vieron a los hombres blancos y barbudos acercarse, pensaron que eran dioses bajando a la tierra. Luego de que los apuñalaron, violaron, decapitaron, consideraron las prestaciones del islam y la iglesia maradoniana.
Los conquistadores estaban armados con escopetas, mientras que los pantanenses se defendieron con coreografías y manipulación emocional en otra lengua. Uno de los episodios más penosos fue el auto de fe en Lolcum (Tierra del Baile), cuando prendieron fuego a los documentos históricos del matriarcado. Se perdieron cientos de códices, objetos sagrados y todo registro de la literatura prehispánica. Luego asaron salchichas, malvaviscos y contaron historias terroríficas de hombres blancos que no tenían derecho a matar y violar a placer. Los nativos sobrevivientes aprendieron que la socialización también podía ser celebración de la crueldad e imposición de otra normatividad.
Entre las crónicas de la conquista se encuentran las cartas que fray Fermín, un humanista, un hombre sensible a la injusticia y el dolor ajeno, envió al rey:
La causa porque han muerto y destruido tantas y tales y tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días y subir a estados muy altos y sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia y ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices y tan ricas, y las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respeto ni de ellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tratado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, y por esto todos los números y cuentos dichos han muerto sin fe, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben y la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recibido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones de ellos mismos.
La respuesta del rey también se encuentra en nuestros archivos históricos:
Muy alto e poderoso Señor Fray, la reina y yo preocupad en demasía por misiva con tan atroces y tan muy terribles relatos. No perded esperanza. Como usted mismo dicéis con ánimo de rectitud: Dios mirad y escuchad por encima de todo género, todo bien y mal. La reina y yo practicad infinitos rezos y bendiciones para su santificada persona y la muy fatalísima calamadidad que acontece en las Indias. Así que no os preocupéis más, le he encargao a la Divina Providencia los estragos e perdiciones acontecidas.
Si tenéis ocasión de proveer al reino por sus favores, enviad oro y doce vírgenes en la muy próxima embarcación. Y si así sea, Dios lo preserve e conserve y haga bienaventurado.
El proceso de catequización presentó enrevesados desafíos. Fuese por la barrera del idioma o por el choque cultural, los indios no entendieron el sentido de la religión cristiana y comenzaron a crucificarse los unos a los otros al por mayor, causando particular angustia en fray Fermín, quien pasaba largas jornadas desclavándolos.
La ambigüedad de las parábolas bíblicas se prestó a toda clase de confusiones. Por ejemplo, cuando en el viejo testamento habla de «pájaros de fuego atravesando nubes de marfil», se interpretó como que las mujeres no debían tener derecho a educación, trabajo, voto o exhibición de pantorrilla.
Entre otras notables hazañas del progreso, estandarte de todo gobierno, podemos nombrar la invención del dinero, que tantas alegrías trajo desde entonces al uno por ciento de la población pantanense.
No todas las aportaciones europeas fueron perniciosas, también trajeron cítricos, café, ganado y, lo primordial, no importaron artistas del cante jondo. Además, insistieron durante siglos en que la deformación craneal y la mutilación dental no eran prácticas saludables, hasta que los locales concedieron que tenían un punto razonable, y en consecuencia exigieron la prestación del plan dental. Los españoles concedieron y enviaron a un dentista para removerles las caries con una bala de cañón.
Tras siglos de sublevación, los pantanenses comprendieron que todo intento de socializar es también un juego de poder. Sucede en el cortejo y el matrimonio, en la escuela y el trabajo, con hijos, padres, amigos. En los anales del pasado, tan profundos y misteriosos, se pueden hallar los orígenes de ciertas conductas de los habitantes contemporáneos de Ciudad Pantano. Se hicieron especialistas en pequeñas charlas porque en eso consistía su única posibilidad de supervivencia. En caso de «Hey, lindo clima, ¿no le parece, General?». Lanza en el pulmón. Lanza en estómago. Lanza en corazón. Y prenderle fuego a la familia. Y decapitar a la familia política. Y violar al gato de la abuelita con una tira de morcilla. De esa sola circunstancia derivan al menos dos consecuencias psicosociales. Por un lado, la labranza de un humor propio, con anhelos impotentes de liberación. En segundo término, el hábito de secundar las impresiones del otro con tal de eludir conflictos. Es por eso que en el presente celebran con desbocado entusiasmo compartir las mismas opiniones, a la vez que condenan burdamente lo que no se alinee con sus creencias.
Todos son simuladores en el pantano.
PRIMERA INDEPENDENCIA
Al cabo de cientos de años de estudiar el comportamiento de los invasores, los pantanenses se percataron, no solo de que las armas europeas podían ser utilizadas por no europeos, sino también de que el cristianismo, a diferencia de su religión anterior, no implicaba en realidad congruencia entre actos y creencias.
El hallazgo los condujo a fraguar un movimiento de liberación, un proyecto de patria que tomó mucho de Europa, poco de sus antepasados, algo del método Stanislavski de improvisación, y otro tanto de una virgen morena que se le apareció al líder para sugerirle que comerciara amuletos, prendas y artesanías de su imagen.
Los mejores bigotes de 1818 se reunieron y convocaron al pueblo a las armas bajo la promesa de una olla titánica de pozole que nunca llegó. El cura Gutiérrez sugirió que no lo consideran una instalación, sino un performance colectivo. Como estandarte patrio escogió una paloma, elección que delata un gusto premonitorio por el arte pop con brotes kitsch. Otro de los héroes que dio su vida para brindar días de asueto a las futuras generaciones, fue el capitán Avellanada, recordado por usar un paliacate en homenaje a Tupac Shakur, y el Pipiolo, quien utilizó a su suegro como escudo para infiltrarse a bases enemigas.
Nuestros signos, ciertamente, encadenan. Y, como la consecución de un gran bien suele implicar la realización de un gran mal, hubo miles de muertes, violaciones, daños patrimoniales; pero al cabo de meses de batallar, los mestizos consiguieron adueñarse de un vasto territorio bombardeado con pantanos y del poder para cometer sus propias atrocidades con inmunidad. Los independentistas continuaron erigiendo su civilización, su nueva patria, sobre una superficie que se hunde dos centímetros por año.
LA SOCIALIZACIÓN
Para entender al pantanense contemporáneo hay que prestar atención a dos mitologías que contienen todas las respuestas sobre nuestra identidad, el presente y el futuro. Primero, los carritos chocones, ese juego de feria en el que un grupo de gente, confinada a un espacio determinado, colisiona e intersecta el trayecto de los otros. Segundo, la lucha libre, en particular esa reiterada escena en que un greñudo noquea a un enmascarado y, mientras celebra su victoria, el otro rueda a discreción debajo de la lona, toma un asiento del público y le tunde un sillazo en la espalda al supuesto vencedor.
Otras explicaciones podemos encontrarlas en el estudio del habla. Por ejemplo, cuando alguien dice «Come verga de toro, pinche pendejo, hijo de tu rechingada madre», lo que en verdad quiere expresar es «Soy un sujeto colonizado, cuyo lenguaje y conducta mediocre fueron determinados por eventos que sucedieron cuatrocientos años antes de mi nacimiento».
El pantanense está condenado a la socialización. No puede con su horrible mismidad. Se ha inventado a sí mismo para pertenecer. Por eso, su única esperanza reside en el amor. El amor a estarse a solas, a no responder el teléfono, a inventar pretextos para no salir, a conocerse. El amor a encerrarse en una cueva, bailar solo por semanas, y recrearse en