¿Ralph? ¿Hazel? ¿Walter? ¿Simon?
Ester sonrió.
—Están bien. Todos te echamos de menos, por supuesto. Walter mucho, de hecho. Dice que el switchit no es lo mismo sin ti.
Oliver notó que una triste sonrisa tiraba de sus labios. Él también echaba mucho de menos a sus amigos.
—¿Y la escuela? —preguntó—. ¿Está segur? ¿Algún ataque más?
Sintió escalofríos al recordad cuando Lucas había dirigido a los videntes canallas en su ataque a la escuela. Y a pesar de que él había saboteado a Lucas en su línea temporal, tenía la sensación de que no era la última vez que vería al malvado anciano.
—No ha habido más ataques de murciélagos con los ojos brillantes —dijo ella con una sonrisa.
Oliver pensó en ese horrible momento durante su cita. Estaban paseando por los jardines –Ester le hablaba de su vida y su familia, de crecer en Nueva Jersey en los setenta - cuando el ataque los interrumpió.
Oliver caía ahora en la cuenta de que nunca habían terminado su conversación. Nunca había vuelto a tener la oportunidad de descubrir quién era Ester Valentini antes de que entrara en la Escuela de Videntes.
—Somos del mismo barrio, ¿verdad? —le preguntó.
Ella pareció sorprenderse de que lo preguntara.
—Sí. Solo con unos treinta años de diferencia.
—¿No se te hace extraño? ¿Estar en un lugar que conoces tan bien pero viendo cómo es en el futuro?
—Después de la Escuela de Videntes ya nada se me hace extraño —respondió ella—. Me preocupa más tropezarme conmigo misma. Estoy seguro de que ese tipo de cosas podrían hacer que el mundo se colapsara.
Oliver pensó en sus palabras. Recordó cómo el viejo Lucas había estado envenenando la mente del joven Lucas para hacerle hacer su voluntad.
—Creo que no hay ningún problema siempre y cuando no te des cuenta de que eres tú. Tiene sentido, ¿verdad?
Cruzó los brazos con fuerza en su cintura.
—Prefiero no arriesgarme.
Oliver vio que su gesto se volvía serio. Debía de haber algo escondido detrás de su mirada.
—Pero ¿no tienes curiosidad? —preguntó—. ¿Por ver a tu familia? ¿Por verte a ti misma?
Ella dijo que no con la cabeza repentinamente.
—Tengo siete hermanos, Oliver. Lo único que hacíamos era pelear, especialmente porque yo era la rarita. Y lo único que hacían mamá y papá era discutir por mí, por qué problema tenía yo —Hablaba en voz baja y llena de melancolía—. Estoy mejor fuera de todo eso.
Oliver se sentía mal por ella. Aun con lo terribles que eran su propia vida en casa y su educación, él tenía una profunda compasión por cualquiera que lo hubiera pasado mal.
Pensó en que todos los chicos de la escuela estaban solos, apartados de su familia para formarse. En ese momento, se había preguntado por que ninguno de ellos parecía solo o nostálgico. Quizá fuera porque ninguno de ellos venía de un hogar feliz. Quizá ser vidente implicaba que se separaran del resto, volvía recelosos a sus padres e infelices sus hogares.
Entonces Ester alzó la mirada hacia él.
—Tus verdaderos padres. ¿Estás seguro de que te aceptarán tal y como eres?
Oliver se dio cuenta de que ni tan solo había pensado en ello. Para empezar, lo habían abandonado, ¿verdad? ¿Y si se habían asustado tanto con su extraño bebé que lo habían dejado y se habían ido corriendo?
Pero entonces recordó las visiones en las que sus padres habían venido hacia él. Eran cariñosos. Amables. Agradables. Le habían dicho que lo amaban y que siempre estaban con él, observando, guiando. Él estaba seguro de que estarían encantados de reunirse con él.
¿O no?
—Estoy seguro —dijo. Pero, por primera vez, no estaba tan seguro. ¿Y si toda esta misión estaba mal concebida?
—¿Y qué harás cuando los encuentres? —añadió Ester.
Oliver reflexionó sobre sus palabras. Debía de haber alguna buena razón por la que lo habían abandonado de bebé. Alguna razón por la que no habían venido a buscarlo. Alguna razón por la que actualmente no estaban en su vida.
Miró a Ester.
—Esa es una buena pregunta. Sinceramente, no lo sé.
Se quedaron en silencio, el tren los balanceaba suavemente de un lado a otro mientras atravesaba el paisaje.
Oliver miró por la ventana cuando la histórica Boston apareció ante su vista. Se veía maravillosa, como sacada de una película. Una ola de emoción lo abrumó. Aunque puede que no supiera lo que haría cuando encontrara a su madre y a su padre verdaderos, estaba impaciente por encontrarlos.
Justo entonces, una voz anunció por el altavoz:
—Próxima parada: Boston.
CAPÍTULO SIETE
Cuando el tren paró en la estación, Oliver sintió que su pecho daba un brinco por la emoción. Él nunca había viajado –los Blue nunca iban de vacaciones- así que estar en Boston era muy emocionante.
Ester y él bajaron del tren y se dirigieron hacia la muy concurrida estación. Tenía un aspecto lujoso con columnas de mármol y esculturas esparcidas por todas partes. Gente con trajes formales pasaban por allí a toda velocidad hablando en voz alta en sus móviles. A Oliver, todo eso le parecía bastante agobiante.
—Bueno, desde aquí a la Universidad de Harvard hay un poco más de tres kilómetros —explicó—. Tenemos que dirigirnos hacia el norte y cruzar el puente.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ester—. ¿Tu brújula también da direcciones?
Oliver soltó una risita y negó con la cabeza. Señaló hacia un gran mapa de colores vistosos que estaba colgado en la pared de la estación. Mostraba todos los lugares turísticos, incluyendo la Universidad de Harvard.
—Oh —dijo Ester, sonrojándose.
Cuando salieron de la estación, una suave brisa de otoño revolvía las hojas caídas en la acera y había un destello dorado en el cielo.
Empezaron a caminar en dirección a Cambridge.
—Se ve muy diferente a mi época —comentó Ester.
—¿De verdad? —preguntó Oliver, recordando que Ester venía de la década de los setenta.
—Sí. Hay más tráfico. Más gente. Pero todos los estudiantes se ven iguales —Sonrió con satisfacción—. La pana marrón se debe haber puesto de moda otra vez.
De hecho, había muchos estudiantes universitarios caminando por las calles, con un aspecto decidido con los libros en los brazos. A Oliver le recordó a los chicos de la escuela de Videntes, que siempre iban a toda prisa a algún lugar con un gesto serio y estudioso en sus caras.
—¿Cómo crees que están todos en la escuela? —preguntó—. Los echo de menos.
Pensaba en Hazel, Walter y Simon, los amigos que había hecho en la Escuela de Videntes. Pero por encima de todo echaba de menos a Ralph. Ralph Black era lo más cerca que había estado de tener un mejor amigo.
—Estoy segura de que están bien —respondió Ester—. Estarán ocupados con las clases. La Doctora Ziblatt estaba empezando sus clases de proyección astral cuando yo me fui.
Oliver abrió los ojos como platos.
—¿Proyección astral? Me sabe mal perdérmelo.
—A