Con el pelo negro. Los ojos verde esmeralda.
Oliver no podía creerlo. El corazón le dio un brinco, de repente estaba latiendo a un kilómetro por segundo en su pecho. Su cerebro empezó a dar vueltas mientras desesperadamente intentaba entender cómo… por qué…
Empezaron a sudarle las manos. Se le secó la garganta. Un escalofrío de emoción le recorrió la espalda.
Pues allí delante de él había una visión de belleza.
Era nada más y nada menos que Ester Valentini.
CAPÍTULO SEIS
—¿Ester? —exclamó Oliver.
La cogió por los hombros, empapándose de la visión de cada trocito de ella. No podía creer lo que estaba viendo.
—Oliver —Se dibujó una sonrisa en la cara de Ester. Lo rodeó con sus brazos—. Te encontré.
Su voz era muy dulce, como la miel. Era como una canción para su oído. Oliver la abrazó con fuerza. Era maravilloso envolverla con sus brazos. Pensaba que nunca la volvería a ver.
Pero, inmediatamente, se apartó de ella, sobresaltado de repente.
—¿Por qué estás aquí?
Ester le lanzó una sonrisa pilla.
—En la escuela hay una máquina del tiempo. Escondido dentro del árbol del Kapok. Vi que había una X pequeña grabada allí y, como en todas las entradas que solo pueden usar los profesores hay una X, imaginé que eso significaba que allí dentro había una entrada. Así que cotilleé un poco, vi que algunos profesores desaparecían, y entendía que dentro debía de haber una máquina del tiempo. De uso estrictamente prohibido para los estudiantes, por supuesto.
Oliver negó con la cabeza. Estaba claro que la genialmente prodigiosa Ester Valentini encontraría una máquina del tiempo escondida. Pero nadie viajaría a través de una sin una muy buena razón, ¡en especial no a una línea de tiempo que no es la suya! Por lo que Oliver había aprendido en la Escuela de Videntes, pasar una cantidad significativa de tiempo en la línea temporal equivocada sobrecargaba mucho el tiempo. De hecho, él se había sentido muy raro al viajar a la suya.
Por no hablar del sacrificio. No había ninguna garantía de que volviera. A Oliver, dejar la Escuela de Videntes le había roto el corazón y solo lo había hecho para salvarle la vida a Armando. Así que algo debía de haber llevado a Ester hasta aquí. Una cruzada, quizás. Una misión. ¿Tal vez la escuela volvía a estar en peligro?
—¿No cómo? —dijo Oliver—. ¿¡Por qué!?
Para gran sorpresa de él, Ester hizo una sonrisa de satisfacción.
—Me prometiste una segunda cita.
Oliver se quedó parado, frunciendo el ceño.
—¿Quieres decir que viniste aquí por mí?
No podía comprenderlo. Ester podría no regresar. Podía estar atrapada para siempre en la línea de tiempo equivocada. ¿Y lo había hecho por él?
Se le sonrojaron las mejillas. Intentó ignorarlo, sintiéndose más tímida—. Pensé que necesitarías ayuda.
Aunque no podía entenderlo, Oliver estaba agradecido por el sacrificio que había hecho Ester. Puede que estuviera atrapada para siempre en al línea de tiempo equivocada y lo había hecho por él. Se preguntaba si eso significaba que lo quería. No se le ocurría otra razón por la que alguien pasara por eso.
El pensamiento le hizo sentir una calidez por todo el cuerpo. Cambió rápidamente de tema, pues de repente se sintió tímido y vergonzoso.
—¿Cómo te fue el viaje por el tiempo? —preguntó—. ¿Llegaste aquí sin ningún daño?
Ester se dio golpecitos en la barriga.
—Me encontré un poco mal. Y me dio un dolor de cabeza horrible. Pero ya está.
Justo entonces, Oliver se acordó del amuleto. Lo sacó de debajo de su mono.
—El Profesor Amatista me dio esto antes de irme.
Ester tocó el amuleto con los dedos.
—¡Un detector de portales! Se calientan cuando estás cerca de un agujero espacio-temporal, ¿verdad? —Sonrió despreocupadamente—. Un día, esto nos podría guiar de vuelta a la Escuela de Videntes.
—Pero desde que llegué aquí está frío como el hielo —dijo Oliver con tristeza.
—No te preocupes —le dijo ella—. No tenemos ninguna prisa. Tenemos todo el tiempo que queramos —Sonrió pillamente por su propio chiste.
Oliver también se rio.
—Tengo una nueva misión —le contó Oliver.
Ester abrió los ojos como platos emocionada.
—¿En serio?
Él asintió y le mostró la brújula. Ester la miró con asombro.
—Es preciosa. ¿Qué significa?
Oliver señaló a las manecillas y a los extraños símbolos jeroglíficos.
—Me llevará hasta mis padres. Estos símbolos representan algunos lugares y personas. ¿Ves?, estos son mis padres —Señaló a la manecilla que no se había movido nunca, la que estaba fija en la imagen de un hombre y una mujer dándose las manos.
—Parece que estas otras manecillas se mueven dependiendo de dónde tenga que ir a continuación.
—¡Oh, Oliver, qué emocionante! ¡Tienes una misión! ¿A dónde te va a llevar a continuación?
Él señaló a la hoja de olmo.
—A Boston.
—¿Por qué a Boston?
—No estoy seguro —respondió Oliver, guardándose la brújula en el bolsillo de su mono—. Pero tiene relación con encontrar a mis padres.
Ester deslizó la mano dentro de la de él y sonrió.
—Entonces vayamos.
—¿Vas a venir conmigo?
—Sí —Sonrió tímidamente—. Si me dejas.
—Por supuesto.
Oliver sonrió. Aunque no entendía del todo cómo Ester estaba tan tranquila con el hecho de que podía quedarse atrapada en la línea de tiempo equivocada para siempre, su presencia le animaba el espíritu. De repente, todo parecía mucho más esperanzador, mucho más como si el universo lo estuviera guiando. La misión para buscar a sus padres sería mucho más agradable con Ester a su lado.
Bajaron las escaleras, dejando Campbell Junior High detrás de ellos y se marcharon en dirección a la estación de tren, andando uno al lado del otro. Oliver sentía la mano de Ester suave en la suya. Era muy reconfortante.
A pesar de que era un día frío de octubre, Oliver no sentía frío en absoluto. Solo estar con Ester le abrigaba. Era muy bueno verla. Pensaba que nunca más lo haría. Pero no podía evitar preocuparse por si era un espejismo que podía desaparecer en cualquier momento. Así que mientras caminaban, no dejaba de mirarla para asegurarse de que era real. Cada vez, ella le regalaba su dulce y tímida sonrisa y él sentía otra explosión de calor en el pecho.
Llegaron a la estación de tren y se dirigieron a la plataforma. Oliver nunca había comprado un billete de tren y la máquina de billetes parecía muy desafiante. Pero entonces se acordó de que él solito había desactivado una bomba así que, sin duda, podía adivinar cómo funcionaba una máquina de billetes.
Compró dos billetes para Cambridge en Boston y seleccionó la opción billete de ida ya que no tenía ni idea de si regresaría alguna vez a Nueva Jersey o no. El pensamiento le preocupaba.
El