Pero no dudéis en serviros del chico.
Lo harían. Ulren no tenía ninguna duda de que lo harían. Al fin y al cabo, así era esta ciudad.
—Y, evidentemente, necesitaremos nuevas Cuarta y Quinta Piedras —dijo Ulren.
Eso debería haberles dado pie para subir una posición. Pero ninguno de los dos lo hizo. Conservaron los asientos por los que habían luchado, dejando vacío el asiento de la Segunda Piedra. Ulren no estaba seguro de que aquello le gustara, aun cuando podía comprender el miedo que había detrás. No iban a ir a por su nuevo asiento, pero esto era una señal de que no pensaban que esto estuviera decidido y no iban a aceptar la nueva orden.
Se estaban conteniendo del mismo modo que lo hicieron cuando Irrien llegó al poder.
No solo eso, actuaban como si esto no hubiera terminado.
CAPÍTULO SEIS
Cuando Estefanía despertó, el mundo estaba lleno de sufrimiento. El universo entero parecía haberse arruinado en una bola de dolor envuelta en su barriga. Sentía como si la hubieran hecho pedazos… pero, al fin y al cabo, la habían rajado.
Aquel pensamiento bastó para hacerla chillar de nuevo y, esta vez, no había sacerdotes ni guerreros por allí para escuchar su agonía, solo el cielo abierto por encima de ella, que veía de forma borrosa a través de sus lágrimas. La habían arrastrado hasta un lugar allá fuera, para dejarla allí hasta morir.
Necesitó todas sus fuerzas para levantar la cabeza y mirar alrededor.
Al hacerlo, rápidamente deseó no haberlo hecho. Hasta donde la vista le alcanzaba, estaba rodeada de basura. Había cerámica rota, huesos de animales, cristal y más cosas. Todo el deshecho de la vida de la ciudad esparcido en lo que parecía un paisaje interminable de desolación.
El hedor, que parecía llenar el espacio que la rodeaba, la golpeó en aquel mismo instante. La pestilencia de la muerte también estaba mezclada allí y entonces Estefanía vio los cuerpos, sencillamente abandonados como si no fueran nada. Le pareció ver fuegos de funeral en la distancia, pero dudaba que fueran las elegantes piras de los funerales. Simplemente serían fosas, a la espera de consumir más y más cuerpos.
Ahora Estefanía sabía dónde estaba, en el área de basura de fuera de la ciudad, donde había mil muladares vacíos y los más pobres de entre los pobres hurgaban en busca de lo que podían. Normalmente, los únicos cuerpos que iban a parar allí eran los de las personas que no podían permitirse una tumba, o que estaban allí para encontrar la muerte como víctimas de los criminales.
Estefanía se desplomó durante lo que pareció un tiempo interminable, el cielo nadaba en olas por encima de ella. Solo la fuerza de voluntad la salvaba de rendirse y sucumbir a la oscuridad que amenazaba con consumirla. Se obligó a levantar de nuevo la cabeza, ignorando el dolor.
Había unos tipos que se movían por encima de los montones de basura. Vestían ropa harapienta y sus caras estaban manchadas de mugre. Muchos de ellos eran poco más que niños, que llevaban los pies envueltos con harapos para protegerse de los filos puntiagudos.
—Ayudadme… ayudadme —exclamó Estefanía.
No es que creyera mucho en la generosidad de los demás. Simplemente, no tenía una opción mejor. Después de todo lo que le había sucedido, no había modo de sobrevivir sin ayuda. La habían abierto y le habían quitado a su hijo para un sacrificio. ¡Lo habían robado!
Como si el pensamiento la hubiera convocado, la agonía se disparó hacia la herida de su barriga y Estefanía chilló. Su grito para pedir ayuda no había traído a los buscadores, pero sí su chillido. Se movían sigilosamente por los montones de cosas rotas como si tuvieran la certeza de que se trataba de una trampa. Sin embargo, no parecían gente de Felldust. Al parecer, los más pobres de los pobres podían sobrevivir incluso a una guerra sin que nada cambiara.
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