Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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más íntimos sentimientos.

      Y otra cosa.

      Frío.

      Jack se quedó paralizado, hechizado por la mirada del joven de negro.

      «Te estaba buscando», se oyó una voz en su mente.

      Y, en aquel mismo instante, Jack supo, de alguna manera, que iba a morir, como lo sabe la mosca que queda atrapada en la telaraña, como lo sabe un ratón que se topa con la mirada de una serpiente.

      Pero entonces algo tiró de él y lo arrojó a un lado con violencia, apartándolo del muchacho de negro. Jack cayó al suelo, sobre la alfombra, sacudió la cabeza y se giró para ver qué estaba pasando y quién lo había alejado de la mirada de la muerte.

      Su salvador era un joven de unos veinte años, alto y musculoso, de cabello castaño corto y expresión grave y severa, que había aparecido de la nada, interponiéndose entre Jack y el otro muchacho. Había algo en él que imponía respeto, a pesar de las extrañas ropas que vestía. El chico de negro lo miró impasible, pero adoptó una postura de serena cautela. Y entonces, ante la atónita mirada de Jack, el recién llegado sacó una espada del cinto y le plantó cara a su oponente. El de negro pareció aceptar el desafío, porque extrajo su propia espada de una vaina que llevaba sujeta a la espalda y paró el golpe de su contrincante con una rapidez y una agilidad casi sobrehumanas. Jack, paralizado de terror, se quedó mirando cómo aquellos dos desconocidos iniciaban un duelo de espadas en el salón de su propia casa. Volcaron la mesa del comedor, desgarraron las cortinas, destrozaron el televisor con una estocada que no dio en el blanco. Jack asistía impotente a aquel estropicio, pero no se atrevía a moverse. El joven recién llegado se movía con seguridad y serenidad, y los golpes que descargaba eran más fuertes; pero el muchacho de negro era mucho más rápido, ágil, silencioso y letal. Jack se dio cuenta de que, cada vez que las dos espadas se encontraban, una especie de destello sobrenatural brotaba de sus filos.

      Aquello no era real, era una pesadilla, no podía estar pasando. Quiso gritar, pero entonces alguien tiró de él y le tapó la boca.

      Jack sintió que se mareaba. Su primer impulso fue tratar de deshacerse del abrazo, pero no lo logró. Se volvió y vio que su captor era un chico delgado de unos dieciocho o diecinueve años, de cabello negro, grandes ojos oscuros, facciones agradables y gesto serio. Jack quiso librarse de él, pero el joven era más fuerte. Lo miró a la cara y le dijo que no con la cabeza, y Jack entendió que era un amigo y estaba allí para ayudarlo. Lo agarró por los brazos con desesperación.

      —Por favor –sollozó–, por favor, ayudadme... mis padres...

      Pero el joven sacudió la cabeza, y le dijo algo en otro idioma, y Jack comprendió que hablaban lenguas distintas. Se volvió para señalar el sofá donde yacía el cuerpo de su padre, pero al final giró la cabeza con brusquedad porque no se atrevía a mirar.

      Mientras tanto, los otros dos seguían con su particular duelo de esgrima, y el individuo de la túnica, el asesino de los padres de Jack, se había asomado a lo alto de la escalera. El muchacho que sujetaba a Jack se dio cuenta de ello. Gritó algo y su compañero asintió y retrocedió hasta él. El chico de negro corrió tras él y descargó la espada sobre ellos, justo cuando su oponente agarraba del brazo a su amigo.

      Jack sintió unos dedos clavándose dolorosamente en su antebrazo y lo último que vio antes de que todo empezase a dar vueltas fueron unos gélidos ojos azules...

      Jack lanzó un grito y abrió los ojos, sobresaltado. Se incorporó sobre la cama, respirando entrecortadamente y sintiendo en el pecho los alocados latidos de su corazón.

      «Solo ha sido un maldito sueño», pensó irritado.

      Pero todavía temblaba. Detestaba las serpientes, y había soñado con una de ellas, enorme, terrorífica, que se alzaba bajo un extraño cielo del color de la sangre. Un cielo con seis astros que emitían un brillo cegador.

      Intentó serenarse. Estaba temblando, y sentía una extraña angustia que atenazaba su corazón como una garra de hielo. Respiró hondo. «Solo ha sido una pesadilla», se dijo. Pero no era la primera vez que soñaba con aquella escena, y se preguntó, una vez más, si la habría visto en alguna película de ciencia-ficción. Si era así, no lo recordaba.

      Por otro lado, antes de soñar con la serpiente gigante había tenido un sueño mucho más aterrador; se acordaba solo vagamente, pero sabía que tenía que ver con sus padres, y que no era algo que quisiera recordar.

      Se pasó una mano por su pelo rubio, revolviéndolo, y echó un vistazo a su derecha, buscando con la mirada los números fosforescentes de su despertador digital.

      Se quedó helado.

      No estaba en su habitación. Se hallaba en una cama extraña, en un cuarto extraño, en un lugar extraño. La forma de la habitación tampoco era corriente: no había esquinas en las paredes, curiosamente redondeadas. Era como si estuviese en el interior de un iglú gigante. Una ventana, también redonda, se abría a un lado del cuarto. Más allá se veía una clara noche estrellada y las oscuras copas de los árboles. Pero no era el paisaje que él conocía.

      Jack parpadeó, confuso. ¿Dónde diablos se encontraba? ¿Qué estaba pasando?

      Se levantó de un salto, apartando unas sábanas extraordinariamente suaves. Buscó el interruptor de la luz y no lo encontró. Esperó a que sus ojos se habituasen a la oscuridad para mirar a su alrededor.

      No había muchos muebles en aquel cuarto. Una silla y una mesa de extraño diseño, un armario del mismo estilo y algo que parecía una mezcla entre una estantería y una cómoda. Y dos puertas.

      Una estaba entreabierta, y parecía un ropero. Jack abrió la otra, tirando de una manilla hecha de un curioso metal verdeazulado, y se deslizó hasta el exterior.

      Se encontró en un pasillo de techo abovedado, como un túnel, que torcía hacia la derecha con suavidad, sin esquinas. Estaba iluminado por medio de apliques eléctricos, con bombillas, perfectamente normales. Jack respiró hondo, mareado. Aquello era una locura.

      Avanzó con precaución, procurando no hacer ningún ruido... y entonces topó con alguien. Jack dio un respingo. Se trataba de un joven moreno, delgado y nervioso. Jack lo había visto antes...

      ... En el salón de su casa, sujetándolo, mientras otros dos mantenían un duelo de espadas.

      De golpe lo recordó todo. La carrera hasta la granja, el hombre de la túnica, la lucha entre su perseguidor y su salvador, aquellos inhumanos ojos azules, sus padres muertos...

      Sus padres, muertos.

      No había sido un sueño. Todo aquello había sucedido de verdad.

      Jack ahogó un grito de rabia y desesperación y, casi sin saber lo que estaba haciendo, se abalanzó contra aquel joven, furioso, tratando de golpearlo. Lo cogió por sorpresa y ambos cayeron al suelo. El muchacho exclamó algo en aquella extraña lengua, pero Jack no atendía a razones. Golpeó con los puños intentando darle a algo, pero de pronto unas manos de hierro lo agarraron dolorosamente por las muñecas y una voz serena, tranquila y autoritaria dijo algo que, para variar, él no entendió. Intentó desasirse, pero no lo logró. Sintió que tiraban de él hacia atrás para separarlo de su oponente. Se resistió; estaba ciego de rabia. Se volvió para ver quién lo tenía atrapado y vio tras él al joven que había peleado contra el muchacho de los ojos azules en su propia casa. Sin duda era muy fuerte y tenía brazos de acero; Jack se dio cuenta de que no le estaba costando ningún trabajo mantenerlo quieto, a pesar de que él se estaba resistiendo con todas sus fuerzas.

      Finalmente Jack, agotado, se rindió. Estaba atrapado.

      Se dejó caer, temblando y sollozando sin poder contenerse.

      Entonces el muchacho moreno al que acababa de atacar se inclinó junto a él y le dijo algo. Jack apartó la cara, furioso y angustiado a la vez. Pero vio, a través de las lágrimas, que él lo miraba fijamente, serio y preocupado. El joven dijo algo más, y esta vez Jack alzó la cabeza. Sonaba a francés. Pero él no sabía