones a menores.”

      Él le miró fijamente durante largo rato antes de responder.

      “Según el Departamento de Hospitales del Estado, es en DSH-Atascadero en San Luis Obispo donde se tratan esos casos,” le replicó con cara de póker. “Metro trata con criminales no violentos, así que no estoy seguro de a qué te refieres.”

      “Por supuesto que lo está,” dijo Jessie con más confianza de la que se esperaba.

      “Se llama la División No-Rehabilitadora, o DNR en breve. Claro que ese solo es el vocablo aburrido que utilizan para consumo público. A nivel interno y dentro de los círculos de justicia criminal, a DNR se la conoce como la unidad de ‘alto-riesgo’ en DSH-Metro, que casualmente noté que es el término que utilizó para describirla en clase.”

      Hosta no contestó. En vez de eso, la estudió herméticamente durante unos cuantos segundos antes de permitir que su cara esbozara una sonrisa. Era la primera vez que Jessie le había visto algo parecido a una sonrisa.

      “Camina conmigo,” le dijo, haciéndole un gesto para que saliera del aula. “Te llevas el premio especial, señorita Hunt. Han pasado tres semestres desde que algún alumno captara mis pequeños trucos verbales. Todo el mundo se siente tan decepcionado por las normas comunitarias que nadie se pregunta de qué se trata la referencia al ‘alto-riesgo’. Pero está claro que tú ya estabas familiarizada con el DNR antes de entrar a mi clase. ¿Qué es lo que sabes acerca de ello?”

      “Bueno,” comenzó con cuidado, “realicé los primeros semestres de mis estudios en USC y el DNR es algo así como un secreto a voces por allí, por eso de que está tan cerca.”

      “Señorita Hunt, estás encubriendo algo. No es un secreto a voces. Hasta en las filas de las fuerzas de seguridad y de la comunidad psiquiátrica, es un secreto guardado a cal y canto. Me arriesgo a decir que hay menos de doscientas personas en la región que sean conscientes de su existencia. Menos de la mitad de ellas conoce la naturaleza integral de las instalaciones. Y, aun así, de alguna manera, tú lo sabes. Haz el favor de explicarte. Y en esta ocasión, deja de lado la discreta timidez.”

      Ahora le tocaba a Jessie decidir si iba a ser sincera.

      Has llegado hasta aquí. Quizá no sea mala idea dar el último paso.

      “Hice mi tesis sobre ello,” le dijo. “Casi consigo que me expulsen del programa.”

      Hosta dejó de caminar y pareció brevemente estupefacto antes de recuperar la compostura.

      “¿Así que fuiste tú?” le preguntó, sonando impresionado mientras empezaban a descender por el pasillo. “Esa tesis es legendaria entre los que la han leído. Si recuerdo bien, el título era algo así como ‘El Impacto de la Encarcelación No-Rehabilitadora en los Criminales Dementes.’ Pero nadie podía averiguar quién era el autor de verdad. Después de todo, no hay registro oficial de nadie que se llame ‘Julia Nona.’”

      “Tengo que admitir que me sentía bastante orgullosa de ese nombre, pero utilizar un nombre falso no fue en absoluto mi decisión,” admitió Jessie.

      “¿Qué quieres decir?” preguntó Hosta, claramente intrigado.

      Jessie se preguntaba si estaría bordeando los límites de lo que tenía permitido desvelar. Entonces recordó la razón por la que le asignaron a trabajar con Hosta en un principio y decidió que no había razón para ser tímida.

      “Mi asesor de la facultad entregó la tesis al decano,” explicó Jessie. “Enseguida trajo a varios agentes de la ley y a unos médicos que no puedo mencionar por ningún otro nombre que el delicioso término de ‘El Panel.’ Me interrogaron durante nueve horas seguidas antes de decidir que estaba escribiendo un artículo académico y que no era una reportera trabajando en secreto o algo peor.”

      “Eso suena emocionante,” dijo Hosta. Parecía decirlo en serio.

      “Suena así, pero en aquel momento, terrorífico resultaba una palabra más apropiada. Después de un tiempo, decidieron no arrestarme. Después de todo, eran ellos quienes tenían una cárcel psiquiátrica secreta sin registrar, y no yo. La universidad decidió